De la tierra al cielo

Profundizar en nosotros mismos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Decía mi abuela que para reforzar la conciencia, lo mejor era una profundización en la vida interior. Conocernos para conducirnos. Abrir los ojos para saber mirar.  Escuchar con el corazón para mejor sentir. Amar para mejor vivir. El Rey pide que se refuerce la conciencia de defensa nacional. El Papa relanza a los líderes de las naciones un llamamiento a la paz e insta a un nuevo orden. El mundo mismo lo pide. Se necesita un nuevo verso que nos universalice en la mesura y en una mejora de aires, ante las mil usuras, que nos roban la vida. Desde luego, para educar en la paz, se precisa vivir en el amor y enterrar el odio,  abrirse a la poesía y cerrarse a los saqueos. Quererse para querer. Y querer para ser querido. Bajo este clima comprensivo, la paz es un amor posible, y el amor, un amor duradero.           

            Ahondar en lo que somos contribuye a interrogarse. Hay en el mundo tantos jóvenes privados de perspectivas de futuro. Para ellos, cada día, es una dura batalla contra el hambre, la enfermedad, la miseria. Son numerosos los que viven en regiones afectadas por conflictos armados. Nuestros jóvenes, sobre todo de las ciudades que viven en polígonos marginales, necesitan una cura de reinserción, una luz de esperanza auténtica frente a ese mundo de drogas que les domina. Parece que el poder judicial también ha hecho conciencia crítica, y algunas Audiencias Provinciales, como la de Alicante, a fin de unificar criterios en las operaciones para delitos contra la salud pública, prepara una guía de actuación. O sea de unidad. Ya era hora que esto se considere, pues sí el delito es grave, no menos es la disparidad de criterios, que conlleva a la inseguridad jurídica y a no creer en la justicia humana. Cuestión peligrosa e incoherente, en un estado democrático y de derecho que, entre sus valores superiores, propugna el de la justicia.  

Tenemos que hacer todo lo posible por llevar esperanza en un mundo de sombras y de asombros, donde existen cientos de sembradores que siembran terror con sus hazañas. La cosecha de entierros de vidas humanas segadas por la depreciación es, por desgracia, una cifra apreciable.  Necesitamos un destello de luz que nos salve de la selva. Y esa irradiación irradia desde adentro. De hecho, la paz no podrá reinar entre los humanos, si ella no reina primero en cada uno de nosotros, en cada ser, nazca donde nazca. Con una vida en desorden continuo no es posible atajar los desórdenes. La orden del corazón, cuando es nívea, es más comunión que aislamiento. Cuanto más nos acercamos al verso de los latidos, más nos alejamos del desdén y nos unimos a la vía láctea de los unos a los otros, por muy plurales que seamos. Nada es más responsable que escuchar la voz del alma para ser olmo que todo lo calme.