Algo más que palabras

Consejos sin ejemplo, letras sin aval

Autor: Víctor Corcoba Herrero

 

 

Aplaudo la voz de aquellos oradores dispuestos a limpiar de las calles y de los mundos, esa palabra maldita que es la pobreza y esa sensación de basura que es vivir como un pobre, en relación o por comparación con los estándares medios de vida de la población, sin nadie que le abra los brazos y le cobije. Los hogares sociales, abiertos a la vida, se quedan pequeños frente a tanta multitud afligida, que llama a la puerta. Subrayo, lo justo que es hacer justicia, reducir las desigualdades en correspondencia con el hábitat, hacer visibles ciertos poderes invisibles, que desnivelan lo social en antisocial y, el derecho, en tomar la justicia por su mano. 


Lo apunta el refranero: una cosa es predicar y, otra muy distinta, dar trigo. Resulta que en estos horizontes tildados como del bienestar, y titulados como de progresistas, es verdad que nadie se muere de hambre, pero si de pena, de navajazos en el corazón y de homicidios en el alma. Cada cual va a lo suyo, sin ver a los demás, con la mano extendida y la mirada triste. Nos miran y pasamos a la otra acera. Aquí todo se compra y se vende como una cosa. Sólo hay que pasear por las páginas de los periódicos, los anuncios por palabras, el escándalo de la venta de cuerpos. Alguien tendría que poner límites a todo este desenfreno de imágenes zafias y de cotilleos inútiles, con peleas incluidas, televisadas en pleno día. Todo está como muy privatizado al poder y posesionado a los poderosos. Algunos han tomado las olas como suyas, otros el aire y hasta la vida nuestra. El efecto de los afectos perdidos es desastroso, de guerra mundial. El cielo ya no es el cielo que los poetas versifican, tampoco la luz es la luz que los artistas plásticos escriben con el pincel, ni la montaña es la paz que todos anhelamos. 


Por todo ello, pienso que está muy bien lo de sugerir cambios de actitudes, pero ya se sabe, que los consejos sin ejemplo, son letras sin aval alguno. Convendría indicar que, en nuestro entorno próximo, se producen situaciones tan perniciosas para el ser humano como el hambre. Ahí están los continuos incumplimientos de las garantías de libertades y derechos fundamentales, el bochornoso ejemplo de confrontación entre diversas administraciones que hacen ingobernable lo que ha de ser gobernable, las causas injustas vendidas como justas. Hemos perdido tantas seguridades, por referencia citaré las jurídicas normas de convivencia, que están para normalizar las relaciones de vida, que de ninguna manera pueden quedarse en mero concepto, sino que deben ponerse en movimiento, en cumplirlas y hacerlas cumplir. Resulta difícil proponer alianzas de civilizaciones si dentro de nuestra propia casa, todo se desintegra y se desune, se discordia más que se concordia, se desatiende a las familias (vivienda, empleo, servicios sociales...), a los que viven solos/as a la intemperie o en chabolas, a las parejas (de ancianos pobres ordinariamente) que padecen el desamparo.


Bienvenida sea, pues, una nueva búsqueda de repartos sociales y alternativas de nuevos rumbos, ante tanta diferencia clamorosa entre ricos y pobres, en nuestro propio estado del bienestar, que es más bien estado de locos salvajes. La puesta en práctica del principio de solidaridad, sería todo un logro que yo aplaudiría de mar a cielo. Reinaría el amor y gobernaría el sosiego, tendríamos un mayor aprecio a los derechos de toda persona, sea como sea, vista como vista o piense como piense. Hermanar a los ciudadanos, cada día más diferenciados en formas de ver la vida y de vivirla, reconozco que no es tarea fácil; de ahí, que todos han de ser oídos y escuchados, para que los proyectos del mundo a todos engloben y globalicen, y así germine esa coalición de culturas que todos deseamos, base sobre la que se asienta la vida armónica de las sociedades humanistas, donde cada voz es un verso; y, cada verso, un grito de libertad; y cada libertad, un ser y un actuar dentro del derecho, al derecho de ser considerado como persona humana.