Algo mas que palabras

Sentimientos perdidos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Lo último es vender la libertad del corazón, en todo caso se dona, y tragar lenguajes impuestos. Ante estos aires de esclavitud que nos crucifican el alma, vengo a reivindicar la defensa de los sentimientos, que al igual que la creatividad, es una protección del sujeto como tal.  La persona puede cultivarse de muchas maneras, pero la humanidad se alcanza por el corazón. De sus latidos nacen los buenos sentimientos, los que nos unen a verso limpio y con la voz clara. Jamás el interés, que tanto mueve a la sociedad actual, puede crear un capital de emociones duraderas y situaciones placenteras. Todo está sometido a la ratio de la rentabilidad para desgracia de las pasiones puras, las que no tienen edad y siempre están naciendo. Nos pueden los instintos más bestias. Desdeñamos que el amor es la única cosa que casa con una moneda acuñada por uno mismo. La epidemia de matrimonios de conveniencia, tan de moda hoy, suelen durar lo que una tarta en el patio de un colegio. Se ha viciado esa donación de sí en el amor, que no cabe alimentarlo de regalos, sino de entrega, de lo contrario estará siempre hambriento.  

Muchas cosas hay misteriosas, pero ninguna tan oculta como la humanidad misma, que no se quiere ni así misma. Alguien dijo, entre congoja y conmoción, cuanto más hablo con los hombres, más admiro a mi perro. Por ello precisamos, el verdadero honor de la persona, que como bien apuntó Jovellanos, radica en el ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes. Ante tantos desajustes de vida, se necesitan otros poderes, más de alma; y otras podas, más de apertura, para que la luz nos penetre otras sensaciones. El universo del arte y los jardines del pensamiento, es una buena estrella para la reflexión. Por ello, cuesta entender la pasividad de los voceros de la cultura contemporánea, afanados antes en desmantelar esa creatividad inconformista propia de cada ser humano, oficiada con otros guiones distintos a la oficial que les han dictado para mantenerse al lado del pesebre, más que en salvar la quema de sentimientos nobles, aquellos que tanto nos ayudan a salir de la charca del desencanto que nos encharca la vida a sangre fría.  

            Hemos perdido todos los sentimientos amorosos del alma en una selva de contiendas sin sentido, los afectos y gratitudes también los tenemos olvidados en el baúl de los recuerdos. Somos un caso en el ocaso de los sentimientos. Hay que alumbrar antes que vislumbrar, o lo que es igual, sentir antes de penetrar para comprender. Nos gobierna la superficialidad ante los males ajenos, el deseo de cumplidos, de quedar bien ante los ojos de los demás, cuando debiéramos tomar una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común y por el propio sentimiento de cada cual, para que todos seamos verdaderamente una piña que todo corazón encuentra cuando pide clemencia. Frente a esa sensación de que nada nos estremece, el idioma del corazón nos otorga un valor especial a la existencia, que necesitamos cultivar en nuestras acciones y reacciones, opciones que nos conducen a mejor rastro de vida y rostro de persona.         

            Se dice que la persona se conoce por el corazón que lleva consigo, por lo que hace. Algunos lo han perdido por completo. El auxilio no va con ellos. Para botón de muestra, ahí está la proliferación de accidentes en la carretera, en cantidad masiva provocados por personas que no poseen seguro, ni documentación alguna de conductores, que encima se dan a la fuga, dejan tirado como un animal a sus víctimas, y se quedan tan frescos como si nada hubiese ocurrido. Cuando el corazón es bueno, todo puede corregirse, pero hay demasiado corazón helado, porque la sociedad misma es un iceberg. La fórmula, el alma en la vida y la vida en el alma, puede ser un buen antídoto para que el amor por los demás no quede contaminado por egoísmos absurdos. Enseñarlo en familia y en la escuela, con el testimonio del ejemplo, es ayudar a que el mundo no vaya al abismo. A veces, se percibe una atmósfera sin corazón y un clima sin latidos, que nos dejan sin aliento y con el sentimiento de no estar seguros en ningún lugar. Si hubiera un sitio en el corazón de cada cual, seríamos una casa más gozosa. Lo selló Miguel de Unamuno, con estas bellas palabras: “Siente el pensamiento, piensa el sentimiento”.  

            Hay tantas cosas que no pueden juzgarse sin corazón, que cuando falta o falla, de poco puede servirnos el sentimiento de presentar una España económicamente satisfecha, si olvidamos la otra orilla humana, más importante que la anterior, para no acabar zumbados. En esto, andamos tan descarriados como vencidos por la incongruencia. El sentimiento del mundo, de hecho, lleva a emerger, a abrirse camino a cualquier precio y moneda. La prepotencia se dispara y las frustraciones nos arrojan al fango de la depresión. Ya se sabe, que si la ciencia avanza al hombre, el sentimiento le conduce a la conciencia. Ambos deben ir unidos para un mejor coexistir y que la humanidad crezca con humanidad. ¡Qué difícil resulta hoy en día ser persona, sin personalismos, para perfeccionarse antes consigo mismo!  

            Nos pide a gritos el alma, una coexistencia respirable, promovida desde la verdad. El corazón tiene razones, en un mundo gravemente enfermo (y enfermizo), que la razón no toma en cuenta. A poco que miremos, con una mirada de amor, veremos discriminaciones a raudales, corazones insensibles aparcados en la cuneta del asfalto, que para nada  ennoblecen la vida de nuestra sociedad, entornos donde la humillación se ha convertido en una norma, y pocas manos disponibles para la ayuda desinteresada. Según está el patio de horrores y errores, todavía matamos las ideas a cañonazos y ponemos las esposas a creencias que tienen como mandamiento primero, el amor al prójimo como a ti mismo. La torpeza nos extirpa decencias y nos aplasta las esencias de una vida honesta. Así no se puede caminar con alegría.