Hay que ser de temple

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Ramillete de Estrellas

 

 

 

   Hay que tener mucho temple para vivir.

 

   Es la fuerza misteriosa para sostenerse, es el

nervio fundamental para estabilidad de la vida,

el soporte para las penas, el eje para manejarse

en equilibrio.

 

   El temple está revestido de dignidad, y a

veces impone. Cuando recuerdo el temple de

algunas personas no sé que decir: sufro un

impacto que se lleva las palabras.

 

   Hay que ser de temple para que la flor del

alma se abra por estos caminos tan oscuros

para arrodillar los ojos cuando no puedan con-

tener las lágrimas, para que los labios estén 

siempre calientes y las palabras nunca resulten

frías.

 

Hay que ser de temple para mirar este mundo

tan sombrío y no matar la esperanza, para mirar 

este cielo tan nublado y llenarse las manos de

ilusiones, como si fueran pájaros en promesas.

 

Temple para brotar el amor por todas

partes como claveles mensajeros de Dios, para

sembrar en tierra arenosa y de alguna partecita

sacar la rosa que pueda perfumar nuestros

dolores.

 

 Hay que tener temple para poner lentes

nuevos en las cosas que por sencillas y corrien-

tes y no percibimos, para iluminar rincones que todos 

llevamos escondidos, y lagrimas que todos vamos

llorando.

 

   Tener temple para entrar allá, por la penum-

bra, por lo tapiado, por lo recóndito, por las pro-

fundidades inenseñables, para abrazar a los prójimos 

que no son nuestros amigos ni nuestros amores y

decirles: cuenta conmigo.

 

Hay que tener temple para evitar las discu-

siones, sofocar los enfrentamientos, olvidar los

rencores, cicatrizar las heridas, evadir los cho-

ques y evaporar los resentimientos.

 

Temple para responder a las sorpresas, en-

frentar a los imprevistos y amoldarse a los cam-

bios de la vida. Para buscar en la densa niebla

de uno mismo la chispa de luz que pueda sacarlo

a flote.

 

Hay que tener temple para aguantar todas las

tormentas y quedar en pie, sin que nada entur-

bie tu alma, ni enlode tu corazón.