Algo más que palabras

Vencer miedos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

            Organismos, instituciones y movimientos internacionales, nos participan a diario la comisión de gravísimas violaciones a los derechos humanos. Los medios de comunicación también nos ofrecen buenas dosis de lamentos, angustias y terror. Los juicios injustos y las torturas, cada día más a la orden del día, nos sobrecogen y horrorizan. Ante esta ola de calvarios que el mundo soporta, uno llega a pensar que tal vez sea mejor que le odien con tal de que le teman. Puede que no sea fácil enarbolar la bandera en favor de los débiles, pero tenemos que aprender a vencer el miedo. Hemos de hacer frente al avispero de inseguridades. Nada es tanto de temer como el temor.

 

            Entre tantos fuegos se necesitan muchas manos, cuantas más mejor, para extinguir el océano de llamas que nos circunda y padecemos. De nada se ha de tener tanto miedo como del miedo a no ser uno mismo. Corremos ese pavor, mal que nos pese. Por eso, se precisa de  toda ayuda que nos mantenga unidos y fuertes en la protección a la vida, fuere donde fuere, donde habitase un ser humano. Ante el estado de crueldad que vive el mundo, es un respiro a la paz, que se reúnan e involucren dirigentes políticos, académicos, intelectuales y movimientos sociales, como fomenta el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona. Es todo un ejemplo a seguir.

 

            Más que nunca, con toda urgencia, se necesita que impulsemos foros de discusión para el intercambio de ideas. Sólo así podremos favorecer el entendimiento mutuo, la tolerancia, la prevención de conflictos,  o parar las contiendas.  En las guerras no hay vencedores, ni vencidos, sino necedad cobarde para afrontar los problemas. El resultado siempre es el mismo, una matanza entre personas que ni se conocen ellas mismas. Ante el diluvio de atentados contra el género humano que se vienen produciendo, donde ya nadie está seguro en ninguna parte del mundo, se precisa fomentar la escucha entre Oriente y Occidente, en base a mucho diálogo, nada de recelos, que conversar es una forma bella de versar la vida. O lo que es lo mismo, una medicina para el corazón aletargado en el dolor.

 

            Cualquier encuentro o motivo es saludable para avivar ideales de convivencia, comprensión y tolerancia. Esa atmósfera comprensiva la pide a gritos el mundo de hoy. Y para ello, es importante salvaguardar los derechos más naturales, los inherentes a todo ser humano por el hecho de serlo. Aquí el mundo no puede claudicar. Es una vara de medir imprescindible en la vida, tanto para los culpables como para los inocentes. La negación de juicios justos es la mayor de las injusticias, una golfería macabra que se vuelve contra el sosiego. La lluvia torrencial de abusos e hipocresías poco ayuda a que las tensiones dejen de estar tensas. Una buena noticia para aflojar nerviosismos, es la patrocinada por  Amnistía Internacional, que se ha comprometido a reavivar y revitalizar la concepción de los derechos humanos como un poderoso instrumento  en la consecución de cambios concretos. Esa es la línea a seguir, la del acatamiento a unos principios básicos que nos permitan vivir los unos con los otros. A veces el lobo no teme al perro pastor, sino su collar de clavos. Esas claves de convivencia han de ser sagradas para todos, y como tales, temidas y respetadas por todos.

 

            Decía Alonso de Ercilla que “el miedo es natural en el prudente, / y el saberlo vencer es ser valiente”.  Hay que serlo, para tirar por tierra las abundantes casas del horror del mundo, donde se practica la tortura y el genocidio, la violencia y violaciones, rudezas a mansalva puestas en escena al más cruel estilo leonero. El desalentador panorama que nos ofrece la tele, o que vivimos en primera persona, me ratifica en la premura de actuar desde los derechos humanos, los que nos debieran educar a todo el planetario. Debiera ser disciplina común en todos los estados y naciones. Es bueno formarse en ellos e informarse sobre ellos. Alimentarse de ellos y alentarse en ellos. Seguro que criados a la sombra de su ejemplo, no haría falta tantos adiestramientos de ejércitos, ni tantas guerras inútiles para mover al mundo hacia la concordia.

 

            Retornando a los muros de la patria nuestra, que un militar se despida del cargo hablando de mentiras, venganzas y deslealtades; que los políticos se entrometan en los medios de comunicación dictando sus prioridades informativas; que la justicia sea más lenta que un tren de vapor; que la sanidad no tenga habitaciones ni camas suficientes para los enfermos; que los padres no puedan elegir el tipo de educación que quieran para sus hijos; es una retahíla de despropósitos que se dan para desgracia de todos. Podríamos llenar cientos de periódicos con miles de abusos. Por eso, ratifico una vez más, lo de vencer miedos y plantar cara, sobre todo cuando se trate de incumplimientos de derechos y libertades constitucionales. Empezar por la propia casa tampoco está nada mal.