Algo mas que palabras 

Dignidades perdidas en el mundo obrero

Autor: Víctor Corcoba Herrero

           

Hace unos días tuve la dicha de asistir a una conferencia preconizada por un amplio colectivo de jóvenes graduados universitarios, dispuestos a mostrar (y a demostrar) la urgente necesidad de recuperar la dignidad y el sentido del trabajo y del trabajador. Entre la utopía, la mentira y el bien posible, debatieron sobre tan importante derecho y deber, un licenciado en Ciencias Políticas (Jesús García Alcántara), una directora de servicios del Instituto de la Mujer (Carmen Olivares Olivares), un Médico (José Eduardo Muñoz Negro) y un Ingeniero de Caminos Canales y Puertos (Juan Carlos Rodríguez Vázquez). Todos ellos coincidían que el trabajo se ha tornado en nuestras sociedades un bien escaso y precario, una servidumbre más que un elemento de transformación social. Apostaban por impulsar verdaderos y justos modelos políticos, sociales, económicos y culturales, para que la democracia no se detenga a la entrada del puesto de trabajo. 

Realmente existe una ruptura entre el trabajador y el trabajo que avanza vertiginosamente, una realidad insegura y de futuro incierto, capaz de volvernos (y envolvernos) como una máquina de producción y consumo. Con más coraza que corazón. La situación, a veces, es de tan alto desespero que no hay pastilla que nos suba el ánimo. Olvidamos que el trabajo humano ha de ser tratado como humano (y hermano). El ser individuo, por el hecho de ser persona, se nos impone como un ser que no tiene precio, sino dignidad, cuestión que obvia el feroz capitalismo moderno, que camina a sus anchas, como si nada, puesto que ha conseguido también aplanar la conciencia organizativa, debilitando los sindicatos (la escasa credibilidad del sindicalismo entre los trabajadores ha generado una baja afiliación como nunca hemos tenido) y fortaleciendo la insolidaridad. 

Por desgracia para todos, el capitalismo leonífero e inhumano que soportamos actualmente, tan consumista que consume personas y las sume en la esclavitud más tremebunda, ha convertido el trabajo en una pesada carga, más de desencuentro que de encuentros, más de producción que de acción humana, de competitividad que de desarrollo humano integral. La selva del mercado de trabajo es un mercado de intereses, de autoritarismos y de dedocracias. Desde la lógica (ilógica) capitalista el paro no tiene fin. Sus raíces insolidarias no entienden de reparto de trabajo. Interesa que existan pobres a los que callan con unas migajas de subvenciones. Es aquí, cuando brota en mi interior, un significativo pensamiento: luchar por una nueva forma de entender el trabajo y por un nuevo fondo de valerse en la vida, que sitúe en el centro su valor humano, no su valor monetario, sino su valía de ejercitarse en algo útil para los demás. Todo lo contrario a lo que se hace.

El colectivo de jóvenes graduados universitarios denunciaba que son uno de los que con mayor crudeza sufre esta pérdida de dignidad del trabajo humano, aunque también lo hacían extensivo a otros sectores, como los inmigrantes o las mujeres. Podemos tener todas las legislaciones del mundo, si después se incumplen con el ordeno y mando. Precisamente, las bolsas de pobreza se acrecientan también como resultado de la violación del trabajo humano; bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo (regulaciones de empleo arbitrarias) o por el desprecio a ciertas actividades laborales mediante salarios injustos. A pesar de que se diga o se comente, de que todo va bien, cuando buceamos por los extrarradios de las ciudades nos damos cuenta de la necesidad de adoptar políticas en favor de los pobres, a los que se debería formar mejor y ofrecer trabajos decentes, justamente remunerado, bajo las condiciones de libertad, seguridad y dignidad humana.

Cuesta creer que más de la mitad de la población del mundo no tiene protección social de ningún género, por lo que la OIT ha lanzado una campaña para poner remedio al problema. En España, que hoy por hoy sí la tenemos, en cuanto a seguro de enfermedad, pensiones contributivas y prestaciones sociales, precisamos potenciar nuevos tipos de relaciones laborales, donde se comparta más el trabajo y se asegure el tiempo libre y la dedicación a la familia. No es fácil para los trabajadores denunciar los muchos abusos de sus patronos que se dan actualmente. Más pronto que tarde, les dice: Esto es lo que hay, o lo tomas o lo dejas. Y uno se acuerda de las muchas hipotecas que tiene que pagar al mes, de lo difícil que es encontrar un nuevo trabajo, de las incomprensiones y del papeleo que tiene que llevar a cabo para conseguir denunciar lo injusto, que opta por oír, ver y callar, igual que en otro tiempo. 

Esas fuerzas sociales de trabajadores, más aletargadas que vivas, debieran considerar lo de promover la solidaridad que educa en el compartir y crecer en conciencia de fraternidad, para contrarrestar los humos de la indiferencia actual, de la falta de compañerismo en el trabajo, hablando claro y hondo. No es mejor calidad de vida el que tiene más para conseguir consumir más, sino el que hace un mejor uso de lo que tiene. Está bien el propósito de fomentar las oportunidades para que los hombres y las mujeres puedan conseguir un trabajo decente y productivo, pero también es primordial animar la conciencia social del mundo obrero, que a pesar de tantos avances, continúa siendo la realidad más importante social. El mundo obrero, que ya no es lo que era, puesto que está formado por quienes trabajan legalmente o por los que tienen que hacerlo en la economía ilegal o sumergida, ha perdido muchas dignidades. Fruto de esas incomprensiones surge la generación de frustrados que han de ser guiados durante toda su vida por psicólogos. Cada día son más los trabajadores con una alta cualificación profesional que, o no tienen trabajo, o lo tienen inestable y mal pagado. Todos estos desajustes, nos indican, la carencia de valores que han de ser sometidos a un profundo y revulsivo análisis tanto ético como moral.