Siempre Dios

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corazón revelador

 

 

Señor:

As los hombres de todos los tiempos, de todas las nacionalidades, les has regalado una cruz. Desde nacer tenemos que adaptarnos a ella. Una cruz de acuerdo a nosotros y a tus designios. La cruz de nuestra estructura, con las astillas de nuestras pasiones, el madero de nuesrras flaquezas y la forma de brazos abiertos que no se atreven a cerrarse hasta sentirse profundamente perdonados y limpios.

Cuando el mundo nos llama, somos del mundo.

Cuando hemos dejado de interesarle, somos de Dios.

Cuando el mundo nos ofrece, vamos tras él.

Cuando no tiene más nada aque darnos, corremos a arrodillarnos ante el Señor.

Hasta que hemos tomado en todas las copas del placer humano, y sentimos vacío, no vamos a buscar un sorbo en la copa de Dios.

Hasta que caminamos el mundo, buscando una felicidad palpable, tangible, concreta, y no la encontramos, nos decidimos a confiar en la fe y en la esperanza, que son dos cosas reales, pero conseguidas a base de espiritualidad.

Cuando nos sentimos halagados, triunfantes, potentes, miramos en Cristo al hombre. Cuando el dolor hiere nuestras entrañas, el hombre se diviniza, se hace Dios y creemos en él.

A veces tenemos un poco de gusto por lo sobrenatural, de atracción innata por las cosas del espíritu, de pasión divina. Pero nos da miedo en este mundo de criaturas mutiladas. Y hacemos fila, para que nos vean alineados al poder humano.

La naturaleza repartiendo frutos y regalando flores, es más a semejanza de Dios que el hombre cuando se ama demassiado a sí mismo, porque deja de fecundar y permanece estéril.

Mientras somos un árbol florecido, mereciendo elogios y regalando belleza, Dios no es más que hábito y rutina.

Pero cuando las heridas debilitan la raíz y la copa se maltrata, y las hojas se secan como enfermas, entonces sentimos la necesidad de Dios. Tenemos hambre de otro trigo, sed de otra corriente, una sola llamita de fuego nos bastaría.

A veces en la más dura ciencia, la de la enfermedad, venimos a conocer a Dios. Y en la etapa más difícil, más angustiosa, resulta el camino más directo, más eficaz, más corto para llegar a su presencia y así abrazarnos a Él.

¡Así se han iluminado tantas almas!

Señor, ¿por qué nos rehusamos a Ti ante las promesas de la vida, y te buscamos desesperados ante las promesas de la muerte?

Acércanos a Ti en todos los momentos, con el poder que te da la omnipotencia.


Señor:
Un solo rayo basta
al alma que dominas.
Un solo pensamiento
penetrante.
Una sola visión,
que Tú iluminas.
Un vuelo de esos por
región distante.

Bastará una señal
que dé tu mano.
Para dorar con fe
todo este grano.
¿Y qué extraño misterio
te detiene?
Necesitamos la luz,
la grandeza que Tú tienes.
Y el amor para la cruz
y la señal divina de tu mano.
¡Para dorar con fe
todo este grano!