Algo más que palabras

Más acoso y derribo que esperanza

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Ahora resulta que las empresas familiares, las excluidas y asaltadas por necias políticas recaudatorias, las de menor dimensión, son una necesidad para levantar cabeza. Un informe nos dice que contribuyen de manera activa a crear empleo estable en nuestro país. ¡A buenas horas, mangas verdes! Muchas han tenido que dar el cerrojazo a destiempo. Por esa falta de sintonía altanera de estar con los grandes, con las multinacionales poderosas, cerrados a escuchar la voz de los pequeños emprendedores, se han perdido ilusiones empresariales. Se olvida que el entusiasmo es como el amor, necesita una esperanza que lo aliente.


Los españoles hemos degenerado lo generado de ese sueño quijotesco ancestral que llevamos dentro, de hacer las américas trabajando duro, en parte debido a los gigantescos buitres corporativos, que han sabido con audacia instalarse e instalarnos como subordinados. Johann W. Goethe, nos dio en el clavo al decir: “Dinero perdido, pérdida ligera; honor perdido, pérdida considerable; coraje perdido, pérdida irreparable”. Un poco de esto nos ha pasado a nosotros. El peso de las patentes y potentes firmas multinacionales se ha tragado nuestro valor y valía, con todos los parabienes solidarios y mancomunados del político de turno y gobiernos. 

 

Asfixiado el actual pensamiento innovador madem in spain, no es fácil retornar al espíritu emprendedor de nuestros antepasados, puesto que la competitividad se incrementa y las condiciones económicas se hacen más duras para los más débiles. Tenemos que empezar a creer en nosotros mismos y el Estado debe estar en primera línea de salida, ayudando a generar el entusiasmo disipado, con actuaciones políticas que fomenten la adaptación del entorno a las nuevas situaciones y demandas sociales que se nos avecinan. Por desgracia solemos recompensar con mayor frecuencia las apariencias de mérito, más que el mérito mismo. 


Son las empresas pequeñas a las que hay que premiar con incentivos de todo tipo, a fin de superar ese sentimiento de inferioridad respecto a otras culturas y formas de trabajo. Además, en ellas, existe una humanización que no se da en las grandes, sometidas en su mayoría, a feroces disciplinas de productividad e ideológicas, desvirtuando el verdadero sentido humanizador del trabajo como derecho y deber. Por encima de todas las acogidas empresariales debemos estar por la continuidad de nuestras sociedades españolas, y entre todas ellas, por las más ínfimas, las familiares. Todas son necesarias.


Aquello de que la empresa familiar acaba echando el cerrojo, no tiene porque ser cierto. Para empezar debemos luchar contra los tópicos sembrados, de que “el abuelo la funda, el hijo la debilita y los nietos la cierran”. El Estado debe estar presente, con afán de futuro, más que subvencionando, con desvelo formativo, para el fermento de líderes, (la formación profesional debiera ser considerada como algo vital y no residual de aquellos jóvenes que no quieren estudiar), con capacitación suficiente, criterio singular, afán de comunicación, confianza en si mismo, compromiso y constancia. Así se puede hacer historia empresarial. Ya se dice, mientras el tímido reflexiona, el valiente va, triunfa y vuelve.