Viernes Santo

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Tengo sed, dijo Jesús en la cruz.
Su sed no era de agua, sino de amor.

Un amor que hoy se nos pide 
para portar la cruz de la vida, 
para soportar dolores y fracasos, 
para abrirse a los pobres 
que llevan a Dios consigo.

Jesús dijo a los jóvenes de su tiempo:
Si queréis ser mis discípulos, tomad la cruz y seguidme.

Su Cruz, la del Señor de la Humildad,
del Santísimo Cristo de la Buena Muerte,
del Santísimo Cristo de los Favores,
del Santísimo Cristo de la Expiración,
del Santo Sepulcro y Descendimiento del Señor,
caminan hoy hacia la Iglesia Madre de Granada,
para ser esa Iglesia viva 
que nos reviva los versos de soledad 
y los silencios más puros,
y así purificados, 
escuchar la voz de Dios, 
sin la escarcha de las guerras 
y los descorches del odio que nos matan.

Las soledades de nuestra Señora
siguen a Cristo en la cruz,
signo de dolor y señal de luz, 
y es desde la cruz, 
donde Cristo nos conduce a su Madre,
y su Madre nos guía a Él.

Hoy, todos unidos en la cruz,
alzamos el verso del amor,
el amor que es una saeta de alabanza,
y un incienso que nos conmueve
y nos mueve como cirios de amapolas,
para proseguir el camino y seguir el caminar,
con la mirada puesta en el Señor,
en el sol que nos ha germinado,
y en la luna que nos ha crecido en la poesía, 
hasta ascendernos como tiernos pétalos de aire,
y descendernos al eterno aire de rosas y rimas, 
¡a la eternidad! ¡a la perenne inmortalidad!