No sé para quién

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corazón revelador

 

 

Escribo estas palabras no sé para quién. Pero alguien nacerá con el don innato del poeta o con la afición literaria del escritor. Alguien las recogerá en el futuro. Las raíces están en la familia. Y mientras haya raíces, hay esperanzas bien fundadas de que se pueda fecundar un fruto. Para ti, ese alguien futuro, van mis palabras.

El escritor, el poeta, es un instrumento como todos los hombres, pero necesita más la cercanía de Dios para trabajar. Es una cuerda que no emite sonidos a voluntad, tiene que provocarlos algo superior. Son unas alas que no pueden apropiarse del espacio a su antojo, a veces quieren volar más y no pueden, o no saben. El cielo tiene su trayectoria, el infinito sus señales, Dios su meta de posibilidades para cada hombre.

A veces la entraña es hendidura de algo que se fue concentrando, es un despegue para dejar salir la emoción como poesía, como canto, como grito. Si te toca una luz que no sabes de dónde viene, y sientes el impulso de Dios, la mano de la divinidad, es que una vocación especial te reclama como escritor o como poeta. Si una vocación así te reclama, recógete. Y oye todo lo que Dios quiere decirte antes de hablar... Pídele palabras que se entiendan, no que suenen bonitas. Pídele que tengas sentido en otros. Que te preste el santuario de amor para empaparte y la mirada de sus ojos para concentrar la luz. Con la suavidad de sus labios puedes hacer una rosa para que todo salga mullido, suave, perfumado. También el dolor tiene perfume, pero tienes que saberlo tocar. No a martillazos, como el herrero, sino a sorbos, como el artista. No a brochazos, como el soberbio, sino a pinceladas, como el inspirado.. No razones el dolor a fuerza de materia, sino a luz de espíritu.

El que trabaja con las cosas materiales ve su obra. El que entrega su vida al pensamiento, los sentimientos, las emociones, no sabe lo que ha hecho, ni a dónde fue a dar su acopio de alma y sensibilidad. Es una siembra cuyo valor no sabemos y cuya inmensidad no medimos porque nuestra pequeñez es mucha, o porque nuestra siembra es demasiado fecunda.

Es una vocación sobre la que se ejercen grandes presiones y grandes confusiones. Hermosa, pero difícil.

Tiene su trayectoria una misión, un destino, una confrontación diaria de riesgos, de criterios, y en ocasiones llega a ser heroica.

El escritor profundiza la conciencia, recorre los espacios, es un adivinador de horizontes. Vive una realidad latente, pero tiene una vasta proyección de futuro. La realidad lo taladra todos los días y va ensanchando su vocación hasta hacerse universal. Necesita apertura hacía los valores humanos, una apreciación justa de la libertad personal, y respeto a la creatividad, al talento.

Tiene que trabajar con la pasión y la inteligencia, dos cosas dificiles de conjugar. Tiene que deslindar la verdad de la mentira. Porque en toda mentira, hay un punto inicial de verdad. Y en toda gran verdad hay algunos espejismos de mentira. Hay que saber encontrar el camino recto, y esto es arriesgado y dificil.

Un escritor tiene que captar la vida con sus poblemas, sus desdichas y sus inquietudes, casi metido en una religión íntima del hombre que debe iluminar. Su dimensión debe ser siempre la recta intención y la verdad; su meta, la perfección, y su esencia la fidelidad a esas dimensiones internas de la conciencia.

Si alguien de las generaciones venideras siente esa luz que no sabe de dónde viene, o lo toca la mano de la divinidad, el impulso de Dios, llamándolo a una vocación así, que se recoja y escuche todo lo que Él tiene que decirle antes de escribir.

Sólo así encontrará su propio mensaje, su propia voz, su propio canto.
Dios estará con él. Y él con los hombres.

En lo hondo, en la raíz de tu inteligencia y de tu corazón, hay un potencial cuya fuerza casi nunca conocemos, pero que si la desarrolláramos serviría para obras maravillosas que casi no podemos adivinar.

Yo quisiera para tí la aventura apasionante de las grandes empresas del espíritu.

Te mides por pequeñeces. Lo mismo, agrandado cada día, ¿hasta dónde podría llegar?

Tiempo y vida no se nos dan más que una vez. Sé ambicioso contigo mismo y haz acopio de alma y de grandeza.

No hagas camino al andar. Sino anda por los caminos que ya tienes trazados y que ya sabes a dónde van a dar y en qué van a terminar, sin correr el riesgo de encontrarte perdida un buen tramo de tu vida.

Dios pone los sueños. Pero tú tienes que vivirlos. Cuando los saque de tu corazón y los pongas a la luz del sol, les crecerán alas. Y entonces, aprenderás a volar.