Mensajes a mis hijos

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Brotes 

 

 

 

Ya me estoy sintiendo vieja, hijos míos.  ¡Me estoy cansando!  Y no voy a esperar el último momento para mandarles el mensaje de mi amor. 

¡Les estoy tan agradecida!  Porque con bondad o con disgustos, con penas, con angustias, con inquietudes, con alegrías, con tormentos, con cansancios, con risas o con llanto, me he sentido mujer.  ¡Me he sentido viva! 

Yo, que he tenido siempre el defecto de sentirme criatura mínima, insignificante, débil, he recibido en este largo camino con ustedes, y como singular privilegio de Dios, el don de la fortaleza, la dádiva de la confianza, el ensanche del corazón inundado de un amor a plenitud. 

Gracias a su padre y a ustedes, el hogar ha sido un huerto apacible donde fueron brotando las rosas… ¡Conocí el milagro de florecer! 

Y cada rosa de mi vida fue apretada contra mi corazón.  Desde que eran sólo un pequeño botoncito, nunca pudo tener cabida el egoísmo.  Dejé intacto en cada uno su propio perfume, sólo quise enterrarme las espinas, arrancarlas en un oculto desgarramiento, para dejar el tallo limpio, y que no empezaran la vida conociendo la lastimadura, el encono, el dolor. 

Estoy muy lejos de haber cumplido lo que fue mi ideal de madre… Sepan perdonarme, pues al menos hay una cosa cierta: que nunca cerré el paso de mi corazón a ninguno de ustedes.  Y todavía busco superarme en la palabra, en el consejo, en el sacrificio… en ese reflejo divino, sobrenatural, a que se hacen acreedoras algunas madres. 

No fui la fuente que ustedes merecían… y quizá ni siquiera la que necesitaban.  Pero los mejores años de mi existencia y de mi espíritu fueron como agua limpia y pura que se derrochó refrescando, nutriendo, limpiando, fortaleciendo. 

En ustedes, mis rosas, se fue entera la primavera y el vigor de mi juventud. 

Jamás encontraré definición ni palabra que exprese toda la perfección de madre que hubiera querido ser para ustedes. 

Rasgarse las entrañas.  Amanecer junto a la cuna una noche y otra.  Seguirlos.  Consumirse… ¡Eso no es nada! 

Todavía quisiera ser un símbolo más alto, una frontera infranqueable, una luz como de lucero seguro y eterno.  Enseñarles el secreto del perdón, el valor de la oración en silencio.  Dejar un beso en cada una de sus almas… ¡y una llama tibia en cada uno de sus corazones! 

Es cuanto desea

Su mamá