A mis hijas en su madurez

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una vida

 

Queridas Hijas:  

Una vez les escribí cuando tenia aún cierta juventud, fuerzas, brios, deseos de integrarme a los problemas de ese tiempo para desde ahí dejarles oír mi voz.

Hoy les escribo con la cabeza blanca y el cuerpo dolorido, impulsada solamente por mi deseo de transmitir y apoyada en la experiencia que ha ido enriqueciendo mi vida.

Ojalá que mis problemas vividos antes, puedan aportar algo a sus problemas vividos hoy.

Nunca declina el sol sin haber agotado la luz del día, y nunca se van las madres sin haber volcado todo el que saben y todo lo que sienten, todo lo que aprendieron y todo lo que rectificaron, todo lo que vieron de cerca y todo lo que ven a la distancia.

En la juventud nos apuramos poco, porque parece que el tiempo sobra y que la vida es eterna. ¡Que vana ilusión! La vida tiene su medida justa para cada etapa y pasa de una  a otra con la velocidad del viento.  Solo queda lo que hayamos plantado y, de eso, lo que haya logrado sobrevivir.  Porque se sueña en grande, se planea en grande, se proyecta en grande y muchas veces nos preguntamos luego donde se consumieron esas esperanzas, donde se disolvieron esos sueños y en qué parte de la vida quedaron las semillas que llevábamos en las manos cuando salimos a luchar. Apúrense en hacer cosas definitivas y en resistir todas las tormentas, para poder preparar la recogida.

Están entrando ustedes en la etapa de casar a los hijos. Sigan sus problemas, pero no invadan su intimidad.  Aconsejen con dulzura, pero no impongan su criterio.  Por mas que duela, los tropiezos enseñan, los fracasos se asimilan y las lecciones ayudan.  Es la forma de que crezcan y maduren.

Se les acerca el momento en que los hijos se empinan queriendo volar en su propio cielo.  Apriétense el alma con su pareja, porque es a fin de cuentas lo único con lo que contamos hasta el final.

Cuanto dolor es ver vaciarse el nido y empezar a desdoblar el corazón de un lado a otro!

Cuando la familia se alarga, se extiende mas el campo de accion para sufrir.

Quizás les toque a ustedes vivir el desasosiego que vivimos nosotros al ver a esos hijos, formados al calor de sus cuidados, entrar a un mundo distinto, desarrollarse en un medio que muchas veces no podrán asimilar ni comprender, defender conceptos que lucen para ustedes inadecuados e inaceptables, y tener que soltarles las alas tan delicadamente preparadas por nosotros para volar en ese mundo ancho, confuso, impredecible y muchas veces arriesgado y destructivo.

Cuando les llega el amor y se casan, se les abre el mundo. Empiezan manejarse con su propio juicio, a tomar en serio sus propias responsabilidades, asumen el riesgo de nuevas ambiciones y nuevas formas de vida.  Este es el momento de mayor desconcierto y el de mayor habilidad. Hay que empezar a vigilar de lejos, a bajar un escalón y a soltar las manos del timón.  Ya esa nave no nos pertenece, no decidiremos el viaje.  La labor es sólo de brújula, si es que alguno llegara a necesitarla.

Convénzase a tiempo de que entra un nuevo factor en  nuestra vida, el de "saber medir la distancia" y entendamos de una vez que solo tenemos la dicha de seguir siendo las consejeras de su Corazon, no por eso tenemos el derecho de ser creadoras de su destino.

Pasada la infancia, a nadie le gusta dejar en manos ajenas la dirección de su vida.  Los hijos están ávidos de trazar su trayectoria y, a riesgo de lo que pase, es lo único que les dará seguridad en si mismos.  No los hagan vacilantes, indecisos, siempre sin saber cómo hacer frente a la realidad y los tropiezos.

Enséñenles que una buena parte de la vida son lagrimas, otra parte, deberes.  La felicidad es transitoria y el esfuerzo constante.  ¡Y para recubrir y armonizar todo eso, no hay mas que fe y amor!

Poco a poco se acerca uno a ese equilibrio que dan loa años, y que poco a poco la vida adquiere otra perspectiva y otra dimensión: ya lo verán.  Pasen por la vida olvidando desengaños, eliminando superficialidades, descartando rencores, resentimientos , ofensas, inquietudes. Prepárense una vejez tranquila.  A mis años se acorta el futuro, se achican las esperanzas, se ve con claridad lo poco que nos queda, y el corazón se limpia, se purifica; las lágrimas mas se entibian y todo se cubre con un manto de dulzura y un especial acercamiento a Dios.

Los nietos están despuntando, los hijos están en marcha y nosotros vamos de salida.

Les toca a ustedes llenar los puestos que iremos dejando vacíos, levantar la antorcha que vamos dejando encendida y continuar la obra que estamos dejando comenzada.

¡Ay mis hijas! Mis seis rosas, que han aportado tanto a  mi vida. Sepan perdonarme. Quiero irme con el corazón libre y lleno del amor que siempre les he tenido.

La muerte podrá acabar con todo, pero dudo que pueda tronchar el amor de las madres, desde cualquier parte en que se encuentran.

Siempre buscaré un huequito de cielo para velar y mirarlas.  Quizás sea el mismo por donde se asoma mi madre para acariciarme…. ¡y sonreír!