La Cuba de mis sueños

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

 

La patria de mi alma está en otra parte. 

Ni mi mente, ni mis ideales, ni mis amores, ni mis recuerdos, ni mis inspiraciones están aquí. 

Todo está lejos, con mar de por medio. 

Siempre que necesito patria, tengo que buscarla en otra parte. Siempre en la distancia, con olas, con millas de navegación; en lontananza, en nostalgias, en recuerdos. 

¡Todo en lejanía!  Todo entre brumas.  Todo entre lágrimas.  Como con las que vuelan sin llegar y esperanzas que afloran sin realizarse. 

El amor a Cuba no se pierde nunca.  No hay fortaleza como ese entretejido de cubanidad que no tiene decreto que te lo confisque, ni ley que te lo arrebate, ni manos criminales que te lo arranquen. 

Esas alas con las que entramos en ella, no hay quien te las corte.  ¡Porque son alas que salen de la raíz y son amores que retoñan por la semilla! 

A Cuba no la comparo con nadie, porque nadie se le parece.  En ningún país encuentro su esencia, su “algo” que no se concreta ni se palpa, que no sabe uno qué es ni cómo se llama, pero que envuelve, “embruja”.  Como cuando una mujer saca su aire de femineidad y el niño su mirada de cielo.

 

Cuba acuñó el amor bajo las palmas, las palmas nacieron junto al mar, y el mar se movió abrazando todo su contorno. 

Cuba era:

Hechicera en el campo.

Rumbera en la canción.

Aterciopelada en la ternura.

Cascada en la risa.

Amigable en el abrazo.

¡Y con mar abierto por todas partes!

 

Todavía confío en la anchura de sus alas, el acero de su voluntad, lo decidido de su carácter, lo tierno de su nido ¡y lo fuerte de sus raíces! 

Cuando nos canta al corazón, no hay quien nos quite la piel de azúcar que llevamos dentro y la alfombra verde por donde hacemos caminar la esperanza. 

Cuba es un trayecto cansado, porque ya es largo; una esperanza estrecha, porque ya es decepcionante; una irracionalidad que se comparte, porque ya es contagiosa.  ¡Pero nunca nos resignaremos a perderla! 

Es muy duro ver reír a Cuba con una cara triste.  Que cante su himno con lágrimas en los ojos.  Que entierre la alegría y que el oleaje ahogue su libertad.  Es muy triste que sangre la herida cada vez que tocamos sus raíces. 

Cada cubano era un son y un poeta.  Hoy es un prófugo y un desconectado. 

Cada cubano era libre y respiraba aire puro.  Hoy vive escondido por desconfianza y por miedo. 

No dudo que también el alma se haya lesionado un poco y se haya endurecido, pues la espera se ha prolongado, las cadenas se han apretado y los amigos se han ausentado. 

Es increíble que un país tan dulce, tan suave y tan sonriente se haya convertido en un caimán espinoso, escamoso y crispante.  ¡Y que entre las cárceles y la espuma del mar lleve tantos hijos enterrados! 

Lo que antes era nuestro nido, hoy es nuestro destierro.  Lo que era una isla bendecida y flotante, hoy es un yugo solitario y un peso abrumador.  Lo que antes era un jardín de flores, hoy es un campo de caña hueca y bejuco trepador. 

A Cuba le han estrangulado la garganta y no la dejan decir.  Le han amarrado los pies y no la dejan mover.  Le han cambiado el alma y no la dejan expandirse y sentir. 

Cuando en un país entran los liberales, las teorías erróneas y las ambiciones comunistas, va al derrumbe. 

Cuba era azul… hoy es violeta.  Era buena… hoy es rencorosa.  Era la concha con su perla… hoy es un caracol cerrado.  Era una palma que reía… hoy es un penacho que llora.  Era un río refrescante… hoy es un volcán candente.  Era nuestro techo… ¡hoy es nuestro exilio! 

A Santiago, en especial, lo saboreo como fruta de mi patio, jugosa y dulce.  Le canto como una canción de ésas antiguas que siempre dejan la música por dentro y el estribillo a flor de piel, rondando a tu alrededor.  Lo recuerdo como algo mío, real, positivo, ¡aunque me resulte inalcanzable! 

Ese terruño lleva mucha raíz, pero también mucho dolor y muchas lágrimas. 

Era chiquito, pero para mí era un reino. Era poca cosa, pero no le envidiaba nada a nadie. Era una ciudad, pero para mí era un trono. Era abundante, pero para mí era un emporio.  Era histórico, pero para mí eran hazañas de mi sangre.  Era retirado, condensado, pero para mí era una proeza, un invento de Dios ¡y un infinito! 

¡Ay, mi Cuba querida!  Eres como un paisaje visible y un ensoñamiento del alma; un estado mental y un dolor físico; un desgarrón y una esperanza; un dormitar sobre tus olas y un batallar por darte libertad. 

Cuba, yo te mando mi inspiración y mi canto. 

Aunque nadie te escuche, yo te oigo.  Aunque nadie te crea, yo te espero.  Aunque nadie te dé tu valor, yo te respeto.  Aunque nadie te reconozca el alma, yo te amo.  Aunque nadie sufra contigo, yo te lloro. 

Y a ti, Santiago querido, quiero decirte que doy gracias a Dios por haberme puesto a crecer bajo tu cielo, cerca de tu Ceiba ¡y dentro de tu tronco! 

Porque parecías pequeño y yo te sentía grande.  Eras una costa de mar y a mí me parecías la orilla del paraíso.  Eras una brisa sin embestidas y a mí me parecía un murmullo de ángeles.  Eras todo lo que nace con uno, y con el tiempo va tomando dimensión y grandeza. 

Aquello era como tener una enorme y apretada familia, y conservar su identidad.  Como si te acariciara el sol, pero sin consumirte la vida, más bien encendiéndose el corazón. 

Era como si la amistad se regalara y el amor te saliera al paso. 

No todo era felicidad y pulpa dulce.  También teníamos tamarindo y guayaba… pero todo se comía con gusto, porque allí todo lo tocaba el sol, todo lo acariciaba la brisa, todo lo besaba el mar ¡y todo lo bendecía Dios! 

Por eso, siempre estoy a tu lado.  Todas las mañanas, al abrir los ojos, amaneces conmigo y juntas nos arrodillamos a rezar.  Todas las mañanas me besas la frente, me dejas entrar el sol y los recuerdos, me entibias la nostalgia… 

¡Y juntas pedimos un milagro!