La cruz

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Pinceladas

 

 

No quieras tapar la vida porque llevas una cruz.


No esperes el tiempo, la reflexión calculada, para curar las heridas… ¡si un cristianismo profundo puede quitar hasta las cicatrices!

No vivas como si no existiera lo que existe… ¡sí en realidad lo palpas y es una llama ardiente quemando tu corazón! Afróntalo, dignifícalo y entrégate. Así comenzarás a sentir en tu interior lo que ni siquiera puedes sospechar.

El peso de la cruz es proporcional a la resistencia de nuestros hombros. Si somos débiles, se encorvan. Si somos fuertes, se yerguen. Si muestras al mundo con miedo tus fracasos y errores, los demás te despedazan. Si los muestras con dignidad y valentía, los demás te respetan.

Las cruces que se llevan muy hondo, muy callado, no deben roer el corazón ni debemos mojarlas con lágrimas para arrancar astillas que hieran y se entierren. Llorar en la cruz, sí… pero para ablandarla y abrazarla con más lucidez e iluminarla con lo que destila el corazón.

Cuando no podemos resistir el peso de una cruz, es que la hemos colocado mal.

Nos paramos por detrás, a la sombra… y entonces tenemos frío.

Nos situamos de lado, sin contrapeso, y ese solo brazo se proyecta como una flecha que se nos mete en el corazón… y entonces tenemos miedo.

Nos ponemos delante, queriendo taparla, ignorarla… y entonces es una obsesión.

Nos ponemos lejos, pero seguimos divisándola.

Nos ponemos cerca, y parece que todo ese peso cae sobre nosotros abrumándonos.

Hay que abarcarla toda, llegar al centro de su ser, al foco de su luz y de su sabiduría, “al fondo sobrenatural de toda razón”.

¡Y entonces habremos encontrado a Dios!