Ya llego el sol

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

 

La llegada del próximo milenio no es para la gente cosa de almanaque, sino cosa de “magia”.  No es sucesión de tiempo, sino de suerte, de rumbo y de horizonte.  No es un nuevo trayecto, sino una euforia colectiva, mezcla de optimismo, sorpresa, asombro y miedo. 

Tal parece como si con el nuevo milenio llegaran otros resortes para vivir, otra mentalidad para pensar, otra historia para escribir ¡y otra invención para soñar! 

Cada uno la mira con su propio espejito, cada uno la proyecta como la quiere vivir.  Cada uno le da su propio tono, la pinta con sus propios pinceles, la retoca con su propia fantasía.  ¡Cada uno la imagina como quiere vivirla, la sueña como quiere realizarla y la goza como quiere sentirla! 

Es como si se nos diera un nuevo espacio para rectificar, un nuevo camino para empezar y unas nuevas alas para salir a volar. 

Para mí es como una incógnita donde todo se puede esperar, desde el derrumbe hasta la salvación.  Pero no hay duda de que estamos en un mundo de ocultamientos, peligros, corrupción y falta de valores. Un mundo dónde más bien se divisa un abismo distorsionado que una era de felicidad y paz. 

Presiento que en el próximo milenio la electrónica, los aparatos y la tecnología serán el eje central de la vida. 

Ya están los políticos planeando las movidas de sus tableros; los magos, esperando señales de sus estrellas; los sabios, experimentado armas sofisticadas para sus estrategias; los científicos, incubando células y gérmenes para hacer el hombre nuevo; los reformadores, lanzando modas y teorías cada vez más extravagantes; los poderosos, acumulando armas; los países ocultando sus intenciones; los presidentes, hablando de lo que les conviene, y las masas siguiendo a quien las engaña. 

Ya hemos visto cómo el mundo se globaliza cuando hay ganancia, se doblega cuando hay dinero, se solidariza cuando saca beneficio ¡y se mancha por poder, por miedo, por venganza, por prebendas y por odio! 

La vida es imparable, cambia constantemente.  El hombre la conoce, sufre sus experiencias, presencia sus problemas… pero pasan los meses, los años y los siglos ¡y el hombre no cambia!  No se reforma, no crece por dentro, no salva al mundo y sobre todo, no logra ser feliz. 

Todo se ha vuelto tecnología, globalización, electrónica.  Todo por fuera y nada por dentro, por los sentimientos, por la solaridad, el amor, la fe. 

El tiempo vuela, la historia se escribe, los sucesos pasan, el hombre inventa, ¡pero no es feliz!  No sabe amar, no sabe creer en Dios ni vivir a plenitud. 

El hombre es como un barco en el mar de la vida.  Pero el barco no es importante por flotar sobre el agua, sino por saber navegar en buena dirección.  No es importante por su motor último modelo, sino por una buena calidad en la gasolina con la que va a funcionar.  No es importante por llegar a la orilla, sino por tener un ancla que dé en el fondo y lo mantenga estable y seguro. 

El barco de hoy es como el hombre de estos tiempos: mucha brillantez, pero de pocos quilates; de velas muy altas, pero de cordeles muy flojos; con limón, pero sin brújula; con motor, pero le faltan caballos de fuerza; con mucha tripulación, pero con muy poco calado.  Es un barco de confort, de lujo, un “Titanic” del vicio que puede naufragar en cualquier momento. 

La civilización avanza, el mundo se transforma, los inventos asombran, ¡pero todo sigue igual! 

El hombre no cambia: son los mismos rencores, las mismas pasiones, los mismos instintos y las mismas injusticias.  Igual los crímenes, los engaños y los odios. 

¡Cuántos siquiatras y cuántos perturbados!  ¡Cuánto estudio y cuánta incultura!  ¡Cuánto prolongar la vida y cuántos con ella, sin saber vivirla! 

Tal parece a veces que estamos ante el hombre de las cavernas, el hombre primitivo, el hombre “en bruto”.

 ¿Cuándo nos vamos a pulir? 

¿Cuándo nos vamos a armonizar? 

¿Cuándo vamos a mirar más alto? 

¿Cuándo vamos a ser los hombres de un milenio verdaderamente edificante? 

¿Hasta cuándo vamos a seguir con el lastre de una semilla agria, un hogar sin madre, una escuela sin formación, unos pueblos corruptos y un libertinaje sin freno?  ¿Con madres que matan a sus hijos, compañeros que matan a sus condiscípulos, maestros que le temen al alumno, hombres que se quitan su propia vida? 

¿Hasta cuándo vamos a mirar el mar lleno de muertos, las montañas llenas de guerrillas y los caminos del mundo llenos de drogas? 

En el mundo que vivimos hoy, todo es excesivo: 

Excesivo el avión con la velocidad.

Excesiva la pantalla con sus noticias.

Excesivo el afán de la competencia.

Excesivo el potencial de las armas para matar.

Excesivo el afán de dinero.

Excesivo el vértigo del movimiento. 

Y tan excesivo el ruido del mundo, que no sentimos a Dios tocar, cuando llega a nuestra puerta. 

Es difícil vivir en un mundo lleno de incongruencias, de contrasentido, de cosas que chocan unas con otras. 

Se condena al dictador y se absuelve al tirano. 

Hablan de democracia y refuerzan el comunismo. 

Pregonan libertad y censuran a la prensa. 

Se exigen derechos humanos y se respeta a quien los viola. 

Se jura y se firma, ¡pero no se cumple! 

Se pone una cara por delante y  un rejuego político por detrás. 

Se escudan en el protocolo y se abrazan en el banquete. 

Se mancha la historia, pero son la sensación del momento. 

Señor:  nútrenos por dentro como hace el río con la tierra, como hace la raíz con el fruto, como hace tu gracia con el corazón.  Y en este nuevo milenio, déjanos ver un nuevo horizonte, una nueva estrella, un nuevo amanecer y un “nuevo hombre”.

 Que desde la primera claridad conozcamos tu luz y podamos decir: "¡Ya llegó el sol!”