A mi hija en su boda

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una vida

 

Hija mía:   

Tal parece que mis palabras de hoy debían ser sólo de amor, de ilusiones, de felicidad y de proyectos.  Hoy no necesitas palabras.  Hablo para después,  para cuando quizá pasen muchos años y tal vez sea éste el único medio por el que puedas escucharme. 

Hay algo que debes defender a toda costa:  la estabilidad de tu hogar.  Contra ella atentarán muchos enemigos, dentro y fuera de él.  No dejes entrar el mundo en tu casa más que lo estrictamente necesario y, en materia de intimidad, no hagas excepción con nadie. 

La vida en común prolongada tiende a deteriorar la imagen que nos habíamos forjado de nuestro elegido… el trabajo del hogar desgasta y cansa, requiere de sacrificios constantes y dejación continua de nuestra voluntad y nuestros gustos.  Afróntalo con entereza, no apoyándose en tus solas fuerzas, sino en la fuerza de tus principios, de tus convicciones religiosas, y en ese sentido espiritual y elevado que debe ser la verdadera base y esencia del amor que se profesen.  Recuerda en todo momento que el nivel moral del hogar estará siempre a la altura que la mujer lo coloque, y que en eso debes ser inflexible. 

Constituir una familia es admitir la posibilidad de grandes pruebas… hay que ir templando el alma para resistirlas.  Conocerás el dolor.  Aprende con la fe a valorarlo.  Por más abatida que te encuentres, siempre hay elementos en la vida con que rehacer la felicidad.  Cuando se trate de un deber, no podrás escoger.  Cuando puedas escoger, no lo hagas nunca mirando a tu propio provecho. 

Tienes en las manos un arma poderosa:  la ternura.  Lograrás con ella lo que toda la ciencia y los argumentos quizá no puedan conseguir.  No la derroches de modo innecesario, ni la escatimes en los momentos precisos.  Puedo asegurarte que el amor y la ternura cambian hasta los matices de los sentimientos, y el fracaso se convierte en estímulo, el llanto en consuelo, la ofensa en perdón y las dificultades en un nuevo encanto. 

Aprende a dominarte y dominarás a los demás.  Espera, y el fruto será tuyo.  Comienza dando la razón, y acabarás recibiendo la victoria.  Calla, y cada vez te interpretarán mejor. 

Evita a toda costa entre ustedes la violencia.  Discute después que todo haya pasado y siempre en la intimidad.  No cuentes a las amigas lo que debe ser reserva absoluta de los esposos.  Los problemas de tu vida y las cosas de tu alma, no los consultes más que con tu confesor y con tu madre. 

No exijas a la vida más que lo que ella pueda darte…ese resto de felicidad que en mayor o en menor grado falta a todo el mundo, no puede llenarlo más que Dios. 

Nada es tan revelador de la calidad espiritual de una mujer, como los momentos de pasión y de entrega:  en ellos también hay alma, delicadeza, arte y recato.  Serán momentos fugaces de exaltación o recuerdo perdurable que haga desearte siempre.  Depende del sello que tú les imprimas.  

Ríndete al paso del fuerte, del dominador, del dueño… y tendrás el secreto de verlo manso y dúctil, como un niño. 

No abandones la oración: compártela con él. 

Obsérvalo mucho para que logres entenderlo sin explicaciones y dar de un modo natural lo que su corazón necesita. 

Calla sobre los pequeños y diarios agobios del alma de casa, y habla de todo lo que hiera tus sentimientos y mueva tu corazón… en la vida matrimonial es un deber dar lo mejor que se posee. 

Cuida tu amor, tiene etapas muy frágiles: brota con facilidad, ensancha y florece en pocos años, pero desde el principio hay que hacer labor de arraigo, de solidez.  Allí en lo profundo del alma, donde la raíz se nutre y se aferra, donde la savia se asimila, donde un tronco se hace fuerte.  Es el único amor que en la tierra puede llamarse duradero. 

Ve perfumando tu vida poco a poco de estas experiencias recogidas por mí para entregártelas hoy y que nada valdrán si no fueran para ti fuente de felicidad, camino a la paz y seguridad de tu hogar, y encuentro con el recuerdo de tu madre que siempre, desde lo profundo de su corazón, viva o muerta, no tendrá más que un solo anhelo: salvarte y hacerte dichosa.