Algo mas que palabras

La riada de la delincuencia 

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Las estadísticas nos dicen que crece la delincuencia. Nada nuevo. Eso se ve nada más pisar tierra. Lo malo es que seguirá en aumento. Los episodios de violencia criminal superan todas las películas. ¿Adónde, adónde caminamos?.  Existe violencia y violaciones, dentro y fuera de casa, a mansalva. La ola de barbaries destruye y siembra odio, difícil de curar. Nadie está seguro. Sobre todo los más inocentes y débiles. A la hora de la verdad, nos encontramos más desamparados que amparados por las mil y unas policías y poderes. Nos puede la delincuencia tanto que nos poda el valor de ser nosotros mismos.

A pesar de tantas autoridades encargadas de mantener el orden público y de favorecer el bien común, y de tantos miles de juristas llamados a reflexionar sobre el sentido de la pena y abrir nuevos horizontes para la colectividad, no cesan los hechos delictivos. Nadie respeta a nadie. Se ha perdido el acatamiento a las normas y la seguridad jurídica se muestra tan insegura como las frías ciudades. Los pueblos parece que todavía son más hogareños, más de familia. La verdadera fuerza capaz de vencer estas tendencias destructoras, no está en incrementar las penas, sino más bien en activar la educación y la consideración a la vida humana.

Se ha puesto de moda la discordia antes que la concordia, y así nos luce el pelo. La prisión como castigo es tan antigua como la historia del hombre. Hoy están superpobladas con gentes de todo tipo. Comparten celda, locos con violadores, drogadictos con asesinos, y esto es un caos, tan repelente como la calle. Esta forma de castigo, de estar todos apiñados, sin hacer nada, sólo en parte logra hacer frente al fenómeno de la delincuencia. Porque cuando salgan, vuelven a delinquir. Nadie les ha educado para otra cosa.

Lo saludable para todos, y así frenar la delincuencia, es la de respetar la vida humana por encima de todo. También la de los criminales. Es muy importante prever iniciativas concretas que permitan a los detenidos desarrollar, en cuanto sea posible, actividades laborales capaces de sacarlos de la ociosidad y del vicio. A los enfermos hay que tratarlos como lo que son, y a los locos recluirlos en psiquiátricos, no en la prisión. El acompañamiento psicológico es vital en estos casos, para resolver aspectos problemáticos de la personalidad. La cárcel no debe ser un lugar sólo de cerrojos, de deseducación, sino de redención.

De ninguna manera cesa la delincuencia sí, además, la vida pública de los responsables del poder prescinden en sus actuaciones de criterios éticos. El sosiego se consigue ante todo, con la puesta real y práctica de los valores humanos, como sujeto de derechos y deberes. Cuando se disgrega el tejido de la ética, como el momento actual, hay que temer cualquier cosa. A río revuelto, ganancia de pescadores. El frágil equilibrio del orden puede verse tocado si en las conciencias se despiertan males como el odio racial, el menosprecio a los extranjeros (el mundo cada día es más de todos y de nadie), la segregación de los enfermos o de los ancianos, la exclusión de los pobres, la moda juvenil de concentrarse alrededor de la peste alcohólica y pastillera... Al final, nos gana la batalla la cultura de la muerte, y nos quedamos tan frescos en el intento de atajar, lo que hoy es urgente hacer. Lo de mientras a mi no me toque, no exime de actuar. Cada cual desde sus responsabilidades. Claro que sí.

Desde luego, a los ciudadanos les corresponde saber distinguir entre aquellas políticas que se inspiran en el raciocinio y en la convivencia, frente a otras incapaces de dar solución. Porque en sus actuaciones de cada día, en modo alguno predican con el ejemplo. Son tan corruptos como el delincuente. Y así nos va. De mal en peor. Tenemos que poner un dique a tantos despropósitos y hacer un nuevo propósito de enmienda, con mayores justicias igualitarias propias de un estado social y democrático de derecho. De no ser así, la delincuencia será una riada de defunciones y disfunciones a la vida. La función televisiva, tan de moda hoy, de transmitir caídos por la delincuencia, no es la solución. Que Dios nos coja confesados.