El precio del triunfo

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Pinceladas

 

Mis queridos hijos:

Me parece mentira verlos ya en plena batalla de la vida… ¡Yo que los arrullé tantas veces contra mi corazón!

Luchan por el éxito, se afanan por triunfar…

Si alguno llega a obtenerlo, sé que la vida lo habrá colocado en la más difícil de las posiciones. A los triunfadores los conozco muy de cerca y todavía no he podido envidiar a ninguno. El conocimiento de la vida –la verdadera experiencia – es doloroso y casi siempre llega tarde. Por eso les escribo tanto, para salirles al encuentro con el amor de mi corazón y la claridad de mis verdades. Para orientarlos en lo que sé, prevenirlos en lo que no sé… y abrazarlos siempre.

Quiero dejarles el mejor de los mundos, ese que se esculpe a cincel día a día, con nuestros principios y nuestros ideales; el mejor de los anhelos: tratar de que quienes nos rodean sean mejores que nosotros; la mayor de las herencias: el amor y los conceptos.

Triunfar es realizarse plenamente. Eso tiene muchos sentidos…

Para unos, es perfeccionarse, superarse, llegar a la supremacía por el amor y la nobleza con los que han sabido realizar la obra de la vida. Para otros –una inmensa mayoría - es el éxito de los negocios, las empresas, los grandes planes de desarrollo.

“¡Pobres los que llevan sobre sus hombros esa carga!"” me he dicho muchas veces. Es un privilegio que requiere grandes esfuerzos y sacrificios, y para el que debemos ser especialmente dotados. Por eso son tantos los que presentan el triste espectáculo de ser ídolos de barro, “colosos” que hacen reír.

Cuando el mundo los nombra, los señala, los adula, los encumbra… suben orgullosos a la plataforma de la fama, sin pensar en los grandes deberes adquiridos en su conducta para con ellos mismos y para con los demás.

El primer escollo es en la percepción de la amistad. Es difícil entresacar los amigos en la pléyade de simuladores, vanidosos, aprovechados. La amistad hay que buscarla en la raíz que es muy profunda y en la verdad que es a veces muy amarga. A los triunfadores les brotan amigos de todas partes, pero es amistad fácil, dulce, halagüeña… con su origen casi siempre en alguna baja pasión escondida: la envidia, la codicia, la vanidad, la ambición. Por eso, en medio de todo, los triunfadores son hombres solos… y hasta poco felices.

Es difícil saber reconocer en cada crítica, hasta la más injusta y la más enconada, un margen de razón y un fondo de culpabilidad… Ser magnánimo en lo grande, sin ser mezquino en lo pequeño. Saber dar con un corazón que pide perdón y saber “quitar” sin crueldad, sin crudeza, sin lastimaduras.

El triunfo trae aparejado poder, dinero, derechos… Se necesita serenidad, equilibrio, sentido de justicia, compresión humana, para saber administrarlos, si no, hasta los propios afectos familiares se debilitan y hasta los propios hijos, al buscar su corazón, no encuentra más que dinero, necesidad de descanso, viajes, citas, compromisos que van separando sus vidas. No lo saben pero se van abriendo grietas en el hogar.

La opulencia es un manto con el que pretenden esconder sus heridas. Y si alguna vez los mancha, dicen que son víctimas de la injusticia.

Hay que recibir los honores con sencillez, sin meter la cabeza con la doble intención de que resalte más el brillo del plumaje.

Distinguir lo fundamental de lo secundario, proteger la ternura de sus sentimientos… porque ¡he visto tantos corazones metalizarse!

Saber que el triunfo de uno es a veces trabajo de muchos. Y tener la convicción de que no son “superhombres” y que en esta desesperada juventud hay grandes capacidades que se pierden, talentos que se frustran, inteligencias que se desorientan, vidas que se destrozan. Porque “ellos”, los maduros, los titanes, los triunfadores no han sabido descubrirlos, alentarlos, ni protegerlos.

Que sean hombres firmes, con verdadero carácter, forjado con el cultivo constante de su inteligencia y la fuerza de una voluntad bien dirigida. No con una personalidad deformada, forjada a costa de ser desconcertantes, temibles, arbitrarios, de esos que hacen vivir un suspenso porque son capaces del mayor elogio o de la mayor humillación en el momento menos pensado.

Creen gozar de ese privilegio ¡porque han subido tanto! Y creen a la vez que sus servidores lo soportan todo porque los saben admirables, superiores… Y lo mas raro: se extrañan y se duelen de que tantas veces hayan tenido que tropezar en la vida con el veneno de la ingratitud.

Hombres tan reales y que viven tan ciegos. Tanto los engañan que acaban por desconocerse. Tanto se desconocen que exigen de los demás lo que ellos nunca han sabido darles.

Ser inflexibles para cumplir el deber y exigirlo, pero blandos para reconocer la verdad, aunque por ello tenga que bajar la cabeza uno de los suyos.

El mundo los vigila, los atisba, los sigue, los aprovecha. Pero tengan cuidado, triunfadores, porque también los juzga… y generalmente para los triunfadores no hay piedad, porque el triunfo tiene un precio muy alto.