Algo más que palabras

Pasiones y compasiones

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

Ante tantas pasiones oradas, proclamadas, invocadas, veneradas, comunicadas y comprometidas,  mostradas en procesión o en ocultados retiros, el corazón se enternece y los labios soplan, soplos de aire que nos da la vida. Es el eterno poema el que nos conmueve, los pies del amor de Dios manifestado en la carne de Jesús y las manos servidoras de María, que nos conducen al Salvador. Creo que es un buen camino para aprender a amar.

 

Es de ley afanarse en hallar el gozo de la vida, decidir acompañar al Señor como esos miles de cofrades del mundo cristiano, hacia el camino de la cruz, sin altanerías  y con sencillez. Olvidamos que el deleite no lo dan las cosas, sino la generosidad y el sacrificio de entrega incondicional. Sin letra de cambio. Necesitamos un mundo más compasivo y comprensivo, frente a esa legión que se lava las manos. Un buen camino para hallar la felicidad.

 

Ahí está la amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo por las calles de todos los pueblos y ciudades, el testimonio de sus seguidores. No son pocos los que esperan de los cristianos pruebas coherentes con su vida, de comunión y fidelidad. Hemos perdido tantos trenes de luz que las sombras nos pierden. El terror y la mentira nos han llevado consigo, hasta borrarnos la visión pura de Dios. El hombre ya no habla de Dios. Se siente Dios. Mal camino para la vida ascendente.

 

Hay mucho miedo. Los fanáticos abren fuego. Con ellos, como compañeros de hazañas, llevan miles de Euros, para alentar los atentados. Siempre don dinero está en medio para desgracia de todos. Al paso sale la comunidad marroquí en España, dispuesta a limpiar el Islam clandestino. Aunque los dolores nos azotan, en absurdas disputas y controversias, una estampa de luz nos ilumina. Las procesiones toman los latidos del corazón, interiorizan (y exteriorizan) el espíritu de la cruz, las Bienaventuranzas del Evangelio. Todo se calla y se perdona, mientras se declama a golpe de saetas y lágrimas, tan alto amor.

 

Tras anotar la recomendación de Juan Pablo II en mi agenda de vida, (“dejemos que sea María, la Virgen fiel, quien nos acompañe: detengámonos con ella en el Cenáculo y permanezcamos junto a Jesús en el Calvario para encontrarnos con Él finalmente resucitado en el día de Pascua”), bebo del aire que me rodea y hago el propósito de aprender a escuchar, de no poner cruces a los demás, de ver en el pobre a Jesucristo, de no gloriarme  a mi mismo, sino en donar los talentos recibidos. Es hora de santificar la Semana Santa, pienso. Y escribo: ¡Vivámosla en paz!