Algo más que palabras

Quitarse la vida

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Eso de quitarse la vida, tan de moda hoy, es un modo de locura colectiva y una manera de huir propia de enfermos mentales. Uno debe quererse asimismo por encima de todo. La cuestión de poner fin a la existencia es más grave de lo que parece. Revela que hemos perdido el sano juicio de la conciencia, a pesar de tantas ciencias humanas. El patrimonio del espíritu, el que emociona y reaviva, cuenta más bien poco en esta sociedad de mercaderes. Ahí están sus frutos. Han espigado las ansiedades del alma, las que no se pueden saciar con el patrimonio del capital. La vida no se compra, ni se vende. Porque no es un objeto de libre disposición. Esto pasa por ser analfabetos en moral, por guiarnos de una cultura que nos mece en la esclavitud y adormece en el pensamiento, que para nada nos libera de los tormentos. Nos han metido por los ojos el complejo a las referencias éticas. Hablar de Dios se censura y de la vida depende si es productiva. 
Ante el panorama desolador, cada día son más las personas que se emborrachan de pastillas, píldoras y grageas, para poder tenerse de pie y hacerse valer como ser humano. Unas para huir de la triste soledad, otras para conciliar el sueño y calmar el colmo de la desesperación. Somos una sociedad, ensuciada por las dependencias y por la constante sumisión a la pornografía, alcoholismo, superstición y cultos satánicos. Descarado negocio, que habría que controlar más y hacer cumplir las leyes. Para servidor, además, contribuyen al delirio e irracionalidad, los famosos escaparates televisivos, a los que ningún poder precinta, y que son verdaderos supermercados de carne humana, donde se pueden encontrar todo tipo de incitaciones consumistas, excitaciones salvajes y agitaciones bárbaras. Así no hay cuerpo que lo aguante, ni tampoco alma que se encuentre en paz. 
Todo vale con tal de tener poder para poder aplastar al vecino. Y también, todo sirve con tal de subirse al carro de los que nadan en la abundancia del euro. Olvidamos que la economía sin corazón, es como un barco sin mar, un cielo sin tierra, un mundo sin universo. Luego pasa lo que pasa. El desquicio nos envicia. Los productores de muerte se ponen las botas, pero ellos no se matan. Las luces se tornan sombras y los asombros gigantes matarifes que nos compran como muñecos de feria. A veces, más desorientados que don Quijote con los molinos de viento, cuesta subir la cuesta de la existencia, resistir e insistir en lo de vivir a pesar de los pesares. Por desgracia, en ocasiones, más de las debidas, las leyes humanas se han endiosado de tal manera, que no importa que vayan contra natura, contra la salud de la vida y de dejar vivir, con tal de producir un bienestar que nos ciega, porque es más falso que la falsa moneda, o comprar unos votos para contentar al pueblo. 
En vista de los visto, cada día tenemos menos vida interior y más inercias absurdas que rayan el escándalo. Con este aire de despropósitos y angustias, tristezas y frustraciones, agobios y confusiones, resulta irrespirable tomar aliento y caminar sin ahogos, con la sonrisa en los labios y la risa en la mirada. El terrorismo psicológico nos quiere imponer hasta la muerte como derecho. Sólo hay que mirar y ver. Se camina con los bolsillos vacíos de ilusiones, sin la fuerza armónica de la esperanza, rotos por las ratas dominadoras. Es una derrota difícil de salvar, sobre todo, si no ponemos empeño en plantar cara y en reencontrar equilibrios. Pero, en ningún caso, la muerte debe ganarnos la vida que se nos ha dado para vivirla y beberla compartida. Así de vivo, porque vivir es lo más grande que se nos ha transmitido, para administrarlo bien.