A mis nietos en su boda

La eterna sorpresa

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una vida

 

El matrimonio no es salir sonrientes, caminando por una senda de flores.  Es entrar de lleno a un nuevo planteamiento de vida, una nueva forma de llevar las cruces y un nuevo enfoque para desarrollarse y crecer. 

El matrimonio no es aún para ustedes un camino conocido.  Es un inicio. 

Ahora los invaden las ilusiones, las promesas y las esperanzas.  Les faltan los tropiezos, las exigencias y las responsabilidades. 

Ahora son sueños, vuelo, fantasía.  Les faltan las pruebas, los deberes y el dolor. 

El matrimonio, al comienzo, no es un fruto ya maduro.  Es una siembra lenta, constante, en que cada día tiene su propia semilla.  No es fundirse en pareja para que uno de los dos se anule, sino para que ambos aporten, se enriquezcan y se complementen.  No es un reformador de caracteres, sino un perfeccionador de las propias capacidades. 

No dejen nada turbio en el corazón cuando perdonen.  No sean inflexibles.  No agranden pequeñeces.  No se exalten hasta causar lo irremediable.  No cosechen para acaparar, sino para comprender, repartir y entregarse… eso nunca será derrota del que siembra, sino fruto del que recoge. 

El matrimonio no es desligarse de una vida para empezar otra, sino desligarse de uno mismo para soldarse a otro con el fuego del amor. 

No es compartir parte de la existencia:  es una vida identificada en otra, es como dos veces vida.  Es lo mismo que teníamos, pero en otro nivel, donde quedamos como superpuestos y donde el corazón no sabe si es propio o si es ajeno. 

Porque ya la medida del “todo” cambió su anchura.  Ya la pareja en bloque adquiere tal fuerza, que por eso se dice que en el matrimonio y en la familia está el soporte del mundo. 

El matrimonio no es el vuelo pasajero de una ilusión.  Es una corriente fuerte que rebasa al hombre.  No sabemos cómo puede producirse dentro de nuestra limitación… 

El matrimonio no es para que yo lo estacione en el lugar que me convenga.  Es una rotación donde se recibe lo que se da.  Mira cuánto necesita tu amor… y mide lo que estás dando. 

El matrimonio no es una lámpara maravillosa, para convertirnos la vida en placer y luces de colores.  Es un amor que duele, pero no podemos vivir sin echarnos a cuestas ese dolor. 

El matrimonio no es una siembra hecha de cualquier modo.  Sólo bien injertado no nacen rosas distintas en un mismo tronco, sino que brota la creación de una nueva especie. 

El matrimonio no es en nosotros un lucimiento, un accesorio más.  Sentir y expresar amor es algo esencial.  Es como lo íntimo que no puede taparse,  como lo hondo que no puede esconderse, como la corriente que no puede reprimirse. 

El matrimonio no es penumbra.  Es la magia que descubre la luz con que podemos entrar al universo del otro.  No para pensarse, sino para sentirse.  No para soñarse, sino para poseerse. 

El matrimonio no es inmutable.  Es fluctuante, como alas gigantescas en un pájaro de fuego.  Por eso su felicidad no es continua.  Son luces que se encienden y se apagan, como un estrella que siempre perseguimos sin poder atraparla de manera total y definitiva. 

En el matrimonio no todo se entiende.  Pero todo se intuye como una capacidad misteriosa que suple a la razón. 

El matrimonio no consiste sólo en abrir muchos cauces, sino en poseer buena tierra.  Con muchas semillitas que se dejen caer en la pequeñez de cada día, se acaba por tener un huerto fecundo y perfumado. 

El matrimonio es la eterna sorpresa.  Todos los días mueren rosas que angustian y todos los días nacen rosas que asombran.  Porque la realidad y la rutina las matan, pero el amor y el corazón las resucitan. 

Desde hoy, tu mejor arado en el campo del mundo estará entre las paredes de tu hogar… de allí saldrá solito a dar su fruto. 

El matrimonio no es un invento que nos pertenece.  Se le ocurrió a Dios.  Por eso es un sacramento, una gracia, una indisolubilidad ¡y un mandato! 

Cada mañana habrá una estrella esperando.  O la elevas al cielo, o la deshaces en la tierra… o la llevas entre las manos alumbrando el camino de los dos. 

Porque el Señor da la gracia… ¡pero tú haces el milagro de encender la luz!