Cristo nace y Cristo muere

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corazón revelador

 

 

Cristo nace todos los años, y nos alegramos.
Pero muere todos los días y no sufrimos por ello.

Cristo nace todos los años en una gruta abierta para que nos refugiemos en ella. Y muere todos los días antes las aldabas de las puertas cerradas, intransitables para los movimientos de su gracia.

Cristo nace todos los años por amor, por verdad. Y muere todos los días por soledad, por abandono.

Cristo nace todos los años con una estrella pra iluminar la tierra. Y muere todos los días en la sombra, en la penumbra, no por la cortina del Sagrario, sino por las murallas del hombre.

Cristo nace todos los años para redimirnos. Y muere todos los días para defender nuestra libertad.

Cristo nace todos los años para revivir la historia del amor inconcebible. Y muere todos los días al pasar las hojas de esa historia llenas de odios, de guerras, de tiranos, de injusticias.

Cristo nace cada año cuando el cielo se enciende y se estremece. Y muere cada día cuando el hombre llora y apaga su luz.

Cristo nace todos los años como un manantial escogiendo corazones por donde brotar. Y muere todos los días, pues se ha quedado seco el surtidor del idealismo y sólo vemos las fuentes de los intereses y los beneficios.

Cristo nace todos los años y tú sirves tu pan y brindas con tu copa para celebrar el acontecimiento.

Y Cristo muere todos los días en esas copas prisioneras de todos los altares. Su vino-sangre no te empapa, no te penetra. Y sigues con sed. Su pan-cuerpo no te alimenta, no te nutre, y sigues con hambre.

Es cierto que Cristo nace todos los años. Pero eleva una plegaria, ofrece un sacrificio, medita un momento sobre otra verdad dolorosa y aterradora: Cristo está muriendo todos los días.

Nació para vivir entre los hombres.

Y son los hombres los que a diario lo están dejando morir.