Algo más que palabras

La estrella de las buenas noticias

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Se comenta en los labios del aire que la verdad es para el sabio y que la belleza para el corazón poesía. Los históricos marineros siderales, ciudadanos del tiempo y para el tiempo, nos evocan que un misterioso lucero nos pone en el camino cuando perdemos el rumbo de la vida. En el mismo paralelo, la estrella que conduce a los Magos hacia el Niño Dios, evoca la rica simbología de la luz que guía el camino de las gentes. Siguiendo todas esas estelas, yo también deseo encender esa luz de anhelo en el corazón del posible lector y ver al mundo con el cristal del sosiego. Hay que recobrar la simpatía por vivir. Los antipáticos no pueden ganarnos la batalla. Si el mundo se envuelve en guerras, hay que desenvolver la paz y cultivar el corazón. Sólo así, florecerá una amistad (en la verdad y en la belleza) que nos hermane. 

Desde luego, los españoles somos unos privilegiados. Nuestra singular piel de toro, tan halagada por el sol y acariciada por las musas, agasajada por los cantores del universo hasta convertirla en uno de los hogares ornitológicos más acogedor del hábitat europeo, puesto que tanto desde el punto de vista de las aves reproductoras como de las migradoras, visitan nuestro territorio en algún momento de su ciclo vital; haciéndonos, con sus concertados paisajes de trinos, la vida más llevadera. Es una gozada tomar baños luminosos, sestear con la etérea soledad y hacer silencio para sintonizar en vivo los conciertos de las aves, todos ellos indicadores poéticos de buena salud. No necesita valedores esta hermosura, persuade por sí misma los ojos del alma de cualquier persona.

En el año del Quijote, a la vieja usanza de los caballeros andantes de buen ver y mejor vivir, puede resultar fructífero para el corazón rememorar rutas inolvidables, caminar por las sendas de los días. A veces caminamos ciegos y así no vamos a ninguna parte. Hay que hacer, como deber primero, que las buenas noticias resplandezcan, compendio de que la esperanza es posible, en un mundo de fugacidades, perdido en inútiles contiendas y sembrado de catástrofes pavorosas. La calidad de vida no llega por la cantidad de placer conseguido, sino por la alegría de unir manos y de sembrar buenas acciones. El que España, por ejemplo, se sitúe entre los primeros países en prestar ayuda, tanto económica como humana, a los afectados por el maremoto, acrecienta la grandeza de los pueblos. Ya el célebre Eduardo Marquina, en su tiempo y para todos los tiempos, puso el acento en donarse sobre todo lo demás, con estas estrofas: “Oro, poder y riquezas/ muriendo has de abandonar, / al cielo sólo te llevas/ lo que des a los demás”. Lo que más nos vivifica, ciertamente, es la incondicional entrega. Y en esto, decir, que no basta con hacer el bien, hay que rehacerlo con amor. 

Ante las múltiples manifestaciones de terror, que por desgracia golpean desde todos los puntos cardinales de una manera u otra, la exigencia del diálogo y el requerimiento de saber perdonar resulta fundamental para que las buenas noticias reverdezcan la tierra e iluminen el cielo. Acostumbrados a lenguajes dirigidos a quienes están de acuerdo con nosotros, hemos de aceptar convivencias con personas que piensan diferente. Para estos casos, admítase la lección del libro de la naturaleza misma, la del árbol que no niega su sombra, ni reniega del leñador. Si prestásemos más atención a estos mensajes prendidos del ecosistema, tantas veces inadvertidos a nuestro paso, seguro que tendríamos más ecuanimidad a la hora de juzgar y decidir. 

En el umbral del dos mil cinco, bajo el clima todavía navideño, pienso que es un atinado momento hacer nuestro, y participarlo de este modo, el sentimiento de alegría experimentado por la estela de gozos que dejan las buenas noticias. El buen sabor de boca que dice el pueblo. A propósito, creo que debieran prestársele una mayor atención en los medios de comunicación y vociferarlas más. La peregrinación que los Magos realizaron hace miles de años desde Oriente hasta Belén en búsqueda del Niño Dios recién nacido, no ha perdido interés alguno, más bien ha crecido como el creciente de la luna, y hoy es repetida por afanados peregrinos a la búsqueda de lugares santos, con los bolsillos cargados de fe y el corazón de esperanza. Esa es una realidad que hoy se omite mezquinamente por no se qué cuestión o complejo. También hay otros peregrinos que nos visitan, los de las pateras, a los que estamos obligados a recibir con la buena noticia del calor humano. Al fin y al cabo, todos somos peregrinos en esta tierra de todos y de nadie, porque al final de sus vidas nadie se la lleva consigo.

Y en la tierra de España y de los españoles, tal y como está de revuelto el patio de pobladores, pienso que sería una buena noticia lo de crispar menos y calmar más, lo de unir antes que dividir, lo de formar antes que reformar. Se lo pido a las Reyes Magos. Pongamos la razón de ser, antes que la de Estado; y la de Estado, antes que la de los intereses; y la de los intereses desinteresados por su naturalidad, dejémoslos trascender como razón de vida. Es menester, que la serenidad del constitucionalismo de 1978 se regenere y nos genere renovados consensos. Justo es defender este timón, frente a los desatinos, desacuerdos, desánimos, desconsuelos, despropósitos, despilfarros, desdenes y desdichas que nos acorralan de manera incivil, petulante y malévola. Cuando ya no se toma en serio ni la propia patria, la estrella de la concordia entra en discordia y se produce el estrellazo. Por ello, entiendo, el deber de poner remedio; remediar las malas noticias y los falsos voceros, enmendando conciencias.