A la amiga única

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Cartas para una Vida

 

Entre las cosas crueles del exilio esta la separación de los seres queridos.  Y aunque sólo sea física, es un quebranto para nuestro corazón.

La amistad es como una armadura que la lejanía no puede destruir.  La vida pone encrucijadas de ausencia a la amistad, pero se encuentra con algo tierno, invencible, invulnerable.  Es pobre la victoria de la vida para hacerla desaparecer, pero profundo el hueco que nos deja para extrañar. recordar y sufrir.

La amiga entrañable y única se necesita mucho.  No porque la veamos todos los días, ni porque este atisbando todos nuestros pormenores, sino porque fluye una corriente de alma a alma cada vez que nos encontramos. 

Porque somos las únicas viajeras que vamos de la mano por esas regiones del espíritu, por esa empresa de crear y filosofar la vida.

Porque capta el momento que estamos atravesando, y da justo el poco de fe que flaquea, el impulso que decae, el sostén de lo que nos parece perdido. Sabe sembrar en nuestra aridez, abrirnos de nuevo las alas y encendernos de nuevo la luz.

Esa amiga es una descarga de energía en nuestro cansado caminar.  Nuestras debilidades y alteraciones las perdona, y las deficiencias quedan olvidadas como si nunca hubieran ocurrido.

Cuando gozamos o meditamos, o saboreamos el amor, va quitando espinas y malezas para que nada nos interrumpa y nada corte ese goce de elevarnos y vivir.

Esa amiga única tiene una amorosa paciencia y alegre acción santificadora en todo lo que hacemos. Siempre la sentimos subiendo al espíritu, que es su verdadero camino.  Lo material es secundario, siempre por lo bajo, a su debida distancia.

Cuando coincide contigo, te afianzas en su entusiasmo y su sabiduría.  Cuando disiente de tu parecer, te pones en guardia con sus consejos y razonamientos.  Cuando todo sale bien, te aplaude.  Cuando sale mal, te levanta y te protege.

No es una amistad pendular, de un lado a otro, dando tumbos.  Es fija, segura.  Sabes donde encontrarla.  Esa amiga esta allí, rondándote el corazón sin presionarlo, amurallando los bordes de tu herida para que no vuelva a caer en ella, tanteando tu fantasía para que no te desbordes y tus experiencias para que no se repitan.

Lo demás corre a cargo de Dios, como una estrella colocada entre sus manos.