Las ilusiones y el tronco

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Pinceladas

 

Cuando me interno en un bosque frondoso, en una tupida selva, el árbol me sume en una profunda reflexión…

Más que la copa radiante y extendida, ostentosa y brillante, me atrae el tronco que la sostiene, por donde sube la savia, por donde llega la fuerza, donde se marcan el tiempo, la estatura, la consistencia interna que lo hace nutrirse de la tierra para luego poder mirar al cielo.

Hay troncos muy tiernos, con un verde como de retoño, una superficie lisa, suave… dan ganas de cuidarlos y protegerlos. Como las ilusiones de los niños que tienen la mente limpia, el corazón puro y juegan con la fantasía como si fuera una realidad. Manejan los sueños como por arte de magia, y dan belleza al mundo y alegría a todo lo que nos rodea.

Hay troncos que van creciendo muy de prisa, que se van espigando erguidos, altivos, inconscientes… troncos desafiantes, que tienen más espesor y sólo la capa de afuera, la cubierta exterior, es irregular, rasposa, peligrosa. Todo el mundo los mira, pero todo el mundo les teme, y quizá por eso no encuentran a su paso una caricia, una mano orientadora para sus ramas, un agua refrescante para su raíz. Sólo el viento les da un abrazo tibio. Sólo el cielo los fecunda con los rayos del sol y los cobija con la sombra clara de la luna.

Son las ilusiones de la juventud…

Así son ellos: impacientes, irreflexivos, precipitados. Se lanzan a la empresa sin saber qué consecuencias puede tener el fracaso, qué forma deben dar a la victoria; sin preguntarse cuántas serán las dificultades, ni cómo van a superar los obstáculos. Tienen fe… Además, la chispa del entusiasmo es el aliento nuevo que mueve su personalidad.

Son más peligrosos por fuera que por dentro. Generalmente las capas que recubren su corazón son limpias, tienen ideales que atenúan sus errores. Todavía tienen fe en la verdad, en las ventajas del bien, en la fraternidad de los humanos. Ellos son los de las grandes empresas, y son amplios, generosos, resueltos.

Existen otros troncos muy enraizados en la tierra, con tal diámetro que jamás podremos darles un abrazo. Son oscuros, tienen capas de muchos años acumulados en ellos con experiencias que las hacen rugosas, casi hirientes. Llevan cicatrices, tupen el follaje y es más lo que caminan debajo de la tierra, que lo que suben ante la mirada de los hombres.

Son como las ilusiones de la madurez: el fuego del entusiasmo se atenúa, la inteligencia es más aguda, el pensamiento más sabio, el carácter más recio. Pero las deducciones son prácticas, frías; la mente, calculadora. el corazón espera menos y acapara más, y las conclusiones son siempre las menos comprometidas.

¡Son etapas de los árboles! ¡Son fases de la vida!

Hay otras ilusiones de los hombres que son en verdad como los troncos de los árboles, que si pierden la copa, quedan las ramas; si pierden las ramas, queda el tronco; si taladran el tronco, permanece sumergida la raíz... y si quieren matar la raíz, mientras están cavando la tierra ya hay un bulbo más lejano que quiere brotar y amenaza con salir a la superficie. ¡Hay plantas muy tenaces, como hay también ilusiones invencibles!

El secreto de la vida consiste en estar verdaderamente ilusionados en algo. Y mientras más alto, más grande y más noble sea ese algo, más belleza vemos en todo lo que nos rodea y más fascinante nos parecerá la tarea de vivir.

Nos movemos en un valle lleno de siembras, vivimos en un mundo lleno de almas… Caminemos más despacio recordando que hay sombra, protección, espinas, canto, flores, frutos.

¿Por qué vivir tan solos? ¿Por qué vivir tan ciegos?