Algo más que palabras

Una paz injusta mejor que una guerra justa

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Los hechos nos demuestran que la ofensa refutada con la defensa no es suficiente, porque en vez de vencer el enviste, uno se deja convencer y vencer por el combate. Pienso, por tanto, que es preferible asentir una paz injusta a consentir una guerra justa. La paz obtenida a golpe de fuerzas armadas y bombas encinta de odio, no es más que un alto en la contienda. La realidad es la que es y no es nada pacificadora. Necesitamos más que nunca el sosiego de la concordia, sí queremos que la vida prosiga en el mundo. Estas fechas debieran ser propicias para concelebrar y celebrar el gozo de estar juntos con la diversidad cultural, puesto que han empezado a nacer en algunas provincias más hijos de inmigrantes que de ciudadanos españoles. Un buen propósito para los tiempos venideros, pues, es empezar por amar cada uno la paz del vecino, provenga de donde provenga, recurrir menos a las armas y más a las palabras, al atinado tono y tino del corazón. 

Enfrentamientos continuos dejan una estela asombrosa de difícil cura que nos dividen y separan. Causa espanto ver por distintos medios de comunicación mujeres y niños utilizados como carne de compraventa y cañón, puestos como escudos en primera línea de batalla, dispuestos a guerrear a cualquier precio, leoníferamente adiestrados para morir matando. Aunque parezca que nos queda lejos este calvario que a veces no queremos ni verlo, cerramos los ojos y pasamos página; está ahí, a la vuelta de la esquina, golpeando el bien para infectarnos de mal. Una plaga que se nos avecina. Por ello, es vital para la avenencia de toda la familia humana que la subsistencia de toda persona esté garantizada. Sólo así no se dejará mercadear por ideologías mortecinas. 

Las guerras son el mal de nuestro siglo y lo son porque la política ha dejado de ser esa poética de exploración constante en favor del bien ajeno, de los que menos tienen, como si fuera el propio. Dicha responsabilidad no exime a nadie del desvelo, es de todos nosotros, particularmente de la autoridad política y de los diversos gobiernos, crear un clima que favorezca el desarrollo integral de los que malviven. Por poner un ejemplo, y venir a lo más cercano, resulta bochornoso a estas alturas europeístas y con tantas ventanillas inútiles, bajo el apellido de asuntos sociales, yo diría más bien descafeinadas de lo social, ver a pobres por las calles, sentados en una esquina pidiendo una limosna y a otros, como si fueran un perro, escudriñar en los basureros de hoteles y restaurantes en busca de ese plato que hemos dejado a medio comer, y por otra acera, toparse a una familia con un animal vestido con ropa de sastre, dándole un menú de ricos. ¿No sería más humano adoptar un pobre en el hogar antes que un animal? –me pregunto. ¿No es más justo dejar a los animales vivir en libertad y en su hábitat? – me vuelvo a preguntar. 

Pienso que pertenecer a la familia humana ha de otorgar un respeto y una consideración, un alma en el alma de los demás. Nos conviene estar unidos para que los aires destierren los desaires, tutelar los buenos corazones para que el racimo de la bondad nos alcance sin racismos. Ahora se pide, desde todos los frentes, un mundo más seguro; pero, también en la misma línea, habría que pedir un mundo más solidario que apueste por la fuerza de la razón antes que por la fuerza del poder. Hay que defender la paz a toda mecha pero sin mancharse por la venganza y el uso de la potencia. Cuando el verso nos universaliza, el poema del amor es el mejor gobierno, la ley de leyes, la perfección más perfecta, el único aliento posible para alentar la paz y aletear hacia el bien. 

Por todo ello, prefiero una paz injusta antes que una guerra justa, dado que el bien de la paz está enraizado y rimado estrechamente a la conjugación del verso, de manera coordinada y equitativa. Esto sólo se consigue desde la serenidad, mesura, tolerancia y recato al derecho foráneo. Tal y como está el patio terrícola, es casi un imposible que una guerra sea justa ante el diluviar persistente de las injustas injusticias. Para conseguir la preciada paz hay que saber apreciarla, afirmarse y reafirmarse que la violencia nada soluciona y que la vida merece la pena vivirla y beberla en el amor. Juzgo indispensable para los nuevos tiempos, promover valores que hagan conciencia sobre toda ciencia y belleza en donde nazca maleza, a fin de seguir viviendo como dice la canción. 

Solamente sobre esta base de personas humanas, crecidas en el amor y no en el dominio para poder más, en vez de servir mejor, se puede dar una nueva vida digna en libertad y justa en igualdad. Según estadísticas recientes, rondan el setenta por ciento los españoles que califican al dos mil cuatro como nefasto. Por encima de cualquier diferencia de lengua, nacionalidad o cultura, hemos de sentirnos un mismo corazón al igual que cantó Pemán en su tiempo: “hay que hacer el bien deprisa, / que el mal no pierde momento”. Y así contribuir, durante el dos mil cinco, de manera concertada y acertada en la edificación de un mundo fundado en los valores de vivir y dejar vivir, lejos del saber de los especialistas, especializados en aplastar a los débiles mientras no se demuestre lo contrario.