Algo más que palabras

No hay más nación que la humanidad

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Lo de unirse y reunirse como lo de integrarse y reintegrarse, es cuestión que no debe cuestionarse, porque la vida es comunión de equilibrios y camino de manos enlazadas. La humanidad, toda ella, es la única nacionalidad verdadera, la razón de la existencia. Por ello, para hallarse con los demás, al igual que con uno mismo, hay que aprender a convivir y conversar sin chantajes, ni amenazas, con la libertad de pensamiento y la ciencia del alma en los labios. Uno que está por el respeto más absoluto a todas las culturas y cultivos, a todas las historias y vidas, la pertenencia a la humanidad es un reino de unidades y debiera ser una unidad unida. 

Cuesta entender, por tanto, que se ponga en entredicho la indisoluble unidad de la Nación española y su fundamento constitucional, suficientemente garantizadora de un derecho a la autonomía de las nacionalidades, advirtiendo el deber de la solidaridad entre pueblos. Arrecian unos desaires de división temibles, puesto que generan un cociente que nos crispa y un resultado que nos disgrega. Ya se sabe, las fronteras siempre nos enfrentan, por puro egoísmo y necedad. En la era de las apariencias y del barniz corporal Express, todo el mundo quiere ser el centro de algo, aunque sea todo un despropósito, como es el caso de que algunos hijos de la Gran Bretaña se vanaglorien de ser la capital del orgullo gay u otras marionetas maltratadas por un titiritero se resignen al calvario. Eso de que las minorías sean dueños de llaves capaces de abrir o cerrar puertas a la convivencia, según su interés de poder apoderarse, tiene difícil avenencia. 

Es cierto que cada vez somos más diversos. Sin embargo, las distintas nacionalidades, en cuanto raíz cultural distintiva de los pueblos de España, lo que han de propiciar sobre manera aquellos que concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política, en todo caso, ha de ser el encuentro, no el encontronazo, y la lealtad hacia valores de peso natural, como puede ser la libertad, justicia e igualdad. Toda opción cerrada y que encierra, deshumanizadora y fanática en levantar muros, es incompatible con la misma humanidad a la que tendríamos que amar más todos y mejor, porque de ella somos parte en partes iguales según reza en el parte natural de todo nace y todo se muere.

A Tristan Bernard había dos cosas que le admiraban: la inteligencia de las bestias y la bestialidad de los hombres. Movido en ese mismo paralelo del discernimiento asombroso, hay dos cosas que actualmente me afligen: el separatismo de los rebaños y los rebaños de lobos parcelando estados de miedo para su estatus de nación. Por lo demás, que nuestros líderes políticos profundicen a fondo, y también con buenas formas, sobre la manera de aglutinar voces en favor de una sociedad más hermanada y fortalecida democráticamente, debiera sosegarnos porque en su horizonte sólo ha de haber un deseo: el de garantizar la concordia de todos con todos.