Algo más que palabras

Libros para curar

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Días pasados acudí a la presentación de un libro que alivia y emociona, alentador de espíritu y renovador de esperanza. Su autor, Ramón Ruiz Conde, persona joven, con toda una historia por delante, nos descubre y nos describe en “El paréntesis” (ediciones Osuna), sus vivencias íntimas y sus pensamientos más profundos en un periodo de su vida en el que irrumpe de forma inesperada un cáncer linfático (estadio IV). Casado y con tres hijas (de cortas edades), se mostró agradecido a la vida, por haberle dado la oportunidad de hacer un alto en el camino, encontrar un sentido nuevo a la existencia, observarlo todo y reconciliarse consigo, vivir sanamente la salud, la enfermedad, la curación y la misma muerte.

Si la literatura le ha salvado, la familia ha sido esa compañía insustituible, de la que tanto dice y cuenta en su diario de una enfermedad horrenda. Al tiempo que el autor exponía la razón de ser del libro, por cierto bellamente narrado, me fijaba en los gestos de su esposa y en la inocencia de sus hijas. Todo lo decían sus ojos. Había enfermado toda la estirpe. El padecimiento cambió planes (su hija en ese año no pudo hacer la primera comunión, que tanto había deseado), trastornó el ritmo de su vida, fue para todos una fuente de inquietud y de dolor, de preocupación y de conflictos, de desajustes emocionales, auténticamente plasmados en el libro. Sin embargo, la solidez de sus lazos y la solidaridad en la casa, contribuyeron a madurar todavía más, si cabe, la alianza entre todos ellos. 

De manera breve y concisa, Ramón Ruiz Conde, ha escrito un verdadero manifiesto de lucha por la vida, lo hizo a golpe de corazón, bajo la experiencia dura del dolor. “Con cada bolsa de tratamiento (yo lo llamaba veneno) aparte de machacarme, me inyectaba ilusión, sentimiento y amor por muchas cosas, que me sirvieron para hacer más llevadera toda la historia, enriquecerme en valores y poner a prueba mi fortaleza, tanto física como psíquica”. Desde el primer momento, cuenta el autor del libro, que ha tenido una fe ciega en su total recuperación, se ha sentido seguro y le ha plantado cara a la muerte. Ahí están sus testimonios: “La vida es maravillosa y es cierto que no existe un patrón de conducta que califique el grado de felicidad de cada individuo, ni los acontecimientos universales que a cada ser humano puedan hacerle feliz o desdichado. Yo creo que radica en tu interior y que eres tú, y sólo tú, el que eliges cómo sentirte ante acontecimientos exteriores. Pues bien, yo he encontrado una medicina paliativa del sufrimiento y me atrevería a decir que, incluso, del dolor, se llama ilusión”.

En medio de una cultura, más de la muerte que de la vida, incapaz de valorar la salud por encima de todo, que oculta y rechaza el dolor como algo inútil y absurdo, no es fácil afrontar los sufrimientos que ocasiona la enfermedad y vivirlos de manera sana y constructiva, como es el caso de Ramón Ruiz Conde. Con periodicidad, más de la debida, el mortal de este tiempo, más de ciencia que de conciencia, olvida lo que es, piensa que es inmortal, y como consecuencia, no busca, ni admite explicaciones alguna al sufrimiento. Se apoya ciegamente en las posibilidades científicas, y pide: curación o eliminación. Resulta que, a pesar de tantos planes educativos, todavía no hemos sido educados para vivir y, menos aún, para asumir el sufrimiento. Pienso que se precisa renovar ciertas actitudes y purificar lenguajes ante la angustia propia o ajena. Actualmente, la resignación y la ofrenda del sufrimiento están, cuando menos, de capa caída.

El libro de Ramón Ruiz Conde nos invita a tomar el timón de la vida, a escuchar más a los enfermos, pues ellos saben lo que es sufrir a la desesperada y esperar a que un nuevo alba avive la fuerza del alma. El que sufre tiene necesidad de modelos y ejemplos, de claves que le reanimen. El autor del libro se ha sentido en buenas manos. Muestra gratitud. Aunque, en ciertas ocasiones, dice: “me hubiese sido de gran ayuda contar con un profesional al lado de mi cama para que aliviara mi sufrimiento –o con una cama de hospital más íntima y algunas cosas más-, pero no es menos cierto que lo que hubiese necesitado realmente era no ponerme enfermo. Las cosas no son como uno quiere, sino como se presentan”. 

Por desgracia, la deshumanización de nuestra sociedad se refleja también en el campo sanitario: hay enfermos que se sienten tratados con frialdad, de forma impersonal, como si fueran sólo un objeto o caso clínico interesante; por otra parte, los que les asisten, sea cual fuere su profesión, se sienten con frecuencia poco valorados, reconocidos y estimulados en su quehacer. La medicina moderna, a veces deja de lado la dimensión humana. Tratar humanamente al enfermo, en ese paréntesis de luchas como es el caso del autor del libro, significa considerarle una persona que sufre, en su cuerpo y en su espíritu, y ha de ser atendida en su totalidad, es decir, en todas sus dimensiones y necesidades. El que está enfermo necesita ser amado y reconocido, escuchado y comprendido, acompañado siempre, abandonado nunca, ayudado en todo momento, respetado y protegido. Bajo este paraguas salva sentimientos, la Quimioterapia para Ramón Ruiz Conde, se convirtió por sí sola en un rayo de esperanza disfrazada de oscuro sufrimiento. Su lección ha sido grandiosa. Ahí está su libro para la eternidad. Nos cura y encara la enfermedad. Nos ofrece la más nívea medicina para la fortaleza, su donación misma; la que él nos hace a toda la humanidad.