Algo más que palabras

Irresponsabilidades e irreverencias

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

El continuo huracán de irresponsabilidades que padecemos, resultante de una falta de estilo o meditación, y la ola de irreverencias que sufrimos, consecuencia de la falta de respeto que se tienen las personas entre sí,  nos están dejando sin aire para ser uno mismo y sin corazón para ser de los demás. No se puede dar la espalda a la vida, ir contra natura,  y actuar como verdaderos animales. Se ha olvidado que el mundo es patrimonio común y responsabilidad compartida. Todos nos necesitamos de todos. 

A mi manera de ver, el diluvio de irresponsabilidades e irreverencias que caminan por doquier esquina y lugar, son debidas a la falta de moralidad y ética. Los más “grandes” se creen dueños del mundo y los más “chicos”, víctimas de tantas injusticias desiguales, se ponen tan furiosos como víboras cuando el sol pica de tormenta. Las soluciones a los problemas del mundo deben ir acompañadas necesariamente de actos responsables de solidaridad y avenencias que transciendan las divisiones políticas o los intereses industriales de miras estrechas. La solución a tanto despecho, ocasionado a veces en lujosos despachos, requiere algo más que propuestas económicas y tecnológicas. El ser humano no está en venta. Porque no es un objeto. De ahí, que se necesite un cambio interior del corazón que lleve a rechazar pautas insostenibles de consumo y producción, que luego se manifiestan en descontroles y guerras (de interés) que no tienen sentido. 

Llegado a este punto, donde diluvian irresponsabilidades e irreverencias, me parece oportuno subrayar la advertencia de Dante: “No habéis sido creados para vivir como brutos, sino para seguir la virtud y el conocimiento”. En efecto, la cultura, que es fruto de la apertura universal del pensamiento, debe cultivarse desde la verdad y el discernimiento. Es deber de todos, ser más responsables y respetuosos con otras maneras de pensar y vivir. Sólo así, desde el auténtico cultivo cultural, podremos mejorar la convivencia, cuidar el equilibrio ecológico y hacer mejor uso de las cosas teniendo en cuenta las necesidades reales de la humanidad y evitando que sean encaminadas hacia el despilfarro o la destrucción. Por consiguiente, es menester educar también a una actitud capaz de considerar y admirar el mundo que nos rodea, para escuchar el silencioso mensaje que transmite al corazón del hombre. 

La prensa diaria y demás medios de comunicación, destapan a diario riadas de irresponsabilidades y contiendas de mal gusto. La norma es negarlo todo o procurar silenciar al mensajero. Aunque sea evidente, la evidencia no se admite. Y yo me pregunto: ¿por qué nos negamos a asumir nuestras responsabilidades?. Hemos perdido el juicio y el norte en tantas cosas y causas justas, que lo anormal lo admitimos como normal.  Y nos quedamos tan frescos. Nada nos importa, con tal de vivir a lo grande. Por eso, es necesario educar la conciencia y edificarla mediante la reflexión y la solidaridad, en un mundo que por más ONGs que existan, no es solidario. La meditación es una introspección para ayudar a crecer como personas, mientras la solidaridad es el movimiento para identificarnos con la perfección de Dios. 

Necesitamos reconciliarnos hasta con la propia vida. La malgastamos como verdaderos y tozudos irresponsables e irreverentes. Vivimos entre la frustración y el fracaso. Quizás, por ello, se rompan tantos vínculos de honestidad y brote el rencor y el resentimiento. Nuestras acciones muchas veces están dirigidas por los celos y el egoísmo. Nadie perdona a nadie y la reconciliación no concilia porque no cotiza en una sociedad de zancadillas. Y así, las cosas más difíciles que nos puedan pedir son el perdón a los que nos han ofendido y la reconciliación con nuestros enemigos. Hay algunos que serían capaces de morir. Somos necios hasta para empezar una nueva vida, más responsable y más respetuosa.  Por tanto, a mi juicio de valor, es imprescindible descubrir la importancia de la vida, sin atarse a la vida que vivimos, para que cada persona pueda crecer en estatura espiritual y en libertad. Así de “jondo”.