Algo mas que palabras

Una sociedad de deprimidos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

A poco que naveguemos por la atmósfera de la vida, nos daremos cuenta que aún teniendo más medios para existir, nos falta saber habitar en la alegría de vivir. La depresión, es la enfermedad del siglo actual. Para estas nuevas situaciones, necesitamos a marineros que nos reanimen, que nos hagan ver que el océano de la vida es una ola de muertes, pero también de resurrecciones. Calderón de la Barca ya nos lo advirtió que “la mayor victoria es  vencerse a sí mismo”.  Somos frágiles, lo sabemos; pero, caer en el desaliento es como suicidarse a corazón abierto, romper el canal de la existencia y ofuscarse en la aflicción,  cerrando las ventanas del alma a la contemplación de los jardines del universo. Se necesitan inventores de hospitales que aviven la vida. Porque el arte de vivir es el arte de evitar las penas, de aprender a sobrellevarlas. 

Hace falta una nueva cultura en favor de la vida, una estela difícil de cobijarla sin una acertada brújula que nos oriente al amor.  Para ello, necesitamos invertir en humanidad. Es cierto, que no hay dinero capaz de pagar esa donación que todos precisamos en algún momento, pero más doloroso es que comencemos a saber vivir cuando fenecemos. Unos versos de José María Pemán, nos auxilian en el tormento de la tristeza. Descubrir las pequeñas cosas nos engrandecen: “Todo el arte de vivir/ con paz y resignación/ está en saber alegrarse/ con cada rayo de sol”. A veces nos tragamos demasiados dolores a solas, sin compartir nada, resultando difícil ver la luz por si mismo. Olvidamos que un acto de amor vale más que grandiosas empresas. Nos otorga una alegría tan vivificante al corazón como de salvavidas a la vida. 

 Padecemos un empobrecimiento cultural grande. Nada nos satisface. Porque lo que buscamos que nos complazca, es puro materialismo. La vida no es valorada en el amor, avanzando así hacia una civilización depresiva. Esto nos conduce a cuerpos en venta, hacia una degradación del sexo que se muestra en las olas de confusión moral, infidelidad y la violencia de pornografía. El planeta mismo no es estimado como razón de vida. Consecuencia de ello, las tinieblas del egoísmo destructivo en mal uso y explotación del medio ambiente, nos imprimen también su aire depresivo. Se puede vivir de muchos modos, pero hay modos que no dejan vivir, y eso hay que atajarlo antes de que sea tarde. Anoche mismo, servidor fue víctima de escandalosos “litroneros” que no me dejaron pegar ojo en toda la noche, ni tampoco practicar el corazón en soledad y silencio. ¡Muera la juerga absurda de bañarse en el alcohol!  ¡Cuánta depresión se percibe en estos jóvenes que sólo saben levantar la botella y escandalizar! 

Todo lo que se opone a la vida, nos deprime. La vida es para vivirla y para saber beberla. Nos abaten los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia. Este alarmante panorama (televisado a veces con caudalosa morbosidad) que actualmente soportamos, nos puede agrandar el corazón de piedra, pero al final el pedrusco nos cae en nosotros mismos y nos amortaja también la existencia. Las estadísticas nos hablan de incrementos tanto en violaciones como en violencias. Los sucesos más macabros dejan de ser noticia, porque lo noticiable, es que no haya sucesos. ¡Qué poco vale la vida humana para algunos!. Claro, esto deprime un montón. En la selva nadie está a salvo. 

La vida, desde luego, es una tarea a desarrollar en la que cada cual ha de implicarse y aplicarse. Nada de hundimientos. Lo mejor para huir del sentimiento persistente de inutilidad, de la pérdida de interés y de la falta de esperanza en el futuro, es la entrega al prójimo. Gran alimento es ayudar a vivir. La mejor de las psicologías y de los programas.  La fuerza del corazón todo lo puede, la que germina del amor, sin contaminantes, en estado puro, para que purifique. Así cultivados, creceremos por dentro, en el optimismo, en la cultura del hacer, como vociferó Miguel Ruiz del Castillo, con su eterna y tierna estrofa: “Hacer las cosas por las cosas/ sin esperar la recompensa, / que nunca las rosas/ reclaman su perfume”. Porque la vida, sólo la viven, aquellos que la donan. Sólo hay que ver la cara de alegría de Juan Pablo II, a pesar de los dolores que soporta.