Algo más que palabras

Del dicho al hecho va mucho trecho

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Ahora que se ha puesto más fácil acudir a las hemerotecas y confidenciales periodísticos, en un santiamén vía internet, resulta muy cómodo refrescar la memoria y probar incoherencias dichas de hoy para mañana, quebrantamientos a la palabra dada, falta de tino y de tono, tormentosos deslices y dislates, cambios de chaqueta y recambios de posturas, estilos sin alma y lenguajes sin verdad. El ciberespacio lo chiva todo. Nos enseña que entre lo que se dice y lo que se hace, por lo regular media mucha distancia, y que, quizás hoy más que nunca, no se debe confiar en las promesas. Así se lo recomienda don Quijote a Sancho cuando éste decide dedicarse a la ociosidad. En la misma línea, salvando las distancias de la época, el escritor portugués José Saramago, expresó recientemente en Guadalajara de México, ante multitud de jóvenes, que la sinceridad es quizás el valor “fundamental” de sus novelas, valor que le ha permitido emocionar a millones de lectores de todo el mundo en un mundo hambriento de franqueza y saciado de hipocresía. 

A poco que naveguemos por el espacio virtual, lo que se tarda en tomar un café, y cotejemos declaraciones, nos daremos cuenta del descaro de algunos personajes y líderes, que rebuznan en vez de dialogar, con el consabido efecto de crispación generado, imposible de ennoviar con el consenso, un fiel paradigma de que su palabra de servicio al bien común no vale nada. Ante esta atmósfera contradictoria que nos asedia, de política oscilante y de políticos irresponsables con el compromiso que libremente han tomado, es inevitable poner límites con un verdadero código de conducta que nos oriente hacia la verdad y aplicar justicia en igualdad para todos. Se nos llena la boca de dignidades y parabienes en favor del bienestar, pero luego resulta que la calidad de vida que tenemos es de auténtica servidumbre, de esclavitud al poder para tener más, en lugar de afanarnos en buscar las raíces y en formar alianzas con otras identidades pluriculturales. 

Hay que volver a la racionalidad política, donde la autoridad de la palabra dada, sea un principio de autenticidad. Además, los servidores de lo público debieran saber que cuando un Estado democrático se encuentra ante desafíos, incluidos en la carta magna como parte dogmática, se requiere una voluntad de obrar acorde y unánime, al unísono y conforme a la mayoría, independientemente de la opción política de cada cual. En Fuenteovejuna todos estuvieron a una. Pues siguiendo esa misma estela, estimo que el Estado y sus principios fundamentales, están antes que la voz de los partidos y sus intereses partidistas. Todo lo que obstaculiza convivencias debiera tenerse en cuenta, porque las normas han de aplacar antes que provocar y templar antes que enfurecer. Resulta absurdo sembrar vientos para recoger tempestades. Yo no comprendo la fiebre de aquel Estado que legisla por legislar o legisla para convulsionar.

De un tiempo a esta parte, los enfrentamientos entre políticos de todos los signos han crecido, las coacciones y patinazos de sus dirigentes están a la orden del día, ciertamente algunos más que otros, pero en cualquier caso, pienso que más de lo debido, cuestión que conduce irremediablemente a la disgregación, para servir en bandeja la lucha enfermiza de unos pueblos contra otros, de unas autonomías contra otras, poniendo en entredicho la indisoluble unidad de la Nación española, con romances de autodeterminación y separatismos que no ha lugar en una patria común e indivisible, como dice la constitución en vigor, a la que está sujeto tanto el ciudadano de a pié como los poderes públicos. A mi juicio, debemos limar las diferencias de matices o emancipaciones separadoras, armonizando opiniones y pactando ideas, lejos de cualquier medida represiva o punitiva, casi siempre inadecuada para alcanzar los objetivos de la auténtica unidad.

Teniendo presente que los partidos políticos expresan el pluralismo, y que concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular, debieran estimular a sus afiliados o simpatizantes, que el compromiso en la vida política es pura vocación y jamás profesión, con fecha de caducidad porque no hay cuerpo que lo aguante, puesto que exige entrega incondicional y paciencia, pasión y desvelo desmedido, lucidez y capacidad de previsión, desinterés y servicio en favor de un horizonte esperanzador para todos. Las continuas actuaciones de ciertos políticos, portadores de llaves altaneras y de coaliciones enviciadas, desestabilizan instituciones y desmoronan libertades ganadas. Se olvida, entre tantos dimes y diretes, que el motivo fundamental de la colaboración entre asociaciones políticas, culturales o eclesiales, con el Estado, ha de ser siempre el bien de la persona humana. La receta del escritor español Juan Goytisolo, de que es muy bueno mirar tu propia cultura a la luz de otras, tu propia lengua a la luz de otras lenguas, es una buena medicina para comprender otras formas de vida y otros fondos de ser. Pero ya me dirán, si nos cerramos en banda y abrimos cismas, la manera de convivir sin sobresaltos en un mundo globalizado, de zarzas enzarzado que ahoga hasta la vida.