Pregonar la Semana Santa como los días del amor más grande

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Me satisface sobremanera ver cofrades pregonar la Semana Santa, como los días del amor más grande. Porque la época que vivimos está influenciada, lamentablemente, -como nos advierte Juan Pablo II en su Mensaje para la Cuaresma-  por una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano. Tanto en el ámbito social, como en el de los medios de comunicación, la persona está a menudo acosada por mensajes que insistente, abierta o solapadamente, exaltan la cultura de lo efímero y lo hedonístico. Aun cuando no falta una atención a los otros en las calamidades ambientales, las guerras u otras emergencias, generalmente no es fácil desarrollar una cultura de la solidaridad. El espíritu del mundo altera la tendencia interior a darse a los demás desinteresadamente, e impulsa a satisfacer los propios intereses particulares. Se incentiva cada vez más el deseo de acumular bienes. Sin duda, es natural y justo que cada uno, a través del empleo de sus cualidades personales y del propio trabajo, se esfuerce por conseguir aquello que necesita para vivir, pero el afán desmedido de posesión impide a la criatura humana abrirse al Creador y a sus semejantes. ¡Cómo son válidas en toda época las palabras de Pablo a Timoteo: “el afán de dinero es, en efecto, la raíz de todos los males, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores”, (1 Tm 6,10). La explotación del hombre, la indiferencia por el sufrimiento ajeno, la violación de las normas morales, son sólo algunos de los frutos del ansia de lucro. Frente al triste espectáculo de la pobreza permanente que afecta a gran parte de la población mundial, ¿cómo no reconocer que la búsqueda de ganancias a toda costa y la falta de una activa y responsable atención al bien común llevan a concentrar en manos de unos pocos gran cantidad de recursos, mientras que el resto de la humanidad sufre la miseria y el abandono?.

 

Habría que promover

el culto a la palabra,

y mover los corazones

desde el surtidor del verso,

dialogar más y chillar menos,

entonar saetas y tonificar tonos,

comprender y aprender

a reemprender caminos de luz

como verdaderos cofrades,

hermanados  en la Hermandad.

 

Si hemos de gritar

que sea para defender

el derecho a una existencia

digna, el derecho

a poblar caminos de amor

y a repoblar soledades.

 

Que el encuentro con la diversidad

no es adversidad, sino reencuentro

de latidos abrazados por la vida.

 

Si hemos de estar con alguien,

Hermanos Cofrades,

que sea con los sufren.

 

Seamos portavoces

de los que no tienen voz.

Seamos poetas

de los que no tienen poesía.

Seamos horizonte

de los que no tienen futuro.

Seamos el abrazo

de los que viven el rechazo.

 

Seamos, en el ser,

cofrades que se donan,

y veréis que hay mayor felicidad

 en dar que en recibir,

en donarse que en envidiarse,

en amarse que en odiarse,

que los talentos conllevan el talante de servir,

porque no somos dueños de nada,

sólo humildes administradores,

que hemos de poner en alza,

el valor de las cosas sencillas,

el valor de las cosas bellas,

y en baja a don dinero,

que todo lo corrompe,

y lo rompe hasta arramblar con la rima

que rima con el  rime de la verdad.

 

            Aplaudo el fervor y gozo por la Semana Santa, como testimonio de fe transparente y convincente. Hemos de seguir en esa línea de inmersión en el alma, a pesar del proceso secular de la vida. La historia de la pasión y muerte de Jesús nos conmueve y hemos de alabar todos estos entusiasmos gloriosos, frente a esa otra modernidad que quiere desplazar el recuerdo vivo de Cristo en el Calvario y las lágrimas de la Madre. Hoy tenemos más motivos que nunca para orar en comunión, puesto que el anhelo de paz ante un mundo desgarrado en sus mismos cimientos, debe hacernos reflexionar. 

 

Somos hijos de la tierra,

y de la misma tierra herederos;

somos hijos de la vida,

y de la misma vida verso.

 

Herederos de una misma luz,

aunque el hombre cierre puertas

y levante asombrosas tapias,

que nos impidan vernos y besarnos.

 

Descendientes de un mismo cielo,

y ascendientes de un misma vía,

la de ser peregrinos hacia lo eterno,

la de ser marineros hacia el cosmos.

 

Hermanemos esta tierra,

que es de todos y de nadie:

De todos porque es donación,

y de nadie porque es del Creador.

 

En la morada hemos de acoger

y recoger a los últimos,

a los que nada tienen,

y lo tienen todo;

no importa el color y sí el calor,

porque tienen la energía de ser,

que es lo más níveo y noble.

 

Clamo por una tierra

a golpe de latido y no de látigos.

Reclamo la sonrisa en el llanto,

la mano tendida en el pobre,

la aurora luminosa en la noche,

la fuerza del amor en el camino.

 

Y todo ello por conciencia,

conciencia a una existencia,

a una existencia más humana,

más humana y hermana,

más hermana de darse la mano.

 

Porque darse la mano entre personas,

es como entregar el corazón

a cambio de nada,

sin esperar otra respuesta,

que la respuesta de la tierra,

repuesta en poesía, puesta en amor.

 

Demando, pues, mejor savia

para el inmi­gran­te amigo,

que es amigo y no enemigo.

 

Pido desterrar mazazos y amenazas,

no es un invasor que nos desplaza,

¡es una persona que nos crece!.

 

Hagámosle entonces sitio,

que también ésta es su casa:

Y en la casa de Dios todos caben,

y en la casa de Dios todos entran,

porque en la casa de Dios nadie sobra.

 

             Las notas procesionales nos traen ese aroma de Semana Santa, que nos hacen crecer en comunidad, ya que el crecimiento y el itinerario espiritual del cristiano no son una empresa solitaria, sino que tienen lugar en la Iglesia, la gran asamblea en camino hacia el santuario celestial, hacia la gran liturgia de la eternidad. Es en la Iglesia, ciudad nueva, guardián y matriz del universo nuevo, aunque operante dentro de nuestro mundo terreno y perecedero, donde Dios recrea y reforma al género humano.

 

Dios: siempre al lado del hombre.

Y el hombre: siempre al lado del mundo.

Y el mundo: siempre al lado del poder.

Y el poder: siempre al lado del yo.

Y el yo: siempre al lado de sí mismo.

 

Por ello,

frente a un mundo marcado

por el diluvio de contradicciones,

las acciones del cofrade: alientan.

 

Se convocan, pues, a todos los hermanos

como  asistentes,

para asistir al mundo,

a todos los penitentes

 para hacer penitencia,

a todos los costaleros

para llevar luz donde solo hay sombra.

 

No hace falta capacidad,

tampoco mérito alguno,

sólo  tener claro “ lo de amaos

los unos a los otros”,

sin esperar recompensa alguna,

que el amor es más exigente

que instintivo. ¡Viva el amor!.

 

Viva el amor de amar Amor, en toda su plenitud, y sirva como recordatorio aquellas palabras de Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Esta promesa nos asegura que no estamos solos cuando anunciamos y vivimos el Evangelio de la caridad. En esta Semana Santa del año 2003, amortajados por tanta cultura de la muerte, Cristo nos invita a volver al Padre, que nos espera con los brazos abiertos para transformarnos en signos vivos y eficaces de su amor misericordioso.