¡Gracias, Señor!

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

Porque me das la sensación de necesitarme. Por contar conmigo.  Por asignarme una parte, una colaboración, un algo que hacer junto a Ti.

 

Cuando me diste la fe, yo tuve que poner confianza.  Cuando me diste bienes, yo tuve que aprender a administrarlos.  Cuando me diste la vida, yo tuve que presentarte al hermano.  Cuando me hablas en la intimidad, yo tengo que saber escucharte.  ¡Y cuando me prometes salvación, yo necesito cooperar contigo!

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque Tú obras a través de nosotros, pero nosotros todo lo tenemos que hacer a través de Ti.  Llega el dolor y clamamos por Tú consuelo.  Llega el problema y clamamos por Tú solución.  Llega la felicidad y agradecemos la alegría.  Llega la enfermedad y clamamos por Tú poder. Llega la pasión y clamamos por Tú fuerza.  Llega el desconcierto y clamamos por Tú sabiduría.  Y ante tantos embates… nos rendimos a Tú misericordia.

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque cuando me siento niña, me regalas un retoñito lleno de sencillez.  Cuando me siento joven, me regalas un capullo lleno de promesas.  Cuando me siento madura, me regalas un fruto jugoso, lleno de sabor.  Y cuando me siento vieja, me regalas una cosecha llena de estrellas.

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque cuando se me hunden los hombros, Tú me vuelves a colocar las alas.  Cuando se me resbala la cruz, Tú me vuelves a colocar las alas.  Cuando se me resbala la cruz, Tú me las vuelves a encajar en otra forma.  Cuando me opaco, tus pinceladas me llevan a la “claridad del vivir”.  Cuando me remonto, Tú me recoges por el aire y me presentas alguien por quién bajar.

 

Cuando soy de barro, me cubres con estrellas.  Cuando soy de piedra, me pules en diamante.  Cuando no doy fruto, me haces flor.  Cuando no soy cántaro, me haces pozo.  Cuando soy de paja, me haces fuego.  Y cuando soy mariposa, me haces águila.

 

Te haces escultor para mi piedra, modelador para mi barro, pintor para mi paisaje y música para mis sueños y mis versos.

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque cuando creo que estoy seca, me asalta un manantial.  Cuando creo que estoy insensible, me estiras una cuerda.  Cuando pienso que todo ha sido en vano, me señalas la llegada del fruto.  Cuando empiezo a despertar, me enseñas el sol.  Y cuando me aferro y me resisto, ¡me rinde tu mirada!

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque cuando me siento paloma, me brindas un alero.  Cuando me siento jilguero, me reservas una rama.  Cuando me siento abeja, me regalas una colmena.  Cuando se me cansa la vida, me adornas un sueño.  Y cuando se me troncha el tallo, aparece un retoño y me calientas una rosa.

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque cuando me ofusco, siempre hay un canal en tu doctrina que se enciende al calor de la verdad.

 

Porque cuando me pierdo, siempre hay un botón electrónico marcando la dirección.

 

Porque cuando fracaso, siempre hay una computadora por dentro, registrando mis deficiencias.

 

Porque cuando triunfo, siempre hay unas manos invisible ayudándome a sostener el peso del éxito.

 

Porque cuando me llueve, siempre hay un arco iris por detrás.  Y cuando parece que voy a naufragar, siempre aparece un “radar oculto”, sacándome a flote.

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque para perdonar, me haces un surtidor.  Para conocerme, me das un filtro.  Y para poder mirarte, me cambias los espejuelos.

 

Porque no fui a buscar la inspiración en aulas y academias.  Porque el intelceto me lo modeló la vida, el corazón me lo modeló mi madre, el alma me la remontaron los hijos ¡y la fe me la regalaste Tu!

 

¡Gracias, Señor!

 

Porque no hay lágrima sobre la almohada que no recojas, ni suspiro que no atrapes, ni resistencia que no venzas.

 

Porque cuando soy un torbellino, me refrenas las ansias.  Cuando el agua está quieta, me subes la marea.  Cuando está cristalina, me retratas la sonrisa.  ¡Y cuando está revuelta, caminas sobre ella y me dejas pasar!

 

Yo sé de tu paciencia cuando “no sé hacer”, de tu rescate cuando no sé nadar y de tus enseñanzas cuando no sé sufrir.

 

Yo sé que el que se mete a soñar mis sueños, eres Tú.

 

El que me besa cuando duermo, el que me alumbra cuando cierro los ojos, el que me oye cuando hablo bajito, el que me espera escondido en el corazón, eres Tú.

 

Yo sé que el que se me arrebuja cuando me acuesto, el que me levanta a deshora y después que cumplo mi misión se pone suavecito como el edredón y calientico como la frazada a cuidarme la paz y el descanso, eres Tú.

 

Yo sé lo que haces cuando me ves desandar empujada por los otros, dispersa en el anonimato, remolcada por la vida… ¡Yo lo sé, Señor!

 

Ya voy entendiendo el “modo” de Dios, la forma en que se escurre por la vida, como se adueña del espacio, como teje sus hilos de luz.

 

¡Y como hacer para encontrarlo!