Algo más que palabras

Tiempo de encuentros y promesas

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Tenemos la oportunidad, en estos días de encuentros familiares, no exentos de encontronazos sin querer, sobre todo en los grandes almacenes a la hora de rebuscar cosas y pagar, de reencontrarse con los latidos del corazón y de reconocerse más en la poesía que en el poder, en la luz que en la sombra, en ese belén viviente que es la vida, a la que vestimos de muerte con nuestros odios y venganzas. Necesitamos reavivarnos en el amor, que todo lo purifica, enmendarnos a los valores y revalorizar al ser humano por el hecho de serlo. Nos empobrecemos como una colilla usada, cada vez que pisoteamos sus derechos y su libertad a pensar por sí mismo. Pretender un pensamiento único es caminar contranatura. Cada persona es un mundo y el mundo es un pañuelo no demasiado limpio, al que habría que higienizar con el lenguaje del alma, que respeta a todas las vidas, independientemente de la cultura, lengua y religión a la que pertenezcan.  

            Ciertamente, es tiempo de reunirse y de unirse a la vida. Esto fomenta integrarse y reintegrarse, lluvia que viene al pelo para toda la humanidad, tan deshumanizada. Es momento justo y necesario, ante tantas necedades, de recomponerse a vivir en armonía  y de oponerse a las guerras. En este surtidor de felicidades, no tan felices para muchos, más de los debidos, porque la felicidad no se compra ni se vende, lo más gozoso es donarse a todo ser vivo como un niño, volverse el ángel que fuimos, seguir la estrella de la vida que nos da vida. Para ello, el amor que hay que amar es el de la entrega, la alegría que hay que compartir es la de la sencillez, el sacrificio que hay que ofrecer es el de la luz; el alba en su albor que todo lo apacigua, o lo que es lo mismo, el sosiego en la paz que, en la calma, nada ni nadie se enfurece.  

            También es ocasión de sentirse y de hallarse en el sentido de la vida. El exceso de consumismo en vez de gozarnos, nos esclaviza. Las deudas nos atormentan. Los cargos son una carga que nos impiden llegar a final de mes y hacer el mes sin sobresaltos. Un libro de reciente publicación, «Trading Up: The New American Luxury» (Gastar: el Nuevo Lujo Americano), observaba que la gente está cada vez más dispuesta a pagar más dinero por lo que consideran productos de marca. Ya no sólo queremos tener más, también ser más en el status. ¡Qué torpeza!. Olvidamos que la clase y la exclusividad es otra cosa que no casa con las cosas, es más una cuestión de principios, de singularidades, de formas de ser y de actuar. Lo demás es aborregarse, arruinarse y ser un títere al que le mueven los hilos. Las diferencias las marcan, no las marcas, sino el sentido de ser uno mismo en la decisión.  

Bien es verdad, que cada día resulta más difícil, ante tanto reclamo publicitario, no dejarse llevar por las modas. Quizás si hubiese muchos jóvenes como el grupo musical Odres Nuevos,  comprometidos con los más pobres y desfavorecidos mediante la oración, la música, el teatro, la solidaridad, la celebración y el testimonio, otro gallo nos cantaría. Ellos pretenden vivir el seguimiento de Jesús y su Evangelio cantando desde la fe, en diálogo con la cultura actual, la realidad social y el pensamiento. Sus canciones son pura reflexión. Lo refrendan su dos discos editados hasta el momento; el primero de ellos se titula Líbrame de instalarme y el segundo La urgencia de este tiempo. Aparte de que los beneficios económicos, tanto del primer disco como del segundo, han sido para una asociación de toxicómanos, merece la pena escuchar sus letras (más baratas que las letras del banco), que son verdadera denuncia a los falsos dioses y al crecimiento de la pobreza en el mundo.  

Siempre es saludable juntarse, mejor cogerse y acogerse, para que nadie se sienta solo entre tanta gente, ni uno más en el montón de seres vivos. No sólo los responsables de los pueblos, ciudades y países, son gentes importantes. El futuro se construye entre todos. Nadie sobra en la mesa de la vida. El más humilde entre los humildes puede contribuir a construir un porvenir de paz y de confianza. Volvamos los ojos a la Navidad. Jesús no nació entre ricos, sino en la pobreza de un pesebre. Tal vez hoy naciera debajo de un puente, entre cartones y miradas de indiferencia. Sin duda, precisamos creer en otro mundo y crear otras formas de vida más igualitarias y más justas de justicia. Sería un buen propósito para la paz, por la que tanto pedimos, pero que debemos hacer cada uno de nosotros, conciliando acuerdos, reconciliando posturas e inventando vías, más de verdad y de amor que de intereses.

Si fomentar los encuentros siempre nos vivifica, cumplir las promesas que casi siempre nos hacemos por estas fechas, es una buena manera de empezar el año. Tomando nota de lo que dijo el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, de que
hacen falta más donantes para que la ayuda oficial al desarrollo llegue al 0.7% del Producto Interno Bruto, se me ocurre pensar en que la Navidad del amor fuese Navidad todo el año, que las noches fuesen todas noches hermanadas, y que los días nos trajesen una luminaria de inversiones en educación para la paz y en salud social para la sanación del mundo. Se necesitan, pues, donantes más de amor que de señorío y más de alma que de cuerpo. A pesar de tantas navidades vividas, el mundo tiene todavía anhelo de ser cielo. Pienso en santa Teresa del Niño Jesús, ahora que sus reliquias son misioneras del mundo, que con su “pequeño camino” propuso el auténtico espíritu de la Navidad, la de la espera en la esperanza, a la orgullosa conciencia moderna que todo lo mercantiliza, hasta el amor. ¡Feliz Navidad!.