Matrimonios estancados

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corazón revelador

 

 

Confundimos lo que es en realidad un matrimonio feliz, con lo que es un matrimonio estancado.

El matrimonio feliz es dinámico, vital, cretivo, lleno de alicientes, de incentivos. Donde se comparten los sueños, las empresas, los trabajos, las diversiones y las penas. Donde nadie se anula, sino los dos aportan. Donde deciden dos ideas compaginadas, y no una voluntad y un silencio. Donde es posible que florezcan dos personalidades, y no que una se diluya para que la otra se robustezca. Donde dos personaliddades plenas, maduras, sean compatibles y se fundan en una sola llama decidiendo transitar los dos un solo camino y cada uno pueda desarrollar al máximo todas sus facultades.

Hay matrimonios, en cambio, que se clasifican como perfectos, porque nada se altera, no se sale del dos y dos. Parecen personas esencialmente iguales y la vida trascurre con una monotonía, con uina igualdad diaria que muchos confunden con felicidad.

La mujer siente que ha caído sobre ella una misión de madre y administradora que la incapacita para todo lo demás.

Vive resignada y sumisa, como quien carga una cruz, porque presiente que también una parte de su personalidad se está frustrando, y mucho de su talento irá a caer al vacío. Siempre las mismas cosas, las mismas cuentas, los mismos quehaceres, le están atrofiando las facultades y quitando perspectivas a su vida.

El matrimonio no es predominio de nadie, sino canales de energía y aficiones diferentes, indivisibles, enriquecidos con nuevos frutos.

Pero si el hombre se hace dominante y la mujer languidece, nace en ella una frustración y el hogar se estanca.

Busca estremicientos olas, mar, y deja esos lagos serenos para aquellos que no tienen aspiraciones, ni vida interior, ni dones que desarrollar. Esos lagos sólo sirven para reflejar estrellas perdidas. Pero tú, sí no enciendes las tuyas, te debilitas, te desalientas, te sientes como insensible, como indiferente.

Porque ese estancamiento a simple vista tan natural quita sabor al amor y acaba con la alegría del alma. El cuidado de los hijos, las atenciones al marido, todo lo que encierra un hogar no lo cambiaríamos por nada en el mundo. Es el huerto propio con sus más bellas rosas, son los pétalos, el colorido, el perfume. Pero queda sepultado en la corola algo íntimo, personal, de vida interior, de apetencias de espíritu, a lo que la mujer tiene derecho y a lo cual no tiene por qué renunciar. Es una parte del corazón que no tenemos por qué recubrir de tierra. Esa raíz enterrada siempre será una frustración. Yo lo sé.

¡Cuántas almas de mujeres valiosas quedan encogidas, como flores enfermas de frío, frágiles de invierno, entumecidas de monotonía, de inanición, de parte de si mismas desechada, marchita!

Cuida tu matrimonio y dale la tónica que mejor se adapte a tu temperamento, autorenuévate hasta en las emociones del amor.

La ternura, la fe de uno en otro, el calor humano, son ingredientes que se pueden renovar todos los días. ¿Por qué entonces dejas caer tu matrimonio en el estancamiento.

Que no sea tu hogar como un círculo cerrado donde te sientas atrapada, donde nada sea estimulante para tu desarrollo espiritual y el pleno rendimiento de tu inteligencia.

El matrimonio no es una eliminación. Es un enriquecimiento con todo lo que de amor, de experiencias, de visión del futuro tiene la nueva personalidad que vamos a ir asimilando.

A veces el matrimonio no es desgraciado. Es árido, seco, como una tierra que se mantiene el tiesto pero cuya semilla no crece, no se esponja, no se vitaliza. Sencillamente, se estanca. Y a veces, así le pasan los años hasta el final.