Mi espiga dorada

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corazón revelador

 

Estos son extractos, pensamientos, de mi
escrito “Espiga Dorada”, dedicado a mi hijo
León al poco tiempo de nacido. Figuraba en
su biografía, hoy perdida para siempre.

Todo se ha vuelto dorado para mí. Todo lo veo detrás de la cortina de ese mechoncito brillante y rubio que me alegra y me hace soñar. Ha nacido una espiga entre mis manos. Una madeja tibia que yo uno y desuno, como se abren y se cierran las alas para volar. Como se abren y se cierran los besos de la madres que guardan perfume.

Con ese mechoncito rubio, con esa espiga dorada, retozan mis manos y mi corazón, como para encrespar y despertar un mar que nacía a un nuevo sentimiento. Una ola con movimiento de caricias. Una espuma con sal nueva, para una vida que renacía distinta.

Ese mechón rubio es mi altar primero, sobre un fuego lleno de tibieza.

Ese madejón suave es una red de espigas maduras en mis labios calientes.

Madeja de amor para dormir los besos, para estrellar el alma, para ser amasada por mis manos, entretejida por mis dedos, como un material de mi propia alma donde van mis ilusiones engarzadas.

En ese mechón dejé escondidos mis sueños. Bajo esos copos dorados se han prendido infinidad de besos juguetones, de esos que se dan a la luz del sol, y sentimos que han llegado desde una gran profundidad.

En esa colina de tu pelo dorado se durmió muchas veces el amor de una paloma, cantó con latidos una alondra y apretó sus plumas una madre.

Esas plumas que tendran que salir de mis manos algún día para volar sobre el mundo, para acolchar a otros.

Pero eres mío, todavía estás anudado a mis entrañas y creces de mis propiios jugos y mis constantes cuidados.

Hoy tengo el fuego y el amor. Que Dios me conserve para después la esperanza y el fruto.

Me levanté presurosa para peinarte y despeinarte, con esa sensación embriagante y adormecedora que es a veces placidez del alma y otras veces escalofrío de raíces, o lucero en lo alto, como una luz eterna.

¡Ay, mi retoño perfumado, como de oro derretido en mis entrañas! Se me pegan besos a tus hebras estrelladas.

¡Ay, mi mechoncito rubio y aterciopelado, que te haces tibio en el hueco de mi mano, y sensible entre las yemas de mis dedos, por donde siento que me penetra el milagro de la vida!