A mis nietos

Gánate el puesto

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una vida

 

La vida se hace con méritos, sabiendo equilibrar la práctica con los sentimientos, el dinero con la caridad, la razón con la fe, la vida con los actos y el proceder con los verdaderos valores.  Hacerla lleva todo el tiempo que estés sobre la tierra y, aun así, nunca se llega al colmo de las aspiraciones. 

Gánate el derecho de estar donde estás.  Los derechos no se ganan recostándose ni justificándose en los demás, sino asumiendo la parte de responsabilidad que te corresponde. 

Trata de que nadie se achique ante ti, más bien sube tú a la altura de los que supieron superarse.  Estimula con justicia y reconoce los méritos y esfuerzos de los otros.  Los derechos se ganan para sentirse bien con uno mismo, no para ganarse a los demás. 

No hagas tu mundo con los elogios de los que te rodean, sino con tu forma de vida y tus verdaderos valores. 

Afiánzate en lo que nadie puede quitarte, que la vida tiene muchos cambios y gira de pronto en la forma más inesperada.  Te quitan el negocio, pero no el orgullo; te quitan todo lo que adorna la vida, pero no los ejes que la sostienen.  ¿Quién te puede tocar el corazón?  ¿Y quién puede arrebatarte los sentimientos? 

No seas de los que por cuidar la vanidad, la apariencia de grandeza, pierden de vista ese mundo interior donde habita el alma y se encuentra a Dios. 

Aunque el mundo te dé mucho y parezca sonreírte, que el alma no te resulte una desconocida, que no la lleves pegada a ti sin sentirla, que no esté a tu lado sin reconocerla, que no se mueva dentro sin que la saborees, que no quiera darte felicidad sin que tú quieras vivirla. 

Acuérdate de que el poder no tiene corazón: cuando te bajan del pedestal, apenas te encuentras con unos cuantos amigos. 

Es muy fácil confundirse en la opulencia, cuyo semblante principal es el fingimiento.  Hay monedas de dos caras:  una tan reluciente que te cautiva, pero por dentro es imitación, vacío, de pocos quilates; otra tan poco llamativa, que con frecuencia la pasas por alto, pero por dentro es maciza, integra, de peso.  Se necesita mucha luz para espigar ese campo y mucho apoyo  de Dios para desandar esos caminos. 

En esos puestos uno tiene que afianzar sus raíces, hacer tronco y cosechar frutos.  Lo único que facilita la vida es el propio esfuerzo y la propia superación. 

Hay que librar muchas batallas, porque por debajo hay muchas envidias, muchas rivalidades y muchas ambiciones.  Hay que posarse con cuidado, porque siempre hay una sombra que te teme y quiere opacarte.  Hay que amar lo que se hace, defender lo que se logra y planear lo que se sueña. 

El éxito, como el vino, sorbo a sorbo.  El éxito, como el camino, paso a paso.  El éxito, como el árbol, fruto a fruto, gajo a gajo y flor a flor. 

No seas de los que obran sin tomar su tiempo y reflexionar, pero tampoco de los indecisos que no saben resolver en su oportunidad.  A veces hay decisiones que, tomadas en su justo momento, hacen lo que nos hubiera tomado toda la vida realizar. 

Con los que dependan de ti, guarda un espacio equilibrado: ni tan lejos que los pierdas de vista, ni tan cerca que se inmiscuyan en tus reservas y tus intimidades. 

Sube la vida sin saltar ningún peldaño, porque luego puedes resentir esos huecos. 

Más fácil se perdona la ofensa que el éxito, porque ésta sale a la luz y cicatriza…el otro es un goteo de envidia molesto, irritante y diario, muy difícil de erradicar. 

Más fácil se exterioriza la compasión que el éxito, porque la primera es un sentimiento que debilita y el segundo es tan fuere que no lo podemos tolerar.

Todas las decisiones importantes, háblalas con Dios, porque su luz siempre alumbra, sus palabras siempre se perciben y sus consejos siempre se entienden. 

No olvides que mientras nosotros aquí estamos dando palos de ciego, Él allá tiene entre sus manos todos los hilos de la sabiduría divina. 

Con tus capacidades y la luz de Dios, ¡gánate el puesto!