Algo más que palabras

Lo que creamos y lo que nos acontece.

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Los tiempos cambian porque las generaciones crean distintas formas de vivir. Es una consecuencia de estar vivo: lo que creamos y lo que nos viene como efecto de lo que producimos. Poniéndonos en los tiempos que vivimos, a poco que sepamos mirar y ver, no es nada humano lo que hacemos; y por ende, lo que nos pasa, suele ser bastante inhumano. Ahí está como botón de muestra tantas mezquindades y culturas de extinción. A juzgar por lo visto, a veces da la sensación que somos pura mercancía. Ya se salda y se revende hasta la propia intimidad de la persona. Nada importa. Hemos perdido hasta la virginidad de la vergüenza. Por dinero, todo es posible, hasta sumarse al carro de la violencia y de la permisividad. ¡Cuántas desventuras a la aventura apasionante de la vida!. El terror se apodera del mundo y el mundo lo retransmite como si nada. Unas veces nos prima con sucesos leoníferos, hasta oprimirnos el corazón y dejarnos un vacío difícil de reanimar; y otras, nos reprime como espectadores pasivos, contenidos en unas películas tan reales, que se confunden, porque superan la ficción.

Los momentos presentes nos revelan descarnadamente el hambre espiritual que padece medio mundo (el de los ricos), mientras el otro medio, sufre el azote del hambre de un trozo de pan que llevarse a la boca (el de los pobres endeudados hasta los dientes por los ricos). Esta tierra producida así, espiga contiendas que casi siempre las sufre el más débil. Los medios audiovisuales nos trasladan imágenes escalofriantes: la terrible situación en que se encuentran muchos niños afectados por los conflictos armados. O la violencia contra las mujeres, que en vez de pararse, va creciendo. Como si tuviésemos la posesión de sus vidas. Guerras contra guerras inútiles. Olvidamos que nunca se entra, por la intimidación y brutalidad, dentro de un corazón. Por eso, creo que debemos crear, a la mayor urgencia posible, un pensamiento fuerte; tan fuerte como espacial y tan planetario como claro. 

De un tiempo a esta parte, hemos dado en llamar a todo cultura. Cualquier cosa lleva ese calificativo. Y nada más lejano de ello. Si fuésemos más amantes de ese grandioso cultivo, seríamos personas más cultivadas, y sabríamos discernir lo uno de lo otro. Precisamente, hoy más que nunca, necesitamos profundizar en las dimensiones de la verdad, del bien y de la belleza. Sólo ese alimento nos hará más gozosos, más divertidos, mejores personas humanas. (La cátedra de verdad/bondad, bien/donación, belleza/magnificencia: es el más alto nivel de culto a la cultura). Perder el sentido de la vida, tan descarriada en ocasiones, es como tirar piedras al propio tejado del alma. 

Frente a tantas tristezas que cabalgan por nosotros, necesitamos cambios culturales que nos emocionen sanamente y nos hagan más tolerantes a las discrepancias de los otros, desde el diálogo y la comprensión. De ahí, la necesidad de abonar la sabiduría y de crecer en la sapiencia, en la capacidad de discernimiento. Sin duda, distinguir las expresiones culturales y anticulturales de la propia sociedad, sin dejarse confundir por las aberraciones que en su ceguera genera la locura humana, nos ayudará a caminar por horizontes más llevaderos, que no disuelve las diferencias, sino que potencia la mutua donación de acoger al otro. Tanto el arte, como la ciencia, pueden confluir en esa trascendencia de sujetos pensantes, con capacidad de discernir, lo que vale de lo que no vale, lo que es auténtico de lo que es sucedáneo.

De acuerdo con los postulados que orientan hoy a la sociedad moderna, tan globalizada, estamos llamados a descubrir en la tolerancia, la urgencia a escuchar para poder convivir. De ahí, también, la premura de un orden social más equilibrado y menos jerarquizado, más justo y menos violador de derechos. Los malos tratos físicos y el abandono, causan la muerte a miles de menores en los países desarrollados, publicó recientemente el Centro de Investigación Innocenti del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia Un dato curioso. Los países con menos muertes de niños por abuso también registran un índice bajo de muertes de abuelos. La pobreza y el estrés son factores estrechamente relacionados con los malos tratos y el abandono infantil, devela el estudio. Aquí, al parecer, los ricos no lloran. En cualquier caso, marginamos a esos niños que son el futuro y a esos mayores que son la vida vivida. A diario, los medios de comunicación, nos hablan de abuelos que mueren en soledad y de niños que lo tienen todo, menos cariño. Y nos quedamos tan frescos. Necesitamos, pues, con apresuramiento, crear un mundo para todos y una sociedad para todas las edades.