Algo mas que palabras

No hay peor sordo que el que no quiere oir

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Resulta inútil obstinarse en persuadir a quien, con tozudez (algo muy hispano) y en ocasiones con manifiesta malicia, rehúsa aceptar verdades como templos. Es cuestión de cultura y de conciencia, de estética y de ética, de vínculos y de pactos, de educación y de vida. No hay tal maestro como fray ejemplo. Ya lo decía Séneca: “lento es el modo de enseñar por medio de la teoría; breve y eficaz, por medio del ejemplo”. Por mucho que el Ministro de Administraciones Públicas vocifere el panfleto del código para el buen gobierno de todo gobierno, la confianza hay que ganarla día a día, con hechos más que con palabras, con actuaciones pacificadoras en vez de generar continuos focos de tensión, que a nada conducen, sino a crispar más el ambiente. 

Para aplacar voces hay que estar a pie de obra, actuar con previsión y provisión educativa, mediante una buena dosis de paciencia y de capacidad de diálogo, sólo así es posible achicar las maléficas fuerzas contagiosas destructivas. Esto sólo es posible elevando el nivel cultural y social de las gentes, sin discriminación alguna y desde el más escrupuloso respeto a lo religioso y a otras formas de vida. Me niego a seguir el juego de: divide y vencerás; porque el cociente será el odio y el resto será la destrucción del amor. Tan importante, pues, es vivir como dejar vivir, que la existencia exista bajo un denominador, si se quiere cervantino, de que la hermosura que se acompaña con la honestidad es hermosura, y la que no, no es más que un buen parecer.

Hay que gobernar para todos y tener la habilidad de coaligarse con el oponente, pericia que le falta a mi juicio al risueño capitán zetapé. Está bien invitar a remar, pero antes hay que formar e informar, con sentido de escucha e intensidad de que la verdad no necesita el empaque de la retórica literaria. No se puede pedir participación y ayuda sin una actitud comprensiva hacia la diferencia, constructiva y accesible al proyecto común, como actualmente debiera serlo el europeísmo, más de salón que de creencia por parte de algunos servidores de lo público. Para empezar todavía, a estas alturas del tiempo, los políticos han sido más incapaces que capaces de entusiasmar a los españoles con Europa y de concienciar el espíritu europeísta. 

La astucia puede tener vestimentas que engatusen, pero a la verdad le gusta ir desnuda, a pecho descubierto, en contraposición a tantas cubiertas encubiertas actuales. Por eso, la autenticidad triunfa por sí misma frente a la falsedad que necesita siempre de cómplices. De ahí que sea vital, para que la estirpe europeísta piense en Europa como familia en familia, aunar la coherencia con la certeza, en un mundo que, desgraciadamente, la opinión de figurines tiene más fuerza que la veracidad, el cultivo de la belleza artística o la misma bondad, reflejo de la grandeza del alma humana. El carácter humano de la persona ha sido relegado, hasta el punto que doquier poder es considerado como un valor supremo, muy superior a la evidencia, lejos de un medio privilegiado para discernir y proteger la dignidad de todo ser, por muy ínfimo que sea, siempre rector a doquier cosa viviente.

Si el problema fundamental de que no hay peor sordo que el que no quiere oír, es la apatía y el pasotismo, es necesario primero atraer la atención, seducir el interés de la gente más solitaria que la una, a tenor del creciente número de personas que viven solas. Es conveniente y convincente, además, dejar a los ciudadanos caminar por el camino elegido, permitirles la emancipación de identidades impuestas, con las que no comulgan. Europa puede ser un destino colectivo enriquecedor, por su libertad bien entendida, a cambio de que se ensanche la cultura de los valores y se acorten las fortalezas de poder, aquellas que se apoderan de los pobres para que se maten por los ricos. Fanatismo total que hemos de frenar y afrontar. En todo caso, como advertencia a los sibilinos leones, digo lo que dijo Miguel de Cervantes: “donde hay fuerza de hecho, /se pierde cualquier derecho”.

En este sentido insisto, cuando alguien asume libremente un cargo público, debe considerarse a sí mismo como pertenencia pública, y más que convencer ha de buscar cuidar la vida de todos desde la autenticidad más libre, sin tantas exaltaciones, chantajes o reclamos partidistas. Urge, por tanto, recuperar el genuino sentido de que la libertad no es tener un buen político protector, ni un gobierno que todo lo quiere gobernar, alejado de palacios si se quiere ser justo. En suma, pienso, que el oportunista puede trepar y atraparnos, el sagaz puede reptar y raptarnos, pero sólo la ecuanimidad y rectitud es la verdadera esperanza; por eso es bueno esperar, que los gobiernos confundidos, rectifiquen.