Algo más que palabras

Paciencia y barajar

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Hay un dicho que aparece tanto en el Quijote como en el Guzmán de Alfarache, que nos recomienda sobrellevar los pesares con serenidad, pero sin mengua de coraje. Reconozco la dificultad de abrir hoy las rejas del mundo, cuando éste es la mayor prisión, pero nada es irrealizable. Quizás tendríamos que responder con la huida del verso, ante la necia y persistente guinchada de dictatoriales, que nos someten al imperio oscuro de la destrucción, para goce de sus maniáticas noches y alborozo de amaneceres. Envejecer con el alma herida, empapada de traiciones y abandonos, comienza a ser una ardua tarea para la ciencia, incapaz de dar vida cuando el corazón está muerto. Es el efecto de un mundo helado, donde nadie conoce a nadie y todo se resquebraja, el comienzo de un naufragio que hemos de contener. 

Una casta de cretinos, porque se creen dioses, se ha puesto a legislar contra natura, como si fuesen los dueños de nuestro andar. A su aire, como leones en circo, bailan los asalariados de la política que reniegan (y niegan) las raíces de sus pueblos, para imponer el pensamiento único a cualquier precio. Para ellos, somos un objeto más, sin libertad para ser uno mismo como quiera serlo, siempre que no perjudique a los demás. La orquesta suele tocar a los caprichos del poderoso de turno, fruto del egoísmo endiosado y de la ausente búsqueda de libertades, por lo que va siendo necesario enderezar las palabras torcidas con respuestas derechas. Esta euforia de ventas y compras, que alcanza todas las cimas de los buenos modales, hay que ponerle freno, sino queremos caer en el caos abismal con el que algunos prepotentes, desde su pedestal de señores, se obstinan en robarnos como si la vida nuestra fuese de ellos, volviéndonos adictos a su farsante forma de vivir, siempre en continua dependencia de máquinas y de sumisión al falso goce de cuerpos sin alma. 

Más que nunca hace falta alzar la palabra y pedir la voz de los sin voz. Que ellos digan y que los poderosos escuchen, por una vez, a los que han desterrado al silencio. Sin el intercambio de verbos, entre la diversidad de corazones vivos, es imposible conjugar el amor en todos los tiempos y para todas las edades. Se precisan, pues, lenguajes independientes, con urgencia, capaces de desautorizar autoridades corruptas. La historia nos dice que lo primero que hace un gobierno dictatorial es exiliar, recluir o matar a los cultivadores de la verdad, porque sabe algo que nosotros olvidamos con frecuencia, y es que la palabra, cuando es auténtica, siempre acaba espigando. También hoy, bajo la sombra demócrata, se esconden tipos autoritarios, tan mezquinos como los dictadores, que se cierran a escuchar propuestas que no sean las dictadas por su propio clan, con discriminaciones aberrantes y partidismos inconcebibles, ahuyentando otras sensibilidades científicas, artísticas o de pensamiento. 

Olvidamos que la cultura hispánica tiene un patrimonio maravilloso que ha de hacerse valer en el mundo, una lingüística que es poesía viva y trascendencia pura. Su belleza invita al diálogo compartido, pero hace falta conciencia y creencia en lo nuestro, menos guerras de lenguas en casa y más citarse con los clásicos que duermen en los museos y bibliotecas. Desarraigarse de la historia como algún gobierno proyecta, anteponiendo sus intereses y el de los privilegiados, por encima del bien de la generalidad, conlleva pérdidas irreparables para la convivencia, como es la justicia y la libertad. Si los hechos nos dicen que algunos católicos les puede más la identidad partidista e ideológica que la identidad eclesial y cristiana, nos menos verdad es la hipoteca que han de pagar algunos intelectuales que han de servir al poder, para saldar la deuda contraída, antes que a la verdad. Ante este clima de contrariedades gestadas, inyectadas o pactadas, sólo una efectiva y transparente concordia cultural, en el que nadie quede excluido, puede reanimarnos y animarnos el verso que vive en la vida y que no vemos, porque nos lo han sustraído de la mirada, los dueños de la nada.