Algo más que palabras

Entre dos orillas

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

El mundo se mueve entre dos orillas, aquellos que lo tienen todo frente a los que no tienen nada. O como escribe (y nos describe), nos canta y nos cuenta, Julia Guerra, en su reciente libro de poesía, (“Dos orillas”-con CD incluido-, en árabe y castellano) que tuve el honor de presentar en la Fundación Euroárabe de Granada, en esa memoria fotográfica del verso que tanto le conmueve (y le mueve), porque su obra es un testimonio vital: “...La raza humana/siglo tras siglo/ ha trazado sus líneas diferentes./ Dos orillas: Ricos y pobres. / Unos viven. / Los otros sobreviven. / En medio/ tú y yo/ frente al Telediario”. Así es imposible que seamos una sola familia de puertas abiertas, sin fronteras, ni frentes, y que favorezcamos la unidad del ser humano. 

Está visto que las orillas nos dividen. El mundo no puede caminar a distintas velocidades, ni a distantes cauces. Es preciso que los servicios sociales, socialicen; funcionen para los pobres también, puesto que resulta imposible que la humanidad mejore su bienestar si los más pobres no cuentan con acceso a servicios más económicos (tienen menos poder adquisitivo) y de mejor calidad en las áreas de salud, educación, agua, saneamiento y electricidad. Cuesta entender que, en los países ricos, sigan existiendo esos polígonos humillantes, donde todavía hay personas que viven en chabolas y niños que no van a la escuela. Sin estas mejoras para todos los ciudadanos, especialmente los más indigentes, que hay muchos entre nosotros, capaz de garantizar la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, y sin una distribución de la renta, sí hablamos de España, entre todas las Comunidades, tampoco se puede hablar de progreso. 

A pesar de tantas ventanillas sociales, en ocasiones más políticas que solidarias, las orillas existen más que nunca. Si nuestros dirigentes se dedicaran más a trabajar y menos a subirse sus emolumentos, más a cumplir las promesas y menos a tomar el pelo a la ciudadanía, seguro que la riqueza sería más equitativa. El panorama actual no es muy halagüeño. Son cada día más las familias que no llegan a final de mes, a pesar de tantos eslóganes de protección social. También son más los que cada día trabajan en precario, sin seguridad, ni promoción alguna. Tampoco se fomenta educación del saber ser y estar, ni la sanitaria, ni la del ocio, ni la del deporte, por dejar constancia de algunas. Con estos nefastos poderes públicos que incumplen los más mínimos principios rectores de la política social y económica, vamos para atrás, como la tortuga. No así el político de turno, que casi siempre aumenta su capital del uno por mil, con las excepciones debidas que son más bien pocas. Nuestros políticos, y sálvese el que pueda, por lo general, son caros y carotas, nada les dice esa muchedumbre de desconsolados, que llenan las consultas de los psicólogos porque están hambrientos de que no se les respete su dignidad y los más básicos derechos. 

Ya han comenzado las ofertas electoralistas. Son tantas como las rebajas. Pero, ¡ojo!, no le den gato por liebre, prometiéndole el oro y el moro. Las apariencias engañan. Los saldos de mercadería tienen un saldo más fiable que los panfletos políticos. No se crean ni la mitad de lo que dicen. Ni de una parte, ni de otra. Pasadas las elecciones, la decepción puede ser mayúscula, cuando llame al mandatario de turno, al que ayer le comía a besos y hoy ni se pone al teléfono. Se puede morir del susto al comprobar que todo ha sido una farsa, y su prometido en solventarle los problemas, un farsante. Otro gallo nos cantaría, si pidiéramos responsabilidad por tanto engaño. Desde luego, sería saludable exigir lo que se promete. Antaño teníamos el “puedo prometer y prometo”, y hoy tenemos el “puedo decir y digo”. 

Si la credibilidad de nuestros políticos está bajo mínimos, no menos farragoso se encuentra nuestro desarrollo constitucional. Para empezar, todavía no tenemos ni listas abiertas, que rompan los caprichos antidemocráticos que utilizan, en su estructura interna y funcionamientos, algunos partidos políticos. A nuestras sagaces chicharras (y chicharros) les sobra altanería y les falta generosidad. Son más charlatanes que personas de palabra. La voluntad de consenso, imprescindible en política, brilla por su ausencia. El poder es lo que más le puede. Todos proponen pero muy pocos disponen, sobre todo en favor de los últimos. Olvidan proyectos globales y bien definidos, por una orquesta de dimes y diretes, sin música posible, como gallos torpes en corral. Seguimos con orillas de un lado y del otro. Se precisa, para que las dos orillas se acerquen cada día más, volviendo al verso de Julia Guerra, (una poeta con garra), un nuevo impulso que genere ideas capaces de servir de aproximación entre todas las culturas, las que existen y las que se nos vienen encima, y así, recuperar la ilusión y la esperanza que hoy no tenemos. 

Para la poeta, las olas se mueren de tristeza de ver tantos cadáveres sin nombre que bailan al compás de la sal, en húmedo silencio, y le desvela que el mundo viva en agudo ataque de intransigencia y racismo. El drama de la inmigración está ahí. Llaman a nuestra puerta y hemos de abrirla. De lo contrario, perderemos humanidad y sosiego. Mi abuela tenía un consejo para calmar a los muchos nietos que tenía, cuando apiñados queríamos ser los primeros a su lado. Siempre decía: ¡haya paz! Y lo conseguía, obviando privilegios injustos, sin quitarnos libertad alguna. Lograba que sus nietos lo pasásemos todos bomba, sin ningún grito, tan solo favoreciendo y creando una atmósfera adecuada. No es suficiente impedir la guerra y los conflictos; es necesario también promover y generar condiciones que garanticen plenamente los derechos fundamentales de todo ser humano. 

Necesitamos, como agua de mayo, que las dos orillas sean una unidad unida. Proponemos que los excluidos pasen a ser incluidos. Disponemos que los hogares en precario, preconicen sus miembros, el derecho a ser persona por derecho. Pedimos más conexión (en amor) para la cohesión social. El amor es lo imparable. Porque hablar de exclusión social, no es ya solamente el de desigualdades entre la parte alta y baja de la escala social; sino también el de la distancia entre márgenes, el desafecto al cuerpo social, al cual no se le permite participar e implicarse como un ciudadano más. Los marginales no tienen derecho a opinar. Les faltan siempre los papeles. No están censados en casa alguna porque no tienen casa. Ante paisaje tan desigual, seguimos bajo la misma letanía de las dos orillas: los ricos con los ricos y los pobres con los pobres. ¡Qué pena de piña humana!