Algo más que palabras

Más desasistidos que asistidos

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Todos esperamos un mayor talante social, así como talentos más serviciales, sobre todo por parte de los poderes públicos, obligados por conciencia y abonados con nuestros impuestos en vida, porque la realidad es bien distinta a la que se nos pinta. Cualquiera que mire a su alrededor o así mismo, se adentre en su mismo colmenar de cemento o comparta soledad con el vecino, hallará multitud de ancianos enfermos que viven solos, dejados de toda mano protectora, más desasistidos que asistidos, tratados como mercancías de desecho, sin una mano que halague las arrugas del tiempo y avive el corazón con un beso. 

Ahora que tanto se habla de querer cambiarlo todo, de evolucionar y revolucionar, propongo cambiar la sociedad de aires, edificada y cimentada desde los sanos y para los sanos. Se olvida, casi siempre, que podemos caer enfermos y que nos hacemos mayores. Justo, cuando más necesitamos de la ayuda (familiar y del Estado), mostramos indiferencia y falta de corazón. Nos estorban, molestan y nos complican la vida. ¡Cuántas humanidades perdidas! ¡Cuántas insuficiencias de prestaciones sociales ante situaciones de necesidad! Seguir este descontrolado paso, de pasar de todo, es un abuso total; un escándalo en el que todos somos cómplices, en mayor o menor grado. 

Ahí está el creciente número de enfermos de Alzheimer que reclama mayores apoyos sociales para hacer frente a la tragedia que supone este calvario, que nos planta como una planta vegetal en la vida. Precisamente, las asociaciones de esta enfermedad, aparte de reclamar mayor protección, advierten a ciudadanos y poderes, que en el 95% de los pacientes, la asistencia socio-sanitaria y los cuidados corren a cargo de los familiares. Hemos quebrantado las níveas relaciones armónicas, como la de ponerse al servicio de aquellos que nos necesiten, y legislado cantidad de inutilidades, que lo verdaderamente fundamental mora en el baúl de los recuerdos. 

La atención a tantos desamparos comporta otros portes y otras pautas, como puede ser: estar con ellos, y ser en ellos la sílaba que dice y la salve que calla, sus ojos, el oído, las manos o sus pies; conocerles y reconocerles sin falsas compasiones; ponerles en vida y darles vida. Todo esto se hace con amor y por amor. Un afecto, por cierto, que nos quieren hacer ver que está pasado de moda. Que jamás es eterno. El desprecio al matrimonio es un claro ejemplo de aprecio a intereses mercantiles. Ante lo cual, servidor, se pregunta: ¿Si en familia ya no se viven los grandes acontecimientos de nuestra existencia: nacer, crecer, gozar, sufrir, enfermar y morir; y si las instituciones asistenciales del Estado tampoco promueven con suficiencia económica y mediante un sistema de servicios sociales tantas necesidades, qué sentido tiene contraer matrimonio y qué la ciencia avance? A veces los padecimientos se curan en familia, con una sonrisa compartida, un abrazo de corazones o una caricia de alma en el alma del enfermo.