Frente a los ríos de luto; El Agua viva

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Cada día nos resulta más difícil encontrar cauces transparentes, ríos con vida. Les falta vigor y verso. En ellos se vierten residuos de todo tipo: domésticos, industriales, agrícolas... La pureza se ha ido perdiendo, con el andar del tiempo y del hombre, afanado más en el progreso que en la existencia. El galope asfixiante de actuaciones ha generado un mar de vertidos contaminantes que nos han amortajado de por vida. Los ríos son rías de mugre y bazofia, por donde ya no es posible respirar o reencontrar el amor. Todo huele a tristeza y hasta el cielo es un manto de luto. 

            Desconsuelo que se pasea por todos los pueblos de España. Por ello, convendría restaurar esos cauces luminosos, manantial de aromas que dan luz y reviven. No es saludable, para nada, seguir haciendo la vista larga, permitir comportamientos contaminantes, y quedarnos tan frescos. Necesitamos vivir al son del río, saciar la sed de un mundo que arde en desechos, respirar bajo sus zumos que han de estar limpios para que limpien y den primaveras. Urge redimir la pérdida del hábitat y desterrar la contaminación, y que no sea ésta, la que nos entierre.  Tanto los residuos industriales como la deforestación incontrolada, deterioran las corrientes de agua y el medio ambiente, que es tanto como decir, nuestra propia vida. 

            Se precisa revisar seriamente nuestro estilo de vida. Hay, pues, una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente, y con nuestros ríos. Es una educación que debe partir de todos, y que han de potenciar los alcaldes de todos los pueblos; aunque la primera educadora, de todos modos, es la familia, en la que el niño aprende a respetar al prójimo y a la naturaleza; no está demás, que las instituciones, no sólo vociferen en las campañas publicitarias, sino que también sean ejemplo. Apostar por la conversión ecológica es apostar por cada uno de nosotros, por cada uno de nuestros ríos, que han de levantar su voz etérea en todos los cursos de la corriente, para que nos donen su amoroso refrigerio y su mística armonía. Si es importante considerar las milenarias culturas y saberes, cantos y danzas, artes y técnicas; no menos vital es enaltecer y alabar la variedad de climas y paisajes, las llanuras inmensas y las selvas tropicales, las poderosas venas de ríos, el mar que nos rodea y las altas cumbres que se elevan al cielo, con sus manantiales de estrellas. Sin duda, -tengámoslo en cuenta-, muchos valores éticos de importancia fundamental para el desarrollo de una sociedad pacífica, tienen una relación directa con la cuestión ambiental. 

Además para los católicos, el agua limpia es un agua viva y saludable. ¿Pero qué agua puede apagar realmente la sed profunda del ser humano que tanto nos atrofia en la actualidad?. Hay una promesa evangélica expresada con toda rotundidad: “Quien beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14).