De una padre a una hija que ve partir

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una Vida

 

He trabajado mucho.  He sufrido mucho.  He tenido que dominarme y superarme mucho para mantener la dignidad, el respeto, el ejemplo y las normas de conducta con las que quisimos educarte. 

Quise darte una vida con un proyecto concreto, un objetivo, una meta que nos hiciera sentir orgullosos y confiados. 

Pero la libertad me ganó la partida.  Puso fuego en tus argumentos para quemarte, un foco potente para distorsionar la realidad con un néctar que al fin será amargo y unas alas que al fin serán cenizas. 

¡Y te fuiste tras ella dejando el hogar! 

Algo venenoso tenía ese aire de libertad que me dejó ese incurable trasfondo de dolor, me apantanó el camino y echó por tierra todas mis ilusiones. 

Y tú te fuiste como envuelta en una promesa que no podías negar y te llevaste la primavera de la casa, sin pensar que una sola estación es poco para la floración de la vida, y un solo sueño, poco para el sostén de las alas.  Un solo destello no alcanza para transitar todo el camino. 

Te di mi amor de padre como un árbol, para que te sostuvieras en él, pensando que cuando te desbalanceara el amor o te zarandeara la tempestad, yo saldría con mis raíces a defenderte.  Hoy siento que el viento se me adelantó y el nido tibio tiene su hueco vacío, el alma su oración oculta y el corazón su lágrima invisible. 

Ese exceso de libertad es una manifestación de vida pobremente realizada.  Materia de insatisfacción, desengaño, hastío… ¡eso ya me lo dirás después! 

Tómate todo el tiempo que quieras para crecer, pero sin una estaca que te sostenga puesta por tus padres, apenas podrás tenerte en pie.  Ya sabrás lo que es la vida cuando arrasa, las raíces cuando crujen, las rosas cuando se deshojan, los sueños cuando se evaporan. 

A lo mejor después podremos hablar sin discutir, y entender lo que ahora no entiendes y mirar lo que ahora no ves… llegar a comprender que la felicidad es vida familiar amorosa y armoniosamente llevada. 

No cierro tu mundo a nada propio de tu edad, pero no puedo cerrar los ojos a todo lo que, por viejo, ya conozco, ni admitir los excesos que te perjudican, ni desoír todo lo que Dios me manda y mi conciencia me repite. 

Estás como una heroína, haciendo la “historia de tu vida”, sin amarras, sin horarios, sin permisos, si consejos, sin nadie que te despida ni te espere, sin nadie que sienta el ruido de tu puerta cuando entras o cuando sales… ¡Estás sin nadie, a tus anchas!  Pero a veces el aire se vuelve tempestad, las puertas muro y la soledad vacío. 

Un barco sin buenas velas y buena brújula, donde el sexo y la libertad se enseñorean del timón, no puede llegar a buen puerto. 

Hoy los padres hemos abierto grandes espacios a la comprensión y el sentimiento, pero no se puede relegar la responsabilidad, asentir en el silencio ni claudicar con la conformidad. 

No somos menos buenos por levantar la luz en tu camino.  Lo que somos es “más padres”. 

El nido quedó triste y desolado, pero siempre con tu lugarcito tibio y listo, con la esperanza de no morir antes de verte regresar. 

¿Qué importa un beso lleno de vida, si no sabes lo que estás viviendo? 

¿Qué importan unas alas llenas de sueños, si no sabes como estás volando? 

¿Qué importa una oración, si no sabes lo que estás repitiendo? 

¿Qué importa que aspires a ser feliz, si no sabes interpretar la vida?  ¡Si no sabes cuál es la forma de hacer la felicidad!