Algo más que palabras

Ser discípulo de sí mismo

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

Septiembre huele a inicios de cursos académicos. La vuelta a las aulas. Con renovados propósitos. El de la enmienda siempre es beneficioso para todos, lo advierto. Es como si fuese un nuevo año. Esperemos que aumenten los alumnos dispuestos a mejorar sus rendimientos y a obedecer las instrucciones del maestro. O sea,  tanto su actitud (modo) como su aptitud  (capacidades). Hay estudios que subrayan que el niño aprende a ser libre obedeciendo. Kant debió tenerlo presente cuando escribió: “La disciplina es lo que consigue transformar la animalidad en humanidad”. Esperemos que también lo tengan en cuenta los implicados: padres, docentes y legisladores. Por ahí empieza la calidad de la enseñanza. Por educar íntegramente. La educación, más que el intelecto, apunta a la personalidad total del educando. De ahí, que no sea fácil ser maestro. Nunca lo ha sido. Para serlo hay que ser discípulo de sí mismo. 

            El problema más serio con el que se encuentran  hoy los docentes, a mi juicio, no es tanto el de los contenidos a enseñar, sino el de hacerse respetar. ¿Por qué nadie quiere imponer nada a nadie? ¿Por qué se ha desterrado la disciplina y el orden de las aulas? Considero que ni el látigo es bueno, pero la indisciplina tampoco. Conlleva más fracaso, el escolar y el personal. Está visto que las transigencias y para bienes no ayudan, en absoluto, a la educación. No se puede permitir que a un educador se le insulte o se le amenace. Eso si que es dictatorial y mezquino. De seguir así, ya veo guardias de seguridad haciendo pasillos y policías secretas en las aulas. Desde luego, hay que recuperar, con urgencia, los valores esenciales de la educación. Incluido el valor del maestro, el vocacional, el que ha hecho de la educación su actividad vital. 

            Está bien que los distintos gobiernos (autonómico y estatal) incrementen las partidas para educación y que apuesten por las actividades de cultura y fomento del deporte. Que hagan campaña en favor del ocio cultural, para que los jóvenes participen, y dejen a un lado el alcohol como forma de diversión. Que censuren la tele que excita e incita a la violencia y al vicio. Porque es la primera escuela hoy día, por desgracia. A mi me gustaría que fuese la lectura, el diálogo familiar, y tantos otros divertimentos que hemos ido perdiendo, el que ocupase nuestro tiempo libre. En educación, por otra parte, hemos de acordar el acuerdo.  Todos estamos obligados al consenso. Los padres, los primeros, por el hecho mismo de ser padres. Y deben exigir la educación que quieren para sus hijos. Siempre es saludable mejorar la calidad de la enseñanza, haciendo extensiva y gratuita la educación para todos, incluida la infantil. Es una buena inversión de futuro para un país. Pero ese horizonte a conseguir, debe encaminarse a ser más humanos, o lo que es lo mismo, más humanistas. Lo primero es la calidad humana. Las humanidades no deben ser sólo para los alumnos de letras, también para los de ciencias. Lo humano es lo que vale para la vida. 

            Por consiguiente, septiembre, debe ser algo más que una penuria para los padres que ven lo que cuestan los libros de texto. Algunos son los únicos que compran en todo el año, todo hay que decirlo. Pero, en este caso, debieran ser gratuitos, puesto que son medios necesarios para la actividad docente. O poder canjear su valor por libros de lectura para toda la familia. Una buena idea para potenciar la lectura. ¿Verdad?  Sería una decente docencia. Se necesitan otros talentos, más aptos para la vida, como puede ser aprender a vivir en la no violencia, en la comprensión hacia los demás, en la solidaridad. A veces, olvidamos lo más importante, hacer carrera humana. O sea humanidades universalistas. 

            Hoy cuando la globalización del mundo es ya una realidad próxima, se necesitan centros que potencien programas educativos que subrayen, no en la mera teoría, sino en la práctica, una formación en los principios universalmente admitidos. Cuando se inyectan valores sanos, el ser humano se hace más persona, y tiene razones para vivir. Actualmente muchos jóvenes, incomprensiblemente, pasan de todo, y lo hacen porque nada les conmueve. Están apáticos, desilusionados, muchos en tratamiento psiquiátrico, cuando la juventud es una época de impulsos y de esperanza. Ante este panorama desolador que se intenta encubrir, el de esa juventud perdida, en parte, por los nefastos planes de estudio y mediocres profesionales de la educación, cuesta entender las prioridades por la técnica y no por la ética. ¿Para que sirve saber, sino se sabe vivir? Convendría recordar, que lo natural es que la persona esté antes que las cosas como lo está el espíritu sobre la materia. 

Buena será aquella escuela más preocupada por educar que por enseñar, y aquel maestro más afanado por la educación que por la nómina. Bendita ilusión. Como escribió mi tocayo Víctor Hugo, “abrid escuelas para cerrar prisiones”. Lo importante no es llenar de contenidos los programas, darlo todo, cuánto más mejor, más bien creo que es, enseñar lo debido, entusiasmando por querer saber más. Porque, al fin y al cabo, instruir a quien no tiene curiosidad por aprender, es como querer nadar sin agua.