Algo mas que palabras

El lenguaje de los árboles

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Hay aromas que permanecen para siempre a nuestra vera, paseos inolvidables, caminos imperecederos, árboles en los que hemos recostado nuestras penas, nubes de bosques que nos han sellado el mimo del aire en la mejilla, campos por donde campean copos luminosos que nos avivan por dentro, lenguajes que forman parte de la vida, lenguas que son versos de nuestras raíces, latidos que acentúan vivencias y convivencias. Quizás por nacer entre tupidas arboledas, haber escrito el primer pensamiento para el día del árbol a la sombra de ancestrales sotos, o haber despertado al amor entre mares de amapolas silvestres, uno sienta gozosa predilección por esas atmósferas limpias, que tan níveamente me arroparon de niño y después de joven, donde escuchar el silencio, prendido a los labios de soledad, era más que un ocio, un acto de encandilarse a los días.


Las frondosidades de los montes, con sus variados mantos, aquel nogal solitario que todavía hoy ronda la ventana del patio de la vieja escuela del pueblo a la que ya no acuden niños, el enramado boscaje con el que dialogaba a ser mayor, suscitó en mí los más profundos poemas. Siempre recordaré el poético baile de los árboles al son del viento, una orquesta de sensaciones difícil de narrar. A raíz del último encuentro con la arboleda perdida, sentí desolación por el viejo nogal, los achaques eran palpables, debido al diluvio de aires contaminados que le circundan. Percibí su lenguaje triste y hube de apercibir a los parroquianos. Por conciencia, prometí resucitarlo con una fiesta de la poesía, que los poetas dejasen el corazón por su vida y que los vecinos declarasen el luto desde el campanario del cielo.


Realmente la llamada surtió efecto y los afectos no se han hecho esperar. Esta semana me participa el alcalde del pueblo que el nogal, tras unos cuidados especiales, más de cariño que de alimento, vivirá otros cien años más. Estoy, pues, con el alma en pleno olmo de felicidad. Por si fuera poca la alegría, leo que mejora la salud del reino vegetal, unos resultados obtenidos tras el Inventario de Daños Forestales (IDF) de 2004 indican que el 85 % de árboles estudiados presentan un aspecto saludable, con una pérdida de volumen foliar entre el 0 y el 25%. Esto significa que este año se ha producido una mejoría en el estado general del arbolado español respecto a 2003, año en el que el 83,3% aparecía con daños, como el nogal de mis lágrimas. 


Es un signo de esperanza, pues, el respeto a la naturaleza y la conversión ecológica. Esto es para celebrarlo y aplaudirlo. En ocasiones, absurdamente, se han devastado, sin vacilación alguna, llanuras y valles boscosos, contaminado aguas, desertizado espacios verdes, en beneficio de una industrialización salvaje que cava nuestra propia fosa. Este calvario también ha llegado a los más recónditos lugares, con la farsa de un falso turismo rural. Por ello, pienso, que tan necesario es activar la forestación como cuidarla de atropellos, enaltecer su hábitat y esclarecer conductas asesinas. Las amortajadoras manos del hombre hacia algunos paisajes irrepetibles, rincones más del cielo que de la tierra, son para temerle, cuando le mueve el afán de la especulación y el desvelo por levantar rascacielos donde hay jardines naturales creados por la vida para donar poesía y sosiego al caminante. ¡Ay si el reino vegetal pudiera demandarnos para enmendar acciones desviadas de lo natural! No habría jueces disponibles, ni cárceles para tanto desaguisado consentido.