Un consejo

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

   

Querido nieto: 

Con mucha emoción recibí tu carta donde me cuentas los detalles de tu graduación y la resolución de casarte cuanto antes. 

Cada vez que un nieto va tomando su lugar en la vida, es como si un regalo de Dios cayera sobre mi corazón. 

Pero la carrera del matrimonio no se estudia en universidades, en libros ni en tratados.  Es más bien de una pincelada cada día, de un beso cada mañana y de una revisión de trecho en trecho. 

Tal vez, por mujer y por vieja, pueda darte algún consejo que te sirva… 

No prometas si no cumples.  No exijas si no das.  No recargues a la mujer con atribuciones que deberían ser tuyas. 

Es una unión de seres esencialmente distintos: piensan en otro tono, hablan cosas diferentes, tienen gustos opuestos y canalizan las emociones por otros caminos. 

A la mujer le choca lo que para el hombre es natural.  Y el hombre encuentra superfluo lo que para ella es importante. 

Desarrolla tu habilidad, pues tendrán que trabajar con herramientas distintas.  Esos elementos contrapuestos no matan el amor; por el contrario, le dan un aire de misterio, de novedad y de encanto. 

No le hagas chistes a tus amigos con los defectos de tu mujer.  Aunque te diga que no le importa, en el fondo algo queda resentido. 

No manejes el hogar con órdenes y sentencias: no eres el jefe del ejército, sino el guía de la familia. 

No le regales nada dejándola la impresión de dinero y cumplimiento:  enrédale el corazón con tu mensaje y perfúmale la vida con tu amor. 

El peor mal del matrimonio no son las diferencias, sino el aburrimiento.  Cuando estar solos, el uno con el otro, produce hastío, desgano, decaimiento, es que te falta una imaginación inteligente y una mente creadora. 

No uses siempre la misma clase de amor, porque se te va a ir desdibujando, desgastando, desvaneciendo, como si fuera un hábito lleno de vacío. 

Cuando vivas el amor con ella, retárdalo con muchas palabras.  ¡Y después, hazlo inolvidable con mucha ternura! 

Cuando le digas un piropo, no lo hagas como se dicen a las que pasan por la calle.  Díselo en la intimidad, en tono bajito, con colores tenues, de ésos que usan los grandes pintores para embrujar las almas. 

Cuando le pidas un perdón, no lo hagas a secas.  Matízale tu arrepentimiento y sácale la espina con tus besos. 

Cuando la encuentres torpe para entender ese mundo complejo y difícil de tus negocios, acuérdate que tú tampoco entiendes esa madeja enredada y fértil de sus sentimientos y sus sueños. 

Trátala siempre con la misma caballerosidad que tienes en sociedad y la misma cortesía que brindas a los extraños, pero como lo más frágil, lo más delicado y lo más sensible que ha caído en tus manos. 

Respétala mucho.  Dale lugar de preferencia, de honor, de importancia.  Nada resiente tanto una mujer como la aspereza, la vulgaridad y el mal gusto.  Pórtate a una gran altura, con educación, con equilibrio, con elegancia.  En el fondo uno ama lo que admira, y uno admira lo que vale. 

La mujer es hija de la delicadeza, hay que tratarla como a una rosa.  Es hija del amor y hay que dárselo con refinamiento. 

Los pequeños fallos diarios llegan a ser un nuevo encanto con la dulce reconciliación.  Pero las heridas de fondo sólo cierran por encima y el sedimento que dejan es venenoso para el crecimiento del amor.  Ten eso muy en cuenta. 

Acepten el campo de predominio que tiene cada uno.  Tú eres el cerebro, ella el corazón.  Tú el científico, ella la poesía.  Tú eres la realidad, ella los sueños.  Tú trasiegas por el negocio, ella por los sentimientos. 

Tú eres el sembrador, ella la creadora, la que mete a Dios nueve meses seguidos en su taller íntimo para trabajar juntos y después de forjar la figura ¡imprimirle la vida! 

Acuérdate que te casas con un instrumento prodigioso, con la reina del detalle, la maga de la intuición y la maestra de la casa. 

Dentro de lo razonable, sé espléndido con ella.  No la fiscalices como si temieras caer en bancarrota, no le saques cuentas como si fueras un avaro y lo tuyo no le perteneciera. 

No disimules, no ocultes.  Hay gestos que delatan, actitudes que parecen espadas y miradas que duelen, que cortan la luz.  Hay pequeñeces que tumban las torres y demuelen por dentro. 

Nunca conocerás totalmente el alma de una mujer, porque es inabarcable.  Ni su corazón, porque es ilógico.  Ni su instinto, porque es indescriptible.  Ni su “sexto sentido”, porque es misterioso. 

Lo que sí aprenderás pronto es a saber lo que pesa una lágrima, lo que ablanda una súplica y lo que rinde un beso. 

Acostúmbrate a vivir bajo el hechizo de su femineidad, entre las redes de sus brazos y al calor de su corazón.  Acostúmbrate a recibir en un bello párrafo lo que tú hubieras dicho en tres palabras y a esperar tres horas para decidir sobre un vestido, lo que tú hubieras hecho en tres minutos. 

Acostúmbrate al canto de tu alondra, a la tibieza de tu paloma y a la zalamería de tu mariposa, que a fin de cuentas te van a hacer muy dichoso. 

Ojalá sea tu hogar el reto para este nuevo año. 

Ojalá sea la montaña más alta que puedas subir, el ala más limpia con que puedas volar y la estrella más luminosa con que logres realizarte. 

¡Ojalá que algún consejo te sirva! 

¡Y que seas muy feliz!