Algo mas que palabras

En el ocio del alma, anida la alegría 

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

Media España apura sus últimos días de vacaciones y ya piensa en Navidad para un nuevo descanso. Eso es bueno. Soy de los que creo que debemos fomentar la quietud y hacerla extensiva a todas las personas, puesto que tan saludable es que un país esté ocupado como que tenga tiempo para el ocio, que sepa vivirlo a fondo, o sea, emplearlo bien. Es sano reposar y repasar la lección de la vida. Relegar el trajín diario y el ajetreo cotidiano. Llenarse de versos por dentro para achicar las emergencias del planeta. Prevalece demasiado fuego en el corazón del ser humano. Nos encendemos más que aplacamos. Cualquier cosa nos incita a perder la cabeza y nos excita a romper los buenos modales. Cuando no se encuentra sosiego en uno mismo, ya me dirán dónde buscarlo. Aristóteles, en su tiempo, ya nos donó la llave, para abrirnos a un horizonte más poético. Pasa por querernos a nosotros mismos. De ahí que, lo vital para una mejor existencia, sea potenciar el ocio del espíritu. Verán cómo se refuerza la felicidad. 

Tan importante, pues, debiera ser trabajar con niveles salariales adecuados al mantenimiento del trabajador y de sus familias, como avivar unos horarios más humanos de trabajo y descanso. Esto requiere esfuerzos, sobre todo de los empresarios, propietarios o poseedores de los medios de producción, para dar a los asalariados conocimientos y aptitudes, donde se garantice un mejor sistema productivo, del que no se puede desligar el tiempo de ocio, para que prevalezca el individuo sobre el instrumento-capital, la primacía del ser humano sobre las cosas. ¿Cuántos jefes tienen asumido que el trabajo es para la persona y no la persona para el trabajo? Algunos de ellos viven sólo para él, pretendiendo, además, que sus súbditos hagan lo mismo. Por desgracia, a poco que ahondemos en las resoluciones de conflictos laborales, veremos repetitivos fenómenos vergonzosos de explotación, sobre todo entre los trabajadores marginales. Si no valoramos, por consiguiente, ese trabajo humano realizado por el último de los servidores, que también necesita de sus tiempos de respiro, la persona dejará de ser ella misma y la sociedad por muchos derechos democráticos que cobije en su Carta Magna, carecerá de legitimación ética, puesto que el trabajo debe caminar en la dirección de hacer la vida humana más humana y solidaria, más gozosa para todos, y no una penuria. 

Ciertamente tenemos derecho al tiempo libre, sobre todo porque es una necesidad. Lo pide el cuerpo y el alma. Pero ese momento de recreo, que a mi juicio hemos de ampliarlo a distintos meses del año, deben ser unas fechas para compartir y cultivarse, sobre todo en familia. Verían como bajaba el absentismo laboral. El ocio no equivale a ociosidad. Los antiguos hablaban del asueto como una realidad espiritual; casi mística, un aliento de vida para gozar de lo grande, de lo verdadero, de lo bello, para poder apreciar otros entornos y otros mundos, otras atmósferas y otras sensaciones, para cultivarse uno personalmente. Para eso sirven las vacaciones, para hacer un alto en el camino y reconocerse en la senda, si es la que nos satisface tomar en el rumbo de nuestra vida. 

Por tanto, necesitamos potenciar la cultura del ocio, el descanso como forma de conocerse y unirse. Los ratos de ocio bien ejercitados son el mejor de los estímulos. Desgraciadamente, de nadie huimos tanto como de nosotros mismos. Sin embargo, debiera desvivirnos el oírnos interiormente e internamente. Pero esto no está de moda. Lo que mola es el glamour. Lo superficial. El usar y tirar seres humanos como pañuelos de papel. Y así surge una generación de problemas que no dejan crecer ni una pizca de felicidad. Nos hemos cepillado el ocio del espíritu, que es tan necesario como beber agua, para hallarnos bien. Desarrollar la cultura del ocio es una asignatura pendiente. El bienestar no se obtiene con unas relajadas vacaciones o con un montón de dinero en el bolsillo, la alegría la dan otras formas que no coinciden con el placer efímero de los sentidos. 

En suma, más que un negocio, el ocio debe ser una acción y una reacción para lograr un mayor estado de gozos interiores. Una cultura viva que nos renueve por dentro, como dice un anuncio de la tele. La señora que nos domina hoy en día. Sin duda, el descanso no cansa, cuando se rentabiliza sensatamente. Es un tiempo propicio para hacer cosas distintas. Tomar diferentes opciones (vacaciones culturales, solidarias, familiares...), siempre nos sentará bien.

 Redescubrir la naturaleza, volver al pueblo, conocer a otras personas, bañarse de silencio, recluirse y dejarse acompañar por soledad, es la mejor terapia salvavidas. Lope de Vega selló la más gozosa receta de vida, cuando dijo: “Soy rey de mi voluntad, / no me la ocupan negocios, / y ser muy rico de ocios/ es suma felicidad”. Sin olvidar el remate de Goethe, que subrayó la vida ociosa como una muerte anticipada. Toda una fórmula reflexiva. En cualquier caso, se necesita tiempo libre para recuperar la dimensión espiritual de la persona humana, para pensar sobre lo que somos. En efecto, la “ecología interior” favorece la “ecología exterior”, con consecuencias positivas inmediatas que pasan por el respeto. Es una línea que se ha de alentar para lograr que prevalezca cada vez más la cultura del ocio frente a la cultura de la ociosidad y el aburrimiento, así como la cultura del descanso frente a la cultura de aquel que vive sólo para el trabajo, creyéndose imprescindible en el engranaje de la maquinaria productiva. Gran cosa es el trabajo. Pero también el ocio. Porque el ser humano, en definitiva, es incomparablemente mayor. No lo olvidemos.