El periodista

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

 

El periodismo no es un oficio: es una vocación, y se necesitan muchas condiciones para ejercerla. 

El periodista no sólo proclama la noticia:  la traspasa.  No sólo busca las cuerdas de donde procede, sino que enciende el ojo mágico de su linterna para darle luz.  No sólo la juzga en el presente, sino que pronostica hasta dónde puede llegar el mal en un futuro. 

El periodista no es un novelista que inventa, crea y maneja las cosas con su imaginación.  Ni un biógrafo que describe hechos, características, formación y actuación, en la vida de los hombres que presenta.  Ni un poeta, que lleva dentro el instrumento de su canto, que pasea el mundo haciendo nacer rosas al sentimiento y que cambia la pupila de la humanidad. 

El periodista, cuando capta la noticia, no sólo tiene que asimilarla, sino someterla a juicio, desmenuzarla, dar razones serias, reflexiones imparciales y soluciones libres de ofuscación y de apasionamiento. 

El periodista es jinete, batallador, filósofo, profeta, conductor y maestro. 

¡Qué senda tan tortuosa cuando sale a defender verdades por el camino, y a proteger hogares de las cadenas que quieren arrebatarles su libertad y su fe! Anhelan hombres libres, felices, de Dios, de ésos que saben amar, conducirse y rezar. 

¡Qué responsabilidad la de su talento! 

Ante tantas caretas en el semblante, tantos disfraces en la figura, tantas posturas falsas, tantos halagos aparentes, tanto torcido bajo cuerda, tanto lodo en río revuelto ¡y tantas incógnitas tras el telón! 

Nos hemos vuelto un doble mundo lleno de desconfianza, interés, hipocresía y materialismo. 

¡Qué laberinto tan intrincado es a veces la vida del periodista!  Debe saber mirar a corto plazo el dolor de los pueblos, y a largo plazo, la realidad de sus destinos. 

Un buen periodista no quiere frutos amargos en el cuadro del mundo, ni Constitución minada en su base por los mismos que la proclaman, ni deformaciones a las verdades, ni sombras por los rincones, ni razones ocultas, ni destapes irremediables. 

A un buen periodista no hay manos que le sujeten la conciencia, ni vendaje que le tape las heridas del mal, ni nada que le cierre la boca a la hora de hablar ni le contenga la voz a la hora de la verdad. 

La vida de un buen periodista no se “atasca” a la hora de la prebenda, ni del miedo, ni del soborno. 

¡Qué difícil profesión!

¡Qué mal entendido el oficio!

¡Qué madeja tan tupida donde enredarse!

¡Qué fuego  tan tentador donde quemarse! 

Quizás sus ojos humanos no puedan abarcarlo todo, ni su pobre corazón, dar la medida exacta de todas las cosas.  Pero sí sabe, en conciencia, que ha defendido lo que creía justo y dado jerarquía a lo que creía superior. 

No olvida que es un faro y no apaga su luz ante los poderosos de la tierra. 

No está donde se reparte el oro, sino donde se rocían las virtudes. 

No está rastreando conveniencias en la tierra, sino donde se espolvorean de estrellas las verdades y la rectitud. 

No se queda en la superficie de los hechos:  se nutre dentro y les palpa las raíces. 

No se queda flotando en el espacio:  se sumerge en profundidades y llega al fondo. 

No se queda viendo pasar el mal:  toca la llaga y advierte el peligro. 

No pierde el paso:  conoce la tierra donde pisa. 

No anda por las ramas: se afianza en el tronco. 

No se escuda en evasivas: pone su fuerza en la justicia y en la verdad. 

No pone parches: va al grano. 

No divaga: siembra y poda a tiempo. 

No vive de escándalos y novedades, sino dando plenitud a su vocación y realización a su vida. 

No se contenta con ver pasar los sucesos diarios: nada en sus aguas, atrapa sus males, afila su pluma.  Y sin balas ni cañones, combate los pájaros venenosos que vienen a volar en nuestro espacio para empañarnos el horizonte, llevarnos a la ruina y quitarnos la paz. 

Porque la pluma es como un golpe de bala, ¡y se respeta! 

Porque lo mismo te encumbra que te deja caer; te hace un pedestal, que te arrastra; te levanta, que te pulveriza. 

El periodista dice a veces cosas que muchos no quieren oír.  Por eso su labor ahora se ha vuelto peligrosa y hasta su vida se ha vuelto muchas veces insegura. 

El periodista tiene vuelo de águila, puntería de cazador, ojos de cocuyo, mente de profeta, arrestos de guerrero y corazón amoroso de pastor. 

El periodista debe saber dónde están las murallas de los hombres y las exigencias de Dios. 

Son hombres de personalidades recias, de carácter, de médula, de luz.  De esa luz que tiene la estrella de Belén, que guía a los pastores, alumbra el camino y calienta el pesebre. 

A veces se les evoca cuando la patria está en peligro, cuando el mundos se despeña, cuando Dios se desplaza ¡y cuando el cielo se nos nubla! 

¡Qué distinto sería el mundo si estuviera lleno de buenos periodistas! 

El periodista tiene una vida polémica, difícil, llena de incomprensiones.  Lo rodean a veces condiciones muy duras.  Pero nada doblega su temple, su certeza y su convencimiento en lo que tiene que decir. 

El periodista afina los sentidos, olfatea las trastiendas y derribas las incógnitas; sube los muros y rompe la sombras para que nada desconcierte el corazón, ni desvíe la inteligencia, ni malogre el ideal. 

El buen periodista afianza las alas, no las rompe; fecunda el mundo con una antorcha en sus manos, y jamás llega a mancillar su historia con un borrón o con una mancha negra que le quite la dignidad y le rebaje la vida. 

El buen periodista sabe conjugar cerebro, corazón y valentía.  Una trilogía que le balancea la vida y lo hace salir airoso de muchos peligros, muchos túneles y muchas emboscadas. 

El periodista es un mentor que marca ruta, forma opinión y conduce a los pueblos.  Trabaja con los acontecimientos que lo rodean, para gloria de la tierra. Y con las estrellas que se le encienden dentro, para gloria del cielo. 

El periodista tiene alas muy anchas, ¡y las cuida!  Para que no vayan a quedar rotas ante las jaulas de la vida y lo sombrío del mundo donde tiene que volar. 

El periodista es un hombre que vive con la brújula en la mano, la pantalla ante los ojos, la tinta en el papel, el valor a flor de piel ¡y Dios en la conciencia! 

Es una espada afilada para la corrupción, la mentira y las bajas pasiones.  Una flecha que da en el blanco.  Y una linterna mágica para descubrir el refugio secreto del mal. 

¡Demos gracias a Dios por todos los buenos periodistas cubanos que tenemos en el exilio! 

Mientras existan los buenos periodistas, el mundo tendrá defensa, las causas nobles tendrán quien luche por ellas ¡y los seres humanos vivirán con esperanza! 

Gracias, también, por este diario de buen timonel, que a veces parece un gigante ante tantas pequeñeces y tantas envidias.  Este Diario de las Américas que ha sido, como bien dicen, nuestra “ceiba cubana”: siempre en su puesto, con tronco fuerte y raíces fijas.  Siempre impulsándonos con sus ramas y cobijándonos con su sombra. 

Este diario defiende la libertad, respeta los principios, informa la verdad y cree en Dios. 

Los buenos periodistas de estos momentos históricos y cruciales de nuestra patria son los que, al morir, podrán decir: 

“He trabajado por el mejoramiento de los pueblos.  Por la justicia entre los hombres.  Por el bien de mis semejantes.  Por una patria soberana y feliz.  Sin ambición personal, sin codicia, sin envidias, sin odio.  Todo conforme a mi conciencia ¡y a mi Dios!”