Bendícela Señor

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

 

   

Lindo y despejado amaneció el día en que estaba todo dispuesto para la prueba final de tu vestido de novia.  Ese vestido “único”, tan íntimamente ligado a la vida de toda mujer; primero, como un sueño deseado y romántico; luego, como la culminación de un amor limpio y puro que va a marcar tu vida para siempre, a definir tu historia y a madurarte como mujer. 

Parecía como si salieras de una nube blanca para asomar tu sonrisa de felicidad.  Fue una visión etérea, como ángel cubierto de copos de nieve, como una virgen emanando algo sobrenatural, como un cernido de azahares que llenó la pequeña estancia. 

Quedé emocionada y extasiada.  Quedé con la pupila llena. Dormí esa noche con tu visión en los ojos y algo apretado el corazón. 

Presa entre tules, te veías bella, ¡radiante! 

Parecías una figura de porcelana con el “alma de cristal”.  Un cristal limpio, transparente, brillante, sin la cicatriz de ningún gran dolor, sin la sombra de ninguna gran pena, sin el estrago de ningún gran fracaso. 

Porque, ¿sabes, mi amor?,  el cristal del alma muchas veces con el tiempo se empaña, se va llenando de golpes, de rajaduras, de rayoncitos grandes y pequeños; de hendiduras tan profundas que a veces nadie las conoce. 

Porque, mi niña, la vida duele, la vida se llora… y no con lágrimas de rocío, como son ahora las tuyas, sino con lágrimas de fuego que te queman dentro, y lágrimas a veces que nunca llegan a secarse. 

Pero tu mundo de hoy es de sol, de filigranas y de sueños.  Y tu alma de cristal es el mejor regalo que puedas ofrecer y el mayor tesoro que puedas presentar ante el altar. 

Prepara el corazón para templarse con la vida.  Piensa que ese mundo ideal tiene su prosa, que ese jardín de rosas tiene sus espinas, y esa copa en que van a beber sus labios, tiene a veces sus goticas amargas. 

¡Cuantas veces en estos últimos años pensaba que no iba a vivir lo suficiente para verte vestida de novia!  Que esa “niñita dorada” que cambió el otoño en primavera y la vejez en juventud no la podría ver hecha toda una mujer y una profesionista. 

Sólo Dios pudo hacer este milagro en mi naturaleza.  Sólo Él pudo romper todos mis cálculos y ofrecerle este regalo a mi vida.  Sólo Él pudo decirme en la prueba final de tu vestido de novia: 

“Quisiste hacer de ella algo tuyo… y ahí la tienes.  Viviendo lo que tú ya viviste, logrando el amor como tú lo lograste y haciéndote repasar el pasado, llegar a un punto donde el presente y el pasado se encuentran y hacen retoñar recuerdos, reproducir hechos e imágenes y girar los años, como en una película de momentos inolvidables.” 

En ti encontré una repetición de mí misma.  Fue como un doblaje de mi corazón después de muchos años.  Eran aquel amor, aquellas ansias de vivir, aquellas emociones y aquellos sueños revoloteando sobre mi. 

Pero ahora tienes ante ti el ancho horizonte del amor, un cielo inmenso donde realizarte.  Abre tus alas para el despegue, el lanzamiento y el vuelo. 

Porque desde ahora te vas a encontrar con muchas incógnitas, con muchos golpes de suerte, con muchos imprevistos, con muchos descubrimientos y con muchas realidades. 

Pídele a Dios que estos cambios en tu vida no sean drásticos sino acompasados; no sean heridas sino enseñanzas; no sean imposibles sino maniobrables con tu habilidad y tu inteligencia.  Que no sean un manto que te dé miedo, sino una tela sobre la que puedas empatar y tejer de nuevo. 

Pídele sabiduría para el amor, porque hay quien está plantado en su tierra y nunca logra florecer. 

Pídele sabiduría para entender al otro, porque hay quienes llevan muchos años de casados y no se conocen. 

Pídele “tacto” para presentir las tempestades y disolverlas a tiempo. 

Pídele que te dé el justo medio de las cosas:  ni empalagosa ni desabrida, ni vanidosa ni desarreglada, ni todo moderno ni todo antiguo, ni todo realidad ni todo sueño, ni toda amiga ni toda amante, ni toda mujer ni toda madre. 

No vayas al matrimonio sin llevar mucha ternura.  Es algo que a la mujer le sobra y al hombre le falta… Él solo conoce la que tú le enseñas, en ella se siente perdido, incapaz, débil.  Es el alma que tienes para desarmarlo y la llave que tienes para vencerlo. 

Desde que te cases, empieza a trenzar, con las puntas de tus raíces, nudos bien profundos para fabricar un buen cimiento. 

Después de eso, yo te diría: 

Sobre las violencias, las alteraciones, las discusiones y los problemas que se te presenten, “ablanda” y “suaviza”. 

Ablanda, para que la vida del hogar se haga mullida, aterciopelada y confortable. 

Suaviza, para que todo llegue aplacado, sin estridencias y en paz. 

Vive levantando tu propia luz, pendiente de las pequeñeces de tu casa, de los escapes de amor que parecen poca cosa y a la larga lesionan y  llevan al vacío. 

Vive dando y pidiendo perdones, antes de que se levante el silencio.  Moldeando y encendiendo su corazón, antes de que se congele en rutina.  Moviéndole las ramas, antes de que se sequen las rosas.  Y llenándolo de sol, aunque no sepa de dónde le viene la alegría. 

Todo eso, apoyada en un cristianismo “vivo” y mucha gracia de Dios. 

En el matrimonio se agranda y afianza la vida.  Se crece por dentro.  Te haces mujer.  Se afina tu sensibilidad.  Se desarrollan tus facultades.  Espigas, te pules y empiezas la obra. 

Pidamos juntas que lo que empiece en semilla, pare en fruto.  Lo que empiece en arena, pare en perla.  Lo que empiece en corriente, pare en río.  Lo que empiece en gajito, pare en racimo.  Lo que empiece en peñasco, pare en manantial.  ¡Y lo que empiece como proyecto de vida, pare en una luminosa realización! 

Gracias, Señor, porque lo que empezó como una espiguita pegada a mi tronco, hoy es un árbol que me da sombra y fuerzas para vivir. 

Eso fue lo que dijo mi corazón en la lágrima que rodó cuando te vi vestida de novia. 

Siento que mi niña dorada con alma de cristal es una rosa que se abre a la vida. 

¡Bendícela, Señor!